Meditación sobre Jn 1,40-51
Jesús está comenzando la misión que el Padre le ha encomendado realizar. Juan, fijándose en Jesús que pasaba ha dado testimonio: He ahí el Cordero de Dios. Dos de sus discípulos le han oído y han seguido a Jesús. El evangelista nos dice:
Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” –que significa: «Cristo»–. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” –que significa: «Piedra»–.
Llevar a Jesús es siempre la prueba de haberse encontrado con Él. Así obra Andrés. Jesús mira a Simón. Qué misterio tan insondable es la mirada de Jesús, una mirada que nos llega desde el Corazón de su Padre; una mirada que es portadora del amor con el que el Padre le ama. Así lo dirá en el Cenáculo: Como el Padre me amó, Yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Vivimos envueltos en la mirada de Jesús deseando, por encima de cualquier otra cosa, permanecer en el amor que esa mirada nos revela. El amor de Jesús nos hará cooperadores en la obra de la salvación de las almas. No hay cosa más divina.
El relato continúa:
Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: “Sígueme”. Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: “Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”. Le respondió Natanael: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?” Le dice Felipe: “Ven y lo verás”.
Estos hombres estaban esperando al Mesías de Israel. Del modo que sólo Él conoce, Dios ha puesto en su corazón la seguridad de su venida. Se cumple la parábola del sembrador: la palabra que Dios ha sembrado en Israel a lo largo de los siglos por medio de los Profetas ha encontrado tierra buena. Israel ha cumplido su misión.
El encuentro de Felipe con Jesús lo transforma en uno de los doce apóstoles. Y Felipe entiende que ahora lo único importante es llevar a las personas al encuentro con el Señor. Empieza con Natanael. Felipe deja claro desde el primer momento que sabe lo esencial para ser apóstol. Nada de engancharse en polémicas. El apóstol de Jesucristo, hace dos mil años como hoy, sabe que su misión es dar testimonio con su vida de que se ha encontrado con el prometido por Dios, revelar quién es Jesús, e invitar a sus amigos al encuentro con Él. Luego, que cada uno decida.
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Le dice Natanael: “¿De qué me conoces?” Le respondió Jesús: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Le respondió Natanael: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”. Jesús le contestó: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”. Y le añadió: “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.
El encuentro de Jesús con Natanael –quizá el Bartolomé de los Sinópticos– queda envuelto en el misterio. ¿A qué se refiere Jesús con la referencia a la higuera? No sabemos; el evangelio no ha querido revelarlo; se ve que no nos afecta. Pero Natanael sí lo sabe; a él sí le afecta; por eso su reacción. Ese día Natanael comenzó a recorrer el camino de la fe, que le llevará hasta ver a Cristo Resucitado en la gloria de su Padre Dios.
La mirada de Jesús penetra hasta el corazón de Natanael. Y nos deja un magnífico testimonio de este hombre. Ojalá el Señor pudiera decir de nosotros: «Ahí tenéis a un cristiano de verdad, en quien no hay engaño». Es decir, un hombre que se manifiesta siempre como un cristiano.
El sueño de Jacob al que se refiere Jesús –una escala que une el cielo y la tierra y por la que suben y bajan los ángeles– es una imagen. La verdadera escala que une el cielo y la tierra es la Humanidad de Cristo Resucitado. Por eso Jesús dirá: Yo soy el Camino... Nadie va al Padre sino por mí.
Cómo le transforma a Natanael el encuentro con Jesús. Desde el: ¿De Nazaret puede haber cosa buena? hasta el: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Qué bien sabía Felipe lo que hacía cuando le dijo: Ven y lo verás. Felipe ya tenía experiencia de lo que significa el encuentro con Jesús.
Excursus: El Dios de los pequeños
En una de las más emocionantes páginas de su Evangelio, San Mateo nos dice:
En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”.
El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es un Dios al que sólo entienden los pequeños, porque es un Dios que se complace, que tiene puesto su beneplácito, en lo pequeño. En el relato de la vocación de los primeros discípulos queda esto particularmente claro.
San Juan nos dice que tres de los primeros apóstoles a los que el Señor llama son de Betsaida. Betsaida era una población insignificante en el inmenso Imperio Romano en el que, además de la propia Roma, había poderosas ciudades como Alejandría, Antioquía, Atenas y muchas otras. Pues tres de los Doce –Pedro, Andrés y Felipe–, tres de ese reducido grupo sobre el que Jesús fundará su Iglesia, son de Betsaida. Qué asombrosos son los designios de Dios. Más asombroso todavía es lo de Nazaret.
Cuando Felipe le dice a Natanael que el anunciado por las Escrituras es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret, Natanael responde: ¿De Nazaret puede haber cosa buena? Una duda razonable, porque Nazaret no había tenido ninguna importancia en la historia de Israel. Felipe no polemiza; sólo le dice: Ven y lo verás. Nosotros seguimos la invitación de Felipe y vamos a ver qué ha salido de Nazaret de Galilea. Y nos quedamos deslumbrados.
De Nazaret ha salido el Mesías, porque en Nazaret se ha Encarnado el Hijo de Dios. Por eso la Redención llevará el sello de Nazaret y, en cierto modo, todo el que llegue a ser hijo de Dios en Jesucristo, habrá sido engendrado en Nazaret.
En Nazaret vivió muchos años la Sagrada Familia, y toda familia que responda al designio de Dios llevará el sello de la Familia de Nazaret. Y así la vida de familia, las alegrías y las penas, las fatigas y los gozos, todo lo que constituye la vida ordinaria de una familia, se convierte en glorificación de Dios.
Y en Nazaret trabajó Jesús en el taller de José y, desde entonces, todo trabajo honrado está marcado con el sello del taller de Nazaret; y es trabajo que el Padre acepta con agrado, como verdadero sacrificio de alabanza.
Sí, de Nazaret puede salir algo bueno. Pero son cosas que los sabios e inteligentes, los poderosos de este mundo, no pueden entender, porque no están en sintonía con un Dios que ama lo pequeño.
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