Meditación sobre Ga 5,16-25
Nos dice San Juan que Jesús, hablando en el Templo de Jerusalén, nos reveló:
“En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre, mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”.
De la verdadera esclavitud, que es la del pecado, sólo Dios nos puede liberar. Para darnos su libertad ha venido el Hijo de Dios al mundo. Así podremos quedarnos en la Casa del Padre para siempre. Como hijos. No hay otra verdadera libertad que la de los hijos de Dios.
Con este horizonte escuchamos San Pablo:
Para ser libres nos liberó Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.
Es un verdadero grito de victoria. Y una propuesta de vida. La libertad con la que Cristo nos ha liberado nos hace capaces de luchar y vencer. En esta vida la libertad es lucha. Así lo expresa el Apóstol:
Por mi parte os digo: caminad en el Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que quisierais. Si sois conducidos por el Espíritu no estáis bajo la Ley.
La lucha está clara. Enseguida nos va a decir que por concupiscencia de la carne se refiere a toda la maldad que puede brotar del corazón del hombre. Por eso la lucha es sin cuartel. No basta querer, hay que luchar y vencer. Las obras de la carne:
Ahora bien, las obras de la carne son manifiestas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
Hay que detenerse en la enumeración que hace San Pablo y ver que contiene toda la maldad de la historia. Fruto de esa maldad, fruto de la concupiscencia de la carne, de las obras de la carne, es el gigantesco río de lágrimas y sangre en que el pecado convirtió la historia de la humanidad. Por eso los que hacen tales obras no heredarán el Reino de Dios. Cada uno tiene que preguntarse: ‘¿Yo quiero heredar el Reino de Dios?’ Si la respuesta es sí, ya sé el modo: tengo que dejarme conducir por el Espíritu para poder caminar en el Espíritu. El fruto del Espíritu:
El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias. Si vivimos en el Espíritu, caminemos en el Espíritu.
Qué admirable relación hace el Apóstol del fruto del Espíritu. Hay que detenerse con calma en cada una de las maravillas que el Espíritu obra en nosotros; dar gracias a Dios de todo corazón por darnos la libertad de poder dar ese fruto; y examinarnos por si podemos, que podremos, vivir más plenamente en el Espíritu, para ir sembrando los caminos de la tierra de amor, alegría, paz, etc. En estas pocas líneas, San Pablo nos deja la razón de ser de la lucha, y el programa de crecimiento de la vida cristiana.
El Apóstol nos dice que sólo hay un modo de vencer: clavar en la Cruz de Cristo la carne con sus pasiones y sus concupiscencias. No hay otro lugar donde se puedan crucificar. Así seremos de Cristo Jesús. Y siendo de Cristo Jesús, seremos libres por completo de los poderes de este mundo, capaces de caminar en el Espíritu, y de pasar por la vida con la libertad gloriosa de los hijos de Dios, sembrando el fruto del Espíritu. Todo es pura gracia de Dios.
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