Meditación sobre Lc 6,27-38
Jesucristo es el Hijo de Dios. Ha venido al mundo a darnos, si lo acogemos en la fe, el poder de llegar a ser hijos de Dios. Solo sus palabras nos pueden revelar el camino para vivir como hijos de Dios.
“Pero Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente”.
Jesús es el Hijo Unigénito de Dios. Nos está dando la clave de su vida. En la Pasión descargó sobre Él toda la maldad del pecado. Jesús lo acogió en su amor, respondiendo al odio con la oración de intercesión. Del testimonio de Lucas sobre la Pasión:
Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben qué hacen”.
Jesús nos está invitando a participar en su Pasión, a grabar en nuestra vida los sentimientos con los que Él la vivió. Así llegaremos a vivir la filiación divina. Jesús nos está invitando a no gobernar nuestra vida por leyes y normas, sino por el modo de obrar de nuestro Redentor. San Pablo lo entendió a fondo; por eso escribe a los Colosenses:
Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia.
La Pasión de Cristo es un verdadero sacramento de salvación; la Iglesia, cuerpo de Cristo, es comunión en su Pasión.
El Señor continúa:
“Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos”.
El amor a todos, el rezar por todos, el hacer el bien a todos, son los caminos de los que aspiran a ser hijos del Altísimo, que es la recompensa grande, la única digna del hombre creado por Dios a su imagen. Pero además, el ser bueno con los ingratos y perversos es el único vínculo de unidad y de cohesión en la sociedad; la única sal que puede preservar de la corrupción de la muerte, que es fruto de la separación.
Seguimos escuchando al Hijo del Altísimo:
“Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá”.
El pecado del hombre transformó el amor de Dios en misericordia, en amor que perdona. Y es la misericordia del Padre lo que da razón de la Redención. En las palabras de Jesús invitándonos a ser misericordiosos como nuestro Padre Dios es misericordioso está contenida la vida del cristiano que quiere llegar a ser plenamente hijo del Altísimo. La filiación divina se manifiesta en que la misericordia de Dios gobierna nuestra vida. Vivimos envueltos en la misericordia del Padre, y esa misericordia nos transforma el corazón y lo hace misericordioso.
Luego Jesús nos enseña de forma clara que nuestra relación personal con Dios está conformada por nuestra relación con los demás. Dios no nos ha puesto junto a otras personas para que las juzguemos y las condenemos, sino para que intercedamos por ellas y las ayudemos en el camino de la vida. Si no introduzco el juicio en mi relación con los demás, tampoco Dios lo introducirá en su relación conmigo.
Perdonad y seréis perdonados. El que no perdona manifiesta que no ha abierto su corazón al perdón de Dios, porque la misericordia de Dios no solo perdona los pecados, sino que transforma el corazón, lo hace misericordioso, dispuesto siempre a perdonar. El que no perdona es que no ha abierto el corazón al perdón de Dios, que no puede perdonarle.
Dad y se os dará. El que no es generoso pone de manifiesto que tiene un corazón mezquino; un corazón incapaz de acoger esa medida generosa con la que Dios quiere colmarnos de felicidad para la eternidad.
Por eso la conclusión: Porque con la medida con que midáis se os medirá. Ya sé cómo va a valorar Dios mi vida.
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