Meditación sobre Ef 5,1-10
San Pablo acaba de decirnos:
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo
En este horizonte continúa:
Imitad, por tanto, a Dios, como hijos queridísimos, y caminad en el amor, lo mismo que Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y ofrenda de suave olor ante Dios.
Qué palabras tan admirables. En estas pocas líneas está contenido el misterio del cristianismo, que es un misterio de amor familiar. Emociona pensar que somos hijos queridísimos de Dios, que podemos imitar a nuestro Padre Dios caminando en el amor, por ese camino que ha abierto Cristo, y que le ha llevado a entregarse por nosotros como oblación y ofrenda de suave olor ante Dios.
Me parece que hay que dejar que las palabras de San Pablo se nos graben en el corazón para poder meditarlas a lo largo del día. Entonces nuestra vida se transformará. Viviremos envueltos en el amor del Padre y del Hijo, abriendo espacio a ese amor en el mundo con nuestra conducta. Todo será motivo de acción de gracias a la Santísima Trinidad.
El Apóstol saca las consecuencias de lo que acaba de decir. Nos ha dicho: «caminad en el amor» y ahora nos va a prevenir de los caminos que nos alejan del amor y nos hacen incapaces de heredar el Reino de Cristo y de Dios.
Como conviene a los santos, la fornicación y toda impureza o avaricia ni se nombren entre vosotros; ni palabras torpes, ni conversaciones vanas o tonterías, que no convienen. Haced más bien acciones de gracias. Porque debéis tener bien claro y aprendido esto: que ningún fornicario o impúdico, o avaro, que es como un adorador de ídolos, puede heredar el Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con palabras vanas, porque por culpa de esto vino la ira de Dios sobre los hijos de la rebeldía. Por tanto, no os hagáis cómplices suyos.
Las palabras de Pablo son clarísimas. No necesitan comentario. Se trata de vivir como conviene a los santos, dando gracias a Dios por todo, trabajando para heredar el Reino de Cristo y de Dios, no adorando ningún ídolo y prevenidos para no dejarnos engañar por nadie.
El Apóstol ha empezado diciéndonos: «caminad en el amor»; y ahora va a decirnos: «caminad como hijos de la luz»:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora en cambio sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz, porque el fruto de la luz se manifiesta en toda bondad, justicia y verdad, sabiendo discernir lo que es agradable al Señor.
San Juan, en la primera de sus Cartas nos dice: El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es Amor. Y también: Dios es Luz y en Él no hay tiniebla alguna. En este horizonte se mueve San Pablo. Después del amor, se centra ahora en la luz. Hubo un tiempo en el que fuimos tinieblas pero, por el amor de Jesucristo que se entregó por nosotros como oblación y ofrenda de suave olor ante Dios, ahora somos luz en el Señor, y debemos caminar como hijos de la luz. Así aprenderemos a discernir lo que es agradable al Señor, y nuestra vida ordinaria dará fruto abundante de bondad, de justicia y de verdad; es decir, de santidad.
Qué misterio tan admirable que podamos vivir imitando a Dios y haciendo lo que es agradable al Señor. Qué regalo tan asombroso nos ha hecho Dios con la vocación cristiana, y haciéndonos dignos de vivirla en todas las circunstancias de la vida.
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