Meditación sobre Mt 11,2-15
Juan envía a sus discípulos a hacerle a Jesús la pregunta decisiva. La que todo hombre, del modo que solo Dios conoce, le hará en algún momento de su vida. Porque todos oímos hablar de las obras de Cristo, que son obras de justicia y de verdad, de misericordia y de vida, obras que brotan del amor a Dios.
Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”
Jesús les respondió: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva. Y bienaventurado aquel que no halle escándalo en mí.”
El Bautista está desconcertado. Sabe que Dios le ha enviado como precursor para preparar el camino del que ha de venir, pero el modo como ha entendido su misión tiene poco que ver con el comportamiento de Jesús. Juan ha clamado: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Pero aparece Jesús y con Él no viene la ira de Dios sino su misericordia. Y eso es lo que los discípulos tienen que contar a Juan: que han visto la misericordia de Dios actuando. Ése es el signo de que Jesús es el que ha de venir, que no hay que esperar que Dios envíe a otro porque no lo hará. Con la alusión a los oráculos de Isaías, Jesús muestra que sus obras inauguran ciertamente la era mesiánica, y lo hacen como tiempo de salvación y de vida. En Jesús de Nazaret, el hijo de María, se ha encarnado la plenitud de la misericordia de Dios corporalmente. Esa es la Buena Nueva que Jesús anuncia a los pobres.
Estamos en el horizonte de la Redención. Pobres, en labios de Jesús, no es una categoría económica ni sociológica; es una categoría de Salvación; una categoría que aparece con la venida del Hijo de Dios al mundo. Todo lo que el mundo considera riqueza es vanidad; pasará; la única verdadera riqueza, lo único permanente es la misericordia de Dios. Por eso los pobres a los que se refiere Jesús aparecen en el mundo con el anuncio del Evangelio; son los que solo anhelan la Buena Nueva que Jesús les anuncia. El que no halla escándalo en Él es bienaventurado, entrará en el Reino de Dios.
La respuesta de Jesús que le llevaron sus discípulos debió de ser una gran alegría para Juan. Y una luz resplandeciente. Ahora comprende su misión; ahora comprende que él ha sido el precursor de la misericordia de Dios.
Jesús termina diciendo: Y bienaventurado aquel que no halle escándalo en mí. Para entender lo que es escandalizarse de Jesús me parece que lo mejor es ir al Sanedrín, en el comienzo de la Pasión. Nos dice San Marcos:
Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?” Pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” Y dijo Jesús: “Sí, Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo”. El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?” Todos juzgaron que era reo de muerte.
Ante Jesús solo caben dos posturas: acogerlo como el Hijo de Dios que el Padre nos ha enviado para darnos la vida eterna, o considerarlo un blasfemo que se ha hecho acreedor a la pena de muerte.
Ahora Jesús nos revela quién es Juan:
Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿a ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: «He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino». En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él”.
Qué gran elogio hace Jesús de Juan, al que su Padre ha enviado a llevar a perfección la economía de la Primera Alianza. Por eso la referencia que el Señor hace a Elías y la cita de Malaquías, el último de los profetas. Pero la venida de nuestro Señor Jesucristo lo transforma todo. El Reino de Dios viene con Jesús. Juan, en tanto que Precursor, se ha quedado a la puerta. Entre las dos economías hay continuidad y hay radical novedad. Juan prepara el camino del que trae el Reino de los Cielos, pero hasta el más pequeño en el Reino de Dios puede hacerlo presente con su vida cristiana.
Pero entrar en el Reino de Dios no es fácil:
“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga”.
La Pasión de Cristo revela la violencia que el Reino de los Cielos sufre víctima del odio del mundo. Sobre Jesús descarga toda la maldad que, a lo largo de la historia ha brotado del corazón pecador del hombre. Jesús acoge ese odio en el amor obediente a su Padre Dios. Y la Pasión de Cristo revela la violencia del combate del cristiano para ser fiel a Jesucristo hasta el final y vencer con Él. Así lo dice Jesús en el libro del Apocalipsis:
Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como Yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono.
Realmente solo los violentos arrebatan el Reino de los Cielos.
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