Meditación sobre Mc 11,27-33
Estamos en Jerusalén. Nos adentramos en la semana que culminará en la Pasión y Resurrección del Señor. Jesús ya ha echado fuera a los que vendían y compraban en el Templo, y ha dado la razón de su comportamiento con palabras fuertes:
“¿No está escrito: «Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes?» ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!”.
Aparecen los que han convertido la Casa de oración en una cueva de bandidos. Quieren pedirle cuentas a Jesús. Pobres. Si fuesen gente noble le habrían agradecido al Señor sus palabras. No es gente noble; solo les interesa el poder y el dinero; lo vamos a ver con claridad.
Llegaron de nuevo a Jerusalén. Paseándose Él por el templo, se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron: “¿Con qué poder haces estas cosas o quién te ha dado poder para hacerlas?” Jesús les dijo: “Os voy a preguntar una cosa; respondedme y os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme”. Y deliberaban entre sí: “Si decimos que del cielo, replicará: ‘¿Por qué, pues, no le creísteis?’ Pero ¿vamos a decir que de los hombres?” Temían a la gente; pues todos tenían a Juan como a un verdadero profeta. Y respondieron a Jesús: “No sabemos”. Jesús entonces les dice: “Tampoco Yo os digo con qué autoridad hago estas cosas”.
Jesús se toma en serio la pregunta de estos hombres; y Jesús se toma en serio el bautismo de Juan. Por eso la pregunta que hace es clave. Clave, en primer lugar, para llevarnos a conocer la importancia del bautismo de Juan en la obra redentora. San Marcos nos ha dicho en el inicio de su Evangelio:
Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la región de la Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Desde la Alianza del Sinaí, Dios ha ido enseñando a su pueblo por medio de los Profetas. El israelita que escucha a los Profetas y recorre el camino por el que Dios le lleva va adquiriendo la conciencia, cada vez más profunda, de ser un pecador y que su Dios es grande en perdonar. Por eso acude, gozoso, al bautismo de Juan. El israelita que desea por encima de todo que Dios le reconcilie con Él y le perdone el mal que ha hecho en su vida, acude, arrepentido y esperanzado, al bautismo de Juan para confesar sus pecados. Ya sabe, porque el Precursor se lo dice, que es un bautismo simbólico, de agua. Pero sabe que la conversión del corazón es muy real y que la confesión de los pecados es la puerta para entrar en el bautismo en Espíritu Santo que Jesucristo nos trae:
Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, ante quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de sus sandalias. Yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará en Espíritu Santo”.
El bautismo en Espíritu Santo sí tiene el poder de perdonar los pecados y reconciliarnos con Dios. El origen, tanto del bautismo de Juan como del de Jesús, está en el corazón del Dios rico en misericordia. Con el poder de la misericordia de Dios obra Jesús, es el Dios grande en perdonar el que le ha dado poder para hacer lo que hace.
La pregunta de Jesús es clave para nosotros hoy. Al que no confiesa, lleno de esperanza, de gozo y de agradecimiento a Dios, que la conversión y la confesión de los pecados, que es lo esencial del bautismo de Juan, es del cielo, Jesús no tiene nada que decirle. Porque es esa misma conversión del corazón la condición para recibir su bautismo en Espíritu Santo.
Por eso también la pregunta que hace Jesús es clave para que pueda revelarnos quién es Él. El Hijo de Dios ha venido al mundo a bautizar en Espíritu Santo. El camino que conduce a reconocer la misión divina de Jesús pasa por Juan y por su bautismo, bautismo de penitencia resume toda la predicación de Juan y que culmina, en cierto modo, toda la enseñanza de Dios a Israel para preparar el Reino de Dios.
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