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Entre dos mujeres

La primera etapa de la Historia de la Salvación –larguísima etapa– se mueve entre dos acontecimientos que tienen como protagonistas a dos mujeres. El que abre esta primera etapa es el pecado de Eva; el que la cierra, la Anunciación a María. La luz para entender estos dos acontecimientos es la relación de esas dos mujeres con Dios y con su Palabra.


La primera mujer es la que, ante la prueba, cuando tuvo que elegir, rechazó el obedecer a Dios: 


Dios impuso al hombre este mandamiento: De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.


Eva acogió la palabra de la serpiente:


De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.


No se fió de Dios, sino de su propio juicio: 


Como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, que igualmente comió


Cuando Dios le pregunte: ¿Por qué lo has hecho? La mujer responderá: La serpiente me sedujo, y comí. Pero no es verdad. La serpiente no tiene el poder de forzar nuestra libertad y hacernos pasar de la obediencia a Dios a la desobediencia. En la relación con Dios obediencia y desobediencia están en mundos completamente distintos: obedecer a Dios es ponernos en sus manos; desobedecer es vivir desde nosotros mismos. Eva comió del árbol porque quiso. En el momento que dirigió la mirada al árbol después de la sugerencia de la serpiente ya estaba todo decidido. La mujer había pervertido su relación con Dios. Con Dios no se negocia. Se escucha su Palabra y se guarda. Con la clara conciencia que es un misterio incomprensible que Dios nos dirija su Palabra, que espere algo de nosotros; un misterio que sólo se puede explicar por el amor que Dios nos tiene.


Rechazar la Palabra del Dios Vivo y dador de vida, rechazar la Palabra que es portadora de vida tiene unas consecuencias terribles. Así se lo hizo saber Dios a Adán: 


Al hombre le dijo: Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que Yo te había prohibido comer,... con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás. 


Y el relator nos dice:


El hombre llamó a su mujer ‘Eva’, por ser ella la madre de todos los vivientes


Por la desobediencia de esa mujer entró la muerte en el mundo. De esa madre nacemos todos los vivientes como hijos de la desobediencia, como colaboradores del reino de la muerte, como seres destinados al sepulcro. Y todos llevamos profundamente grabado ese sello en el corazón. Por eso, en Getsemaní, el Señor nos dirá: Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.


Pero Dios no dejará que la desobediencia y la muerte tengan la última palabra en su Creación. Por eso, inmediatamente después del pecado del origen, anuncia que llegará una Mujer que oirá sólo su voz, que sólo confiará en Él, que le obedecerá siempre: 


Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente:... Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.


Esa mujer en la que Dios ha puesto enemistad con la serpiente es María. Cuando el Ángel Gabriel le hizo saber lo que Dios esperaba de ella, María respondió: 


He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. 


María no pide ninguna señal; no está llegando a un acuerdo con Dios. Ella es la humilde esclava que pone su vida al servicio de Dios. Su vivir será pura obediencia agradecida. Por esa puerta que es su obediencia humilde y agradecida entrará el Redentor al mundo. Y el Hijo de Dios que nacerá de Ella será portador de vida eterna; y será Cabeza del linaje de los hijos obedientes a Dios. Dándonos a su Madre por Madre María tendrá una presencia particular en la vida de la Iglesia, para enseñarnos a escuchar y guardar la Palabra de Dios. Y la experiencia de tantísimos cristianos a lo largo de la historia es que el amor a la Virgen deja en el corazón un profundo deseo de obedecer a Dios.


Nuestra vida se mueve entre estas dos mujeres; entre estas dos madres. Aquí están todos los elementos del drama de la historia del hombre, que tiene que elegir de quién quiere ser hijo; si quiere vivir obedeciendo a Dios o hacerlo desde su propio juicio; si quiere poner sus capacidades al servicio de la vida o de la muerte. Ojalá resuene con fuerza en nuestro corazón: yo quiero ser hijo de la Madre de Jesús.




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