Meditación sobre 2 Cor 1,18-22
Pablo escribe a los corintios que no es la sabiduría de este mundo lo que guía su conducta:
Porque ésta es nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia de que nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre vosotros, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios, no con sabiduría carnal sino con la gracia de Dios.
Ojalá pudiéramos decir todos los cristianos que nos hemos comportado siempre con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Cambiaríamos el mundo como lo cambió, y lo sigue cambiando, san Pablo.
Por eso, cuando el Apóstol se ve obligado a realizar un cambio de planes en su visita a Corinto, les dice:
Al proponerme esto, ¿obré a la ligera? O lo que yo me he propuesto, ¿me lo propuse llevado de sentimientos humanos, de manera que haya en mí sí y no? ¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no. Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo, no fue sí y no; en Él no hubo más que Sí. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su Sí en Él; y por eso decimos por Él Amén a la gloria de Dios. Y es Dios quien nos confirma con vosotros en Cristo, y quien nos ungió, y quien nos marcó con su sello, y nos dio como arras el Espíritu en nuestros corazones.
En las Escrituras de Israel Dios se revela como el Dios fiel a sí mismo y, por eso, fiel a sus promesas. Las distintas figuras con las que los profetas revelan el misterio de Dios –Padre, Esposo, Pastor, etc.– hacen referencia directa a su fidelidad. Las promesas de Dios alcanzan su sí definitivo en su Hijo Encarnado. Cristo Jesús es el sí de Dios a toda persona y, por eso, el cumplimiento sobreabundante de las esperanzas más hondas del corazón del hombre; sobreabundante porque, ¿qué corazón humano podía esperar que el Designio de Dios fuera el hacernos sus hijos en su Hijo Unigénito? El destino que Dios nos tenía reservado supera infinitamente lo que el hombre podía comprender de las promesas de Dios contenidas en las Escrituras de Israel y, por eso, supera infinitamente las esperanzas que podía tener.
Todas las promesas hechas por Dios han tenido su Sí en Jesucristo. A los ojos del Padre el rostro de cada ser humano tiene ahora los rasgos del rostro de su Hijo Jesús. Por muy desfigurado que esté ese rostro por el pecado o la enfermedad, la mirada del Padre descubre siempre en el rostro humano el rostro de su Hijo. Ese sí de Dios a cada ser humano es lo que funda los derechos inviolables de cada persona; fuera de ese sí todo el parloteo sobre derechos humanos se convierte en un instrumento al servicio de las luchas de poder, en una excusa para alimentar la cultura de la muerte.
Cristo Jesús es el sí definitivo de Dios a todo lo humano; un sí que hace de nuestra vida una ofrenda que Dios acepta con agrado. Y el trabajo, la familia, las alegrías, las penas, todo queda transformado; y podemos ofrecernos día a día como una víctima viva, santa, agradable a Dios, verdadero culto espiritual, verdadera Eucaristía.
Cristo Jesús es el sí definitivo al amor que Dios nos tiene y a la vida que de Él nos llega:
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Y porque todas las promesas de Dios han tenido su Sí en Cristo, por eso podemos decir por Él Amén a la gloria de Dios. Cristo Jesús es el Amén del hombre a Dios. La plena adhesión, la confianza perfecta en la eficacia de las promesas de Dios. La historia de la Salvación se mueve desde la infidelidad del hombre a Dios en Adán, hasta la plena obediencia de Jesús en la Cruz que, como expresa el libro del Apocalipsis, es el principio de una nueva creación:
Al Ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: Así habla el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios.
Jesús es el Amén. Ése es el misterio de su vida. Por eso es redentora. Y la fidelidad de Cristo a Dios es tan poderosa que contiene todo otro amén. Sólo hay Amen a Dios por Jesucristo; sólo por Cristo Jesús podemos dar gloria a Dios con nuestra vida, introduciendo todas las dimensiones de nuestro vivir en el Amén del Testigo fiel y veraz, que es testigo, sobre todo, del amor que su Padre Dios nos tiene y del destino de vida eterna, de vida de hijos de Dios que nos tiene reservado.
Todo es obra de Dios que nos ha unido indisolublemente a Cristo y, en Cristo, a unos con otros. Así, podemos decir todos unidos Amén a Dios para su gloria. Y es el Padre el que nos ha ungido y nos ha marcado con su sello, y el que nos ha dado como garantía de salvación el Espíritu en nuestros corazones. Es la acción de la Santísima Trinidad en el cristiano. Qué misterio tan asombroso.
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