Meditación sobre Col 3,1-17
El acto verdadero y propio que marca la entrada en el pueblo de la Alianza del Sinaí, es la circuncisión. Pablo, verdadero israelita, nos va a explicar que esa circuncisión, como todas las instituciones del Israel de Dios, es un tipo –una figura– destinada a ser llevada a plenitud por Jesucristo. Y el Apóstol nos habla de «la circuncisión de Cristo»:
En Él fuisteis circuncidados con una circuncisión no de mano de hombre –con la eliminación del cuerpo carnal– sino con la circuncisión de Cristo: con Él fuisteis sepultados en el bautismo, y en Él también fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos.
Desde luego Pablo es un artista. Ahora nos va a decir que la vida cristiana consiste en hacer honor a la circuncisión de Cristo:
Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él.
Qué misterio tan admirable. Qué designio tan asombroso tiene Dios para nosotros. ¿Por qué? Por el amor que nos tiene. No hay otra explicación. Por el amor que nos tiene nos ha enviado a su Hijo, y por el amor que nos tiene hará que llegue un día en el que aparezcamos gloriosos con Él. Con el corazón rebosante de gozo y agradecimiento, lo que nos toca ahora es manifestar que hemos resucitado con Cristo.
Pablo se va a detener en lo que se sigue de que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Lo hace con un díptico:
Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros.
Con Cristo hemos sido sepultados en el bautismo. Pablo nos dice lo que eso significa. Ya sé dónde están los frentes de mi lucha ascética: quitar de mi vida todo lo que desagrada a Dios. Amplio campo para, con la ayuda del Espíritu Santo, ir mejorando día a día.
El Apóstol cierra la primera página del díptico y abre la segunda:
Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos.
Hay que llegar a que Cristo sea todo en todos. Por eso el misterio de mi vida cristiana lo expresa Pablo con dos palabras: despojarse y revestirse. Hay que dejar en el ámbito de la muerte todo lo que pertenezca al hombre viejo, y hay que luchar para irse revistiendo del hombre nuevo.
San Pablo se centra en el revestirse del hombre nuevo. La página no puede ser más bonita:
Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.
Esta página es tan admirable, y nos entrega una revelación tan poderosa, que lo que hay que hacer es escucharla, meditarla en la oración y, con la gracia de Dios, vivirla. En esta página está expresada la esperanza que Dios tiene puesta en nosotros; y la fe que tenemos que tener en nosotros mismos. Porque tenemos que creer en nosotros mismos. Tenemos que creer que somos hijos amados de Dios, que ya hemos resucitado con Cristo y caminamos hacia la participación plena de la gloria de Jesucristo; tenemos que creer que podemos complacer a nuestro Padre Dios con nuestra vida, y que llegaremos a ser lo que el apóstol nos dice en esta página admirable.
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