Meditación sobre Ef 4,17-32
San Pablo nos acaba de decir que la finalidad de la vida del cristiano es que, viviendo la verdad con caridad, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo. Con este entusiasmante horizonte escuchamos al Apóstol.
Por lo tanto, digo y testifico esto en el Señor: que ya no viváis como viven los gentiles, en sus vanos pensamientos, con el entendimiento oscurecido, ajenos a la vida de Dios a causa de la ignorancia en que están por la ceguera de sus corazones. Los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas.
Qué escena tan penosa. Están ajenos a la vida de Dios y, como consecuencia, han perdido el sentido moral y se han entregado a todo tipo de libertinaje. Como viven ajenos a Dios, que es la Luz, tienen el entendimiento oscurecido y el corazón ciego; viven en la ignorancia por excelencia, que es no conocer a Dios. Qué triste que puedan llegar a ese estado unas personas de las que Dios, en la creación, ha dicho: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra. Por eso el Apóstol nos dirige con fuerza el ruego de que no vivamos como los gentiles. Y lo hace poniendo al Señor por testigo.
La sociedad que nos describe Pablo estaba profundamente deshumanizada. ¿Cómo sería allí la vida? El cristianismo lo transformará todo. Por eso es tan importante que vivamos como nos dice el Apóstol. No es sólo cuestión individual, se trata de hacer un mundo verdaderamente humano, una sociedad que no sea ajena a la vida de Dios. Qué responsabilidad tan grande tenemos.
Ahora San Pablo nos dice cómo debemos comportarnos los cristianos para vivir cara a Dios:
No es esto, en cambio, lo que vosotros aprendisteis de Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por Él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. Despojaos, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, para renovaros en el espíritu de vuestra mente, y revestíos del hombre nuevo que ha sido creado conforme a Dios en justicia y santidad verdaderas.
La clave es lo que Cristo nos ha enseñado. De ahí brota nuestra vida cristiana. Ninguna otra enseñanza nos interesa lo más mínimo. Por eso la importancia extrema de aprender de Cristo, de escucharle con atención, de dejarnos enseñar de acuerdo con la verdad que está en Él. Solo en Él.
Entonces estaremos en condiciones de despojarnos del hombre viejo mediante la fe en Cristo y, completamente renovados en el espíritu, podremos revestirnos del hombre nuevo, creado conforme a Dios en justicia y santidad verdadera. El hombre nuevo, que corresponde al proyecto de Dios creador, es la condición humana inaugurada y hecha posible por la muerte y resurrección de Jesucristo.
Ahora el Apóstol se detiene en algunos aspectos de ese proceso de irse despojarse del hombre viejo e irse revistiendo del hombre nuevo.
Por eso, apartándoos de la mentira, que cada uno diga la verdad a su prójimo, porque somos miembros unos de otros. Si os enojáis, no pequéis; no se ponga el sol estando todavía airados, y no deis ocasión al diablo. El que robaba, que no robe ya más, sino trabaje seriamente, ocupándose con sus propias manos en algo honrado, para que así tenga con qué ayudar al necesitado. Que no salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino lo que sea bueno para la necesaria edificación y así contribuya al bien de los que escuchan. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que habéis sido sellados para el día de la redención. Que desaparezca de vosotros toda amargura, ira, indignación, griterío o blasfemia y cualquier clase de malicia. Sed, por el contrario, benévolos unos con otros, compasivos, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo.
Se trata de irnos identificando con Cristo, encarnando en nuestra vida la vida de Cristo, contribuyendo al crecimiento del Cuerpo de Cristo. Me parece que, de lo que nos dice aquí el Apóstol, la clave es: «Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que habéis sido sellados para el día de la redención». Se trata de dejarse llevar, siempre y en todo, por el Espíritu Santo de Dios; que todas nuestras palabras y obras lleven el sello del Espíritu Santo. Así vamos caminando de cara al día de la redención.
Consecuencia de esta vida es la práctica de las virtudes, que hacen posible y grata la convivencia entre los cristianos como miembros del mismo Cuerpo de Cristo. De estas virtudes humanas nos habla el Apóstol. Es muy conveniente detenerse en cada una de ellas meditándolas en la oración. San Pablo nos deja claro aquí todo un programa para hacer el examen de conciencia de la Confesión Sacramental.
Es admirable como termina San Pablo: «Sed, por el contrario, benévolos unos con otros, compasivos, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo». En estas pocas palabras hay todo un programa de vida cristiana. Un programa que se aprende a vivir contemplando la Pasión de Cristo porque, ¿dónde vamos a aprender lo que Dios nos ha perdonado en Cristo?
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