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Acuérdate de Jesucristo

Meditación sobre 2 Tim


Timoteo fue uno de los más estrechos colaboradores de San Pablo; un hombre que gozó de su completa confianza y al que el Apóstol quería de un modo especial. Pablo le escribe desde la prisión, que esta vez es la antesala de la muerte. A Pablo la muerte no le altera. Él ha sido elegido apóstol de Cristo Jesús, por voluntad de Dios, para anunciar la Promesa de vida que está en Cristo Jesús; eso es lo que ha hecho y está tranquilo. Su confianza en Dios la expresa el Apóstol en una página conmovedora con la que se despide de su amigo:


Cuanto a mí, estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el buen combate, he llegado a la meta en la carrera, he guardado la fe. Ya me está preparada la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su Venida. 


Pablo entiende su vida de apóstol como una ofrenda agradable a Dios –es lo que «derramado en libación» significa–; una ofrenda que sabe que Dios acepta complacido. El Apóstol ve su vida a la luz de los juegos deportivos de Grecia; lo importante es que ha vencido: ha guardado la fe. Para la corona de la victoria San Pablo confía en «el Señor, justo Juez». No le interesa el juicio del mundo ni nada que del mundo pueda recibir; ni siquiera le interesa el juicio de su propia conciencia. Solo el juicio del Señor. 

   Si pedimos a Dios que nos dé una fe fuerte, una fe que nos haga amar cada vez más intensamente la Venida del Señor –que vendrá para llevarnos con Él–, cuando se acerque el momento de nuestra partida veremos nuestra vida a la luz de estas palabras del Apóstol.


En esta Carta, además de la despedida, escuchamos el testamento que Pablo deja a su colaborador una densa síntesis de la Redención: 


Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, por el cual sufro hasta las cadenas como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación en Cristo Jesús con la gloria eterna. 


Acuérdate de Jesucristo. Siempre. En todo lugar. En cualquier circunstancia de la vida. Acuérdate de Jesucristo y eso te llenará el corazón de paz y de alegría, la paz y la alegría que Él ha venido a traernos, la paz y la alegría que el mundo no puede dar pero que tampoco puede quitarnos. Acuérdate de Jesucristo en la hora del sufrimiento para unir tus fatigas y dolores a la Pasión del Señor. Descubrirás que no sufres en vano, que tu sufrimiento es eficaz para que la palabra de Dios resuene en el mundo entero; que sufres para que todos los cristianos alcancen la salvación en Cristo Jesús con la gloria eterna.


El Apóstol continúa:


Es cierta esta afirmación: 

Si morimos con Él, también viviremos con Él; 

si perseveramos, también reinaremos con Él; 

si lo negamos, también Él nos negará; 

si no somos fieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.


Para vivir con Cristo hay que morir con Él. Si perseveramos día a día en este morir con Cristo para vivir con Él, cuando el Señor nos llame a su presencia nos dará a participar de su realeza, y reinaremos con Él. 

   Jesucristo nos toma en serio; respeta nuestra libertad. Si lo negamos, también Él nos negará. Así en San Mateo: 


“Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, Yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré Yo también ante mi Padre que está en los cielos”.


Pero Jesús permanece fiel; fiel al amor que nos tiene; fiel al poder de su Sangre derramada de perdonarnos los pecados y de reconciliarnos con su Padre Dios. Jesucristo no puede negarse a sí mismo. La Cruz es el testimonio de la fidelidad de Jesús a su Padre y a nosotros. La Resurrección es el sello que Dios pone a esa fidelidad.

   La fidelidad de Cristo es el fundamento sólido de nuestra esperanza; el único fundamento. Todo lo demás, antes o después, se hundirá en el abismo de la muerte. Sólo la fidelidad de Jesucristo permanecerá para siempre. A esa fidelidad podemos volver siempre. Esta seguridad es un estímulo para nuestra lucha por ser fieles al Señor. Hasta que Jesucristo nos resucite el último día.



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