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Confiad, Yo he vencido al mundo

Meditación sobre Jn 16,16-33


Termina la larga conversación de Jesús con sus discípulos en el Cenáculo. El Señor tiene por delante la muerte y la Resurrección.


Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: ¿Qué es eso que nos dice: ‘Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’ y ‘Me voy al Padre’? Y decían: ¿Qué es ese ‘poco’? No sabemos lo que quiere decir.  

   Jesús comprendió que querían preguntarle y les dijo: ¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: ‘Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’? En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. En aquel día no me preguntaréis nada. 


Jesús está hablando de su pasar de este mundo al Padre por el camino de la muerte y la Resurrección. Los discípulos no le entienden. Ya se lo había anticipado otras veces, pero este misterio sólo se puede entender –en la medida en que se puede entender– después de sucedido y con la asistencia del Espíritu Santo.

   La imagen de la mujer en trance de dar a luz es muy gráfica. Jesucristo Resucitado es el Hombre que va a nacer; de su vida recibiremos la vida de hijos de Dios. El mundo viejo ha pasado; con la Resurrección de Cristo se inicia una nueva creación, que se abrirá a la eternidad. Los discípulos se entristecerán, pero su tristeza se transformará en alegría cuando el Señor vuelva a encontrarse con ellos. Esa alegría nadie se la podrá quitar. Esa es la alegría capaz de acoger y dar sentido a todas las fatigas y sufrimientos de la vida.

   La presencia de Jesús resucitado será la luz poderosa que lo ilumine todo. Cuando los discípulos se encuentren con Jesús resucitado ya no le preguntarán nada. Ya no hará falta preguntar. Cristo Crucificado y Resucitado es la respuesta a todas las preguntas del hombre; a la pregunta sobre el origen y el destino de nuestra vida; sobre el sentido del sufrimiento y la muerte; sobre el poder de la injusticia en el mundo; y a tantas otras preguntas que los hombres nos hacemos. Pero el Resucitado es, sobre todo, la respuesta a la pregunta sobre el Amor que Dios nos tiene. No hay otra respuesta.

   Qué terrible es la palabra: y el mundo se alegrará. El mundo se va a alegrar de la pasión, crucifixión y muerte de Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios, el que nos ha sido enviado por Dios Padre para salvarnos. Y el mundo se alegrará también del dolor de la Madre de Jesús y de los cristianos. Es una palabra terrible y reveladora. Se refiere a toda esa realidad tenebrosa, dominada por Satanás que se alegra con la Pasión de Cristo. Es el mundo que comenzó su historia con el pecado del origen y la terminará cuando Jesús vuelva a vernos de forma plena y definitiva en la Parusía. La alegría del mundo está marcada con el sello del Juicio.


El Señor continúa:


En verdad, en verdad os digo: cuanto pidiereis al Padre os lo dará en mi Nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo. Esto os lo he dicho en parábolas; llega la hora en que ya no os hablaré más en parábolas, antes os hablaré claramente del Padre. Aquel día pediréis en mi Nombre, y no os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído que Yo he salido de Dios.


Jesús es el Mediador. En su Nombre llega nuestra petición al Padre y en su Nombre el Padre nos dará todo lo que le pidamos. Y Jesús nos anima a pedir en su Nombre para que recibamos y experimentemos el gozo de la oración de petición. Sólo el cristiano puede experimentar ese gozo.

   Cuando Jesús vuelva al Padre nos enviará al Espíritu de la Verdad, que nos recordará todo lo que nos ha dicho y nos llevará a la verdad completa de sus palabras. Con la asistencia de su Espíritu y de su Iglesia, Jesucristo nos hablará claramente del Padre. Sólo Él puede hacerlo, porque sólo el Hijo conoce al Padre. Para pensar con profundidad y rigor la enseñanza de Cristo y poderla expresar con precisión y elegancia la Iglesia ha contado con la ayuda inestimable de la filosofía griega.

   Cuando pidamos al Padre en nombre de su Hijo, no sólo descubriremos que Jesús pide al Padre por nosotros –admirable misterio que seamos el tema de la oración de Cristo–, sino que conoceremos que el mismo Padre nos ama y, si el Padre nos ama, lo hace con el amor con el que ama a su Hijo Unigénito, porque el Padre sólo tiene un amor: el amor con el que ama a su Hijo. Y descubriremos que la razón de que el Padre nos ame es nuestro amor a Jesucristo y la fe en que ha salido de Dios.

   

Jesús concluye la poderosa revelación del Cenáculo. Y comienza con una frase que contiene todo su Misterio:


Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre. 

   Dijéronle los discípulos: Ahora hablas claramente y no dices parábola alguna. Ahora sabemos que conoces todas las cosas y que no necesitas que nadie te pregunte; en esto creemos que has salido de Dios. 

   Respondioles Jesús: ¿Ahora creéis? He aquí que llega la hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno por su lado y a mí me dejaréis solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad, Yo he vencido al mundo.


 Jesús ha salido del Padre y ahora vuelve al Padre, pero nunca ha dejado de estar con el Padre. Tampoco estará solo en la Cruz: no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Ni estará solo ni la Cruz será su derrota, sino su victoria sobre Satanás y sobre el mundo del pecado y de la muerte. Por eso el: confiad, Yo he vencido al mundo

   Jesús les ha dicho a sus discípulos que ha llegado la hora en la que su fe va a ser probada y se quebrará, la hora en la que se dispersarán y le dejarán solo, para que tengan paz en Él; para que no se hundan definitivamente, y que llegue la hora en que confíen en que Él está con el Padre y ha vencido al mundo. Con esa paz y esa confianza vencerán todas las tribulaciones que van a tener en el mundo. Y así fue; y así ha sido a lo largo de los siglos; y así será siempre en la vida de la Iglesia, porque en el corazón de los cristianos resonará siempre esta palabra de ánimo de Jesús: confiad, Yo he vencido al mundo.


Excursus: «Dentro de poco ya no me veréis»


Jesús dejará de ser visto como lo ha sido hasta entonces; lo volverán a ver, pero lo verán de un modo nuevo. El «ya no me veréis» que Jesús dice a sus discípulos mantendrá una dimensión de verdad. Cuando Jesús sea sepultado se cerrará una etapa de ver al Hijo de Dios encarnado. Una etapa que se abrió en Belén y que ha durado poco más de treinta años. Los que, como los apóstoles y, sobre todo María y José, han podido ver con sus ojos a Jesús y escuchar con sus oídos sus palabras, han sido verdaderamente privilegiados. Así se lo dijo el Señor:


Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.


No sólo muchos profetas y reyes sino todos hubiéramos deseado ver y oír a Jesús como lo hicieron sus discípulos. Nos quedan los Evangelios. Escuchar los Evangelios y dejarse introducir en ellos es lo más cerca que podemos estar del Jesús que vivió entre nosotros. Pero sigue siendo verdad el «ya no me veréis» y, por eso, sigue viva –y seguirá hasta que el Señor nos llame a su presencia– esa tristeza por su ausencia de la que Jesús habla.



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