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El que me odia a mí, también odia a mi Padre

Meditación sobre Jn 15,12-25


Después de decirnos que permaneceremos en su amor si guardamos sus mandamientos, Jesús nos revela:


“Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que Yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 

   No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros”.


Jesús comienza y termina dejándonos su mandamiento. La Cruz será el testimonio de que el Hijo de Dios ha venido al mundo para darnos el poder de amarnos como Él nos ama y de llegar a ser sus amigos. Su mandamiento es la puerta para entrar en su amistad. No hay otra. Cuando Jesús nos dice que somos sus amigos estas palabras graban el sello de su amistad en todas las dimensiones de nuestra vida. La vida del cristiano queda profundamente transformada: se trata de vivir una amistad, la amistad con Jesucristo, que ha dado su vida por nosotros.

   La Redención es un misterio de amistad. Jesús nos introduce en su intimidad para darnos a conocer todo lo que ha oído a su Padre. Los Evangelios son la prueba de que somos amigos de Jesús; son el tesoro de sabiduría y amor con el que nada se puede comparar; son la luz que ilumina el camino de la vida; y son la esperanza que abre nuestra vida a la eternidad. 

   Elegidos, enviados y destinados para dar fruto de eternidad y para tener el poder de que el Padre nos escuche siempre. Es la obra del Señor en nosotros. Solo Él puede transformar nuestra vida de este modo; darle esta grandeza. De Jesucristo podemos fiarnos. ¿La prueba de que acogemos su obrar? El amarnos los unos a los otros. Siempre su mandamiento. De ese mandamiento  brota el caudaloso río de amor, de luz, y de vida que es la Iglesia. Los Apóstoles van a grabar en el corazón de la Iglesia el sello del amor con el que Jesús nos ama; así la Iglesia sobrevivirá en el desierto de un mundo que, como vamos a escuchar, está dominado por el odio. 


Cómo cambia ahora el tono de las palabras de Jesús. Qué contraste entre lo que Jesús nos manda y lo que vamos a encontrarnos.


“Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo porque Yo, al elegiros, os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra, también la vuestra guardarán”. 


Todo es consecuencia del odio del mundo a Jesús y de nuestra comunión de vida con el Señor. Hay que estar tranquilos pase lo que pase. Lo único importante en nuestra vida es la fe y el amor a Jesucristo. El odio del mundo que le odia a Él es garantía definitiva de que somos sus amigos y vivimos su mandamiento.


Ahora Jesús va a la raíz del odio del mundo.


“Pero todo esto os lo harán por causa de mi Nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si Yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: «Me han odiado sin motivo»”.


Cuántas veces usa Jesús el verbo odiar en estas pocas palabras. Odiar es lo que caracteriza al mundo del que nos está hablando. Qué contraste con el mundo que Él ha venido a traernos. Desde que Jesús comenzó a llevar a cabo la misión para la que su Padre le envió al mundo, todas sus palabras y obras han sido revelación del amor que Dios nos tiene. El mundo no ha creído en Jesucristo y ha rechazado el amor misericordioso de Dios. Por eso el odio a Él y a su Padre. Ese odio es el pecado del que habla Jesús. Éste me parece el misterio más profundo del corazón del hombre, un misterio donde solo Dios puede entrar: cada uno de nosotros tenemos la capacidad de llegar a odiar a Jesucristo y a su Padre Dios.


Jesús, al elegir a los suyos los ha sacado del mundo. A partir de esa hora el que responde a la elección está en el mundo sin ser del mundo; y participará del destino de Cristo: el mundo lo odiará por causa de su Nombre. Pero el odio del mundo es pavoroso. Por eso Jesús, justo antes de encaminarse hacia la Pasión, le pide a su Padre:


Padre santo, guarda en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos Yo guardaba en tu Nombre a los que me habías dado. He guardado a los que me diste y ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a Ti y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como Yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo como Yo no soy del mundo


Si no nos perdemos, si no renunciamos a ser un don del Padre a su Hijo y no nos dejamos arrastrar por el mundo, es por la fuerza de esta oración de Jesús. El mal, del que solo nuestro Padre Dios nos puede guardar, es llegar a odiarlo a Él y a su Hijo Jesús. El Señor pide a su Padre lo mismo que nos enseñó a pedirle en el Padrenuestro: no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. Por eso no hay que perder la calma; no confiarse, pero no perder la calma. Nuestra fortaleza es la oración de Jesús. El Padre escucha siempre la oración del Hijo. 

   Jesús pide a su Padre que nos guarde del mal, pero que no nos retire del mundo. Los cristianos tenemos una misión que realizar en el mundo, una misión que manifiesta el amor de Jesús por este mundo que le odia y le clavó en la Cruz. La primera dimensión de esa misión es dar testimonio de Jesucristo; así manifestamos el amor que Dios nos tiene a todos, y la esperanza de Jesús de resucitarnos el último día. Un segundo motivo es que abramos espacio al amor que Dios nos tiene; además de que nuestra vida quedará transformada, abrir espacio al amor de Dios es el verdadero bien que podemos hacer a un mundo en el que el odio tiene una fuerza tan terrible. 

   En Cristo se ha cumplido la Ley: «Me han odiado sin motivo». En la Cruz Jesús acoge ese odio y lo ofrece al Padre transformándolo en oración de intercesión. Así nos da la seguridad de la victoria en la lucha, y abre espacio a la conversión de los que le odian a Él y al Padre.



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