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La mirada de Dios

Meditación sobre Lc 1,26-33


La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación. Cada uno de los días en los que el autor estructura su narración comienza: Y dijo Dios; y se cierra: Y vio Dios que estaba bien. Cuando, para culminar su obra, Dios crea al ser humano, el libro del Génesis dice: Vio Dios todo cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien. La mirada de Dios se complace en su obra; todo está muy bien, porque todo lo ha hecho Dios con Sabiduría y Amor; todo es muy bueno porque todo ha brotado de su Corazón.


El pecado transforma la mirada de Dios. El Génesis nos dice:


Viendo Yahveh cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra, y cómo todos sus pensamientos y deseos de su corazón no eran de continuo sino el mal, Yahveh se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, doliéndose grandemente en su corazón.


Qué palabras tan tristes. La obra que ha nacido del Corazón de Dios como un desbordarse de su bondad está ahora sumergida por la maldad que surge del corazón del hombre. Cómo afecta a Dios esta maldad. Qué misterio tan grande el de la compasión de Dios: Dios, que no puede padecer, se compadece de su creación y del hombre, autor y víctima del mal que cubre la creación. Su corazón se llena de dolor y su mirada de tristeza. Qué lejos queda la alegría con la que el Creador contempló el mundo recién salido de sus manos.


Pero el dolor y la tristeza no tendrán la última palabra: Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahveh. Con esa mirada Dios inicia una larga historia que culminará con su mirada a María de Nazaret. 

   La etapa decisiva se inicia con Abrahám. Dios va a grabar en el corazón del Israel fiel el deseo de vivir bajo su mirada complacida. Por eso le dice a Moisés:


Habló Yahveh a Moisés y le dijo: 

Habla a Aarón y a sus hijos y diles: 

Así habéis de bendecir a los hijos de Israel. Les diréis:

Yahvéh te bendiga y te guarde;

ilumine Yahvéh su Rostro sobre ti y te sea propicio;

Yahvéh te muestre su Rostro y te conceda la paz.

Que invoquen así mi Nombre sobre los hijos de Israel y Yo los bendeciré.


Qué bendición tan preciosa. Esta bendición va grabando en el corazón del israelita fiel el anhelo de vivir envuelto en la mirada gozosa de Dios, esa mirada que ilumina su Rostro y que es fuente de su bendición, de su protección, de su bondad y de su paz.


La mirada gozosa de Dios llegará a su pleno cumplimiento con María de Nazaret, la Hija de Sión, en la que Dios va a bendecir a la humanidad toda. Es lo que expresa el saludo del ángel Gabriel el día de la Anunciación:


Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo:

   “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo”. Ella se turbó por estas palabras, y discurría qué podría significar aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”.


María es la llena de gracia, la que está siempre con el Señor. Todo en María es gracia de Dios y correspondencia a la gracia. Es la mujer que ha hallado gracia delante de Dios, a la que Dios mira con agrado, a la que encuentra graciosa, agraciada. María es la mujer en la que Dios se complace, porque la ha elegido y preparado para ser la Madre de su Hijo. En el comienzo de la Encarnación del Hijo de Dios está la mirada llena de alegría que el Padre dirige a María. Es como si su Hijo hubiera venido al mundo en esa mirada. 

   El ángel invita a María a alegrarse. Es la alegría que brota del Corazón de Dios porque ha llegado la hora de reconciliarnos con Él. Es la alegría que llega al mundo en la mirada que Dios dirige a la doncella de Nazaret. La mirada de Dios a María es portadora de la alegría de la Redención. La mirada dolorida de Dios a su creación se ha transformado en la mirada gozosa a la Madre de su Hijo.


Acoger a María como Madre es acoger la mirada en la que Dios la envuelve y la alegría de la que es portadora esa mirada. Por eso todo lo relacionado con la Virgen está marcado con el sello de la santidad y de la alegría. María nos enseña a vivir complaciendo a Dios, y pone en nuestro corazón el deseo de que Dios nos mire con agrado, de que hallemos gracia a sus ojos. Esa es la mirada que nos llena el corazón de alegría y abrirá nuestra vida a la eternidad.



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