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Dignos de Cristo

Meditación sobre Mt 10,32-39


De las instrucciones que Jesús dio a sus discípulos cuando los envío en misión apostólica:


“A todo el que me confiese delante de los hombres, también Yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también Yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. 


En el encuentro con Nicodemo, Jesús reveló: 


“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios”.


Éste es el horizonte para entender lo que Jesús nos dice acerca de confesarlo delante de los hombres. Lo único verdaderamente importante en nuestra vida es creer en el Nombre del Hijo único de Dios y que, cuando llegue la hora, escuchemos a Jesús decirle a su Padre Dios: “Éste es de los míos”. De cada uno depende. 

   Las palabras de Jesús transforman el tiempo y la vida ordinaria. No hay nada sin importancia en nuestra vida, nada que sea un puro pasar el tiempo. Todo es importante porque todo es ocasión de dar testimonio de nuestra fe en el amor que el Padre nos tiene.


El Señor continúa:


“No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada. Porque he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su propia casa”


En el Cenáculo, justo antes de sufrir la Pasión, Jesús nos anunció:


“Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque Yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo”.


Y al día siguiente, cuando todo el odio del mundo haya descargado sobre Él, desde la Cruz, se dirige a su Padre: Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. El cristiano no se sorprende de nada, y reacciona a la violencia como Jesús, con la oración de intercesión.


Seguimos escuchando:


“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y quien no toma su cruz y sigue tras de mí, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.


Tres veces nos dice Jesús que, en el designio de Dios, está que lleguemos a ser dignos de Él. Asombroso. El Hijo de Dios ha venido a traernos el amor del Padre, a amarnos con el amor con el que el Padre le ama a Él. Si correspondemos a su amor y le amamos con todo el corazón, seremos hechos dignos de Él; y podremos arraigar en su amor todos nuestros amores nobles; y esos amores se abrirán a la vida eterna. Nada se perderá.

   Todo es gracia de Dios. Si dejamos obrar a Dios llegaremos a ser dignos de Cristo, porque el Padre nos hace capaces de amar a su Hijo por encima de todas las cosas.

   Si cargamos con nuestra cruz y seguimos a Jesús por el camino del amor obediente y humilde a su Padre Dios, nuestra vida es transformada en un sacrificio que Dios acepta con agrado. Y Jesucristo nos resucitará el último día. Qué dignidad puede llegar a tener la vida ordinaria.



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