Meditación sobre Rom 6,1-11
San Pablo acaba de decirnos:
Pero Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
Con este horizonte escuchamos cómo obra el amor de Dios en nosotros:
¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Él con una muerte como la suya, también lo seremos con una resurrección como la suya; sabiendo esto: que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él para que fuera destruido el cuerpo del pecado, a fin de que ya nunca más sirvamos al pecado. Quien muere queda libre del pecado.
El amor de Dios por nosotros nos lleva a morir al pecado, y el modo como lo hace es dándonos a participar de la muerte y resurrección de su Hijo, injertándonos, mediante el bautismo, en la Cruz y Resurrección de Cristo Jesús. Por eso el Apóstol se centra en lo esencial de la vida del cristiano: el bautismo en Cristo Jesús, que es el gran Don que nos ha hecho la Santísima Trinidad, y que fundamenta y da razón de la vida nueva del cristiano.
San Pablo lo expresa de un modo admirable. Escuchar y meditar sus palabras, que realmente no necesitan comentario, nos llena el corazón de paz y de esperanza. Y nos llena el alma del deseo de participar, cada vez más plenamente, del bautismo de Cristo, de morir cada día al pecado para vivir una vida nueva, que es la participación en la vida de Cristo resucitado. Ser cristiano es, con la gracia de Dios, hacer honor al bautismo.
Los cristianos hemos sido injertados en Cristo con una muerte como la suya; nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él y ha sido destruido el cuerpo del pecado. Y, por la gloria del Padre, hemos sido injertados en una resurrección como la suya. El Apóstol saca las consecuencias:
Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, porque sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Porque lo que murió, murió de una vez para siempre al pecado; pero lo que vive, vive para Dios. De la misma manera, también vosotros debéis consideraros muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
Nosotros con Cristo. Lo nuestro es vivir de fe en Cristo. Vivir la vida de Cristo. No hay ninguna otra cosa en el mundo que nos importe. Si Cristo murió al pecado de una vez para siempre, también nosotros debemos considerarnos muertos al pecado. Y si Cristo vive para Dios, también nosotros debemos considerarnos vivos para Dios en Cristo Jesús. Éste es el designio y la obra de la Santísima Trinidad en nosotros. Lo que nos toca es, con la gracia de Dios, llevar a cabo esa obra. Y vivir con el corazón rebosando de la alegría que brota de estas palabras del Apóstol.
Comentarios
Publicar un comentario