Meditación sobre Ef 1,11-23
El Apóstol nos acaba de decir que Dios nos dio a conocer el Misterio de su Voluntad, según el benévolo designio que en Él se propuso para realizarlo en la plenitud de los tiempos, de hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo de los cielos y lo de la tierra. Ahora va a seguir revelando el obrar del Padre de la gloria en Cristo:
En Él, en quien también fuimos constituídos herederos, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo.
En Él, también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido, que es prenda de nuestra herencia, para redención de los que ha hecho suyos, para alabanza de su gloria.
Jesucristo es el Hijo. En Él, Dios nos ha constituido hijos adoptivos y, por eso, herederos –coherederos con Cristo–. Ese proyecto de la benevolencia de Dios alcanza tanto al Israel fiel, que ya tenía puesta su esperanza en Cristo, como a los cristianos de Éfeso, que han sido sellados con el Espíritu Santo prometido. Se terminó la distinción entre judío y gentil. En Cristo todos hemos recibido la verdadera herencia, que es la filiación divina, y todos podemos vivir alabando la gloria de Dios. Realmente no hay más que motivos para dar gracias a Dios por el amor con el que nos ama en su Hijo Amado.
Ahora, la oración acción de gracias y de petición:
Por esto también yo, conocedor de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros y de hacer de vosotros memoria en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a que os ha llamado, cuáles las riquezas y la gloria de la herencia otorgada a los santos, y cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, según la fuerza de su poderosa virtud que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación, y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo.
Qué página tan densa y profunda. Qué preciosa referencia a la fe, la caridad, y la esperanza. San Pablo se revela como el pastor que tiene siempre presente en su oración a sus ovejas; que sabe apreciar lo verdaderamente valioso; y sabe pedir lo verdaderamente importante: que lleguemos a conocer perfectamente el amor que Dios nos tiene en Cristo.
Luego, aunque no interrumpe el flujo del escrito, San Pablo se centra en lo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, ha realizado en su Hijo Encarnado. Resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su derecha, lo ha constituido por encima de todo cuanto tiene nombre. Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo.
La relación de Cristo con todo lo creado es de dominio; con los cristianos, miembros de su Cuerpo, de comunión. De su Plenitud lo recibimos todo, como nos revela San Juan en el prólogo de su Evangelio:
Y la Palabra se hizo carne,
y puso su Morada entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad...
Pues de su plenitud hemos recibido todos,
y gracia por gracia.
Porque la Ley fue dada por medio de Moisés;
la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Qué insondable es el Misterio de Cristo. Sólo si el Padre de la gloria ilumina los ojos de nuestro corazón con el Espíritu de sabiduría y de revelación podemos aspirar a irlo conociendo poco a poco. Y así podremos vivir cada vez más profundamente en ese Misterio. Y nuestra vida se convertirá en un canto de alabanza y agradecimiento.
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