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Alégrate, llena de gracia

Meditación sobre Lc 1,26-31


La etapa de la historia de la Salvación que se extiende desde el pecado del origen hasta la Anunciación se puede considerar que comienza con la palabra que Dios dirigió a Eva: ¿Por qué lo has hecho? No es una amenaza, es la expresión de la tristeza de Dios de la que nos habla un poco más adelante en el mismo libro del Génesis:


El Señor, al ver cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra, y que todos los pensamientos de su corazón tendían siempre al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, doliéndose grandemente en el corazón.


Y este dolor del corazón de Dios le lleva a compadecerse de nosotros y a poner en marcha la Redención. La etapa que se inició con la palabra llena de tristeza a Eva culmina con la palabra llena de alegría que, por medio del ángel Gabriel, Dios dirige a María: Alégrate, llena de gracia. Es la palabra desde que la muerte entró en el mundo la humanidad estaba esperando. Es la palabra que expresa y es portadora de la alegría de Dios:


Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.


El ángel trae a María, de parte de Dios, la invitación a la alegría, a la alegría que brota del corazón de Dios y está llamada a crecer hasta la plenitud.


El ángel invita a María a alegrarse porque es la llena de gracia y el Señor está con Ella. Por fin ha llegado el día del cumplimiento de la Promesa del origen. María es la mujer en la que Dios va a poner enemistad con la serpiente:


Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho esto maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo.(...) Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar


María es la llena de gracia desde su concepción; el Señor está siempre con ella. Es la Mujer de la que va a nacer el que pisará la cabeza de Satanás. 


El ángel invita a María a alegrarse porque vas a ser la Madre del Hijo de Dios. En Jesús, el Hijo de María, Dios Hijo viene al mundo a reconciliarnos con su Padre y darnos el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ésa es la alegría que, sin saberlo, la humanidad estaba esperando, la única alegría que puede llenar plenamente el corazón del hombre, porque Dios nos ha creado para que lleguemos a ser sus hijos.


Con los años de convivencia con su Hijo Jesús la alegría de María crecerá, pero lo hará acrisolada por el dolor: la vida de la Familia de Nazaret estará siempre bajo la sombra de la Cruz del Hijo. Hasta que llegue la hora del Calvario. Allí, junto a la Cruz de su Hijo, sumergida en un dolor que no podemos comprender, la Madre de Jesús oirá resonar de un modo nuevo el: Alégrate, llena de gracia. Su Hijo nos la va a dar por Madre:


Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.


Y María tendrá ahora la enorme alegría de cuidar de nosotros, de colaborar con el Espíritu Santo para que la Sangre de su Hijo no se haya derramado en vano. Y si acogemos a la Madre de Jesús, traerá a nuestra vida la alegría que recibe de Dios. Y esta alegría pondrá su sello en todo lo nuestro.


Una vez que su Hijo nos la ha dado por Madre, la palabra de Dios que invita a María a la alegría puede llegar a la plenitud a la que estaba destinada desde el principio, porque las palabras de Dios –que hay que entender a la luz del Misterio de Jesucristo– son sin arrepentimiento, vivas, eficaces, y están llamadas a llegar a plenitud. La plenitud del Alégrate, llena de gracia es la Asunción.


En el Cenáculo, Jesús pide con fuerza a su Padre:


Padre, 

los que Tú me has dado, 

quiero que donde Yo esté 

estén también conmigo, 

para que contemplen mi gloria, 

la que me has dado, 

porque me has amado 

antes de la creación del mundo.


Para Jesús todos somos un don que su Padre le ha hecho, pero esto es especialmente así con su Madre, el don por excelencia. Por eso en esta oración expresa, de modo eminente, el deseo de tener a su Madre junto a Él. Jesús quiere que su Madre, que le ha contemplado en el pesebre de Belén, en el taller de Nazaret, y clavado en la Cruz en el Calvario, lo contemple en la plenitud de su gloria. Jesús quiere que los ojos de María, esos ojos de Madre que han visto como el odio de Satanás y del mundo se cebaba en su Hijo, vean ahora resplandecer su gloria y el amor con el que el Padre le ama. Y Dios Padre escucha la oración de su Hijo. La Asunción de María es la respuesta de Dios a la petición de su Hijo. Así el Alégrate, llena de gracia llega a la plenitud que sólo pueden llegar las palabras de Dios. 



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