Meditación sobre Jn 19,6-16
San Juan nos acaba de decir:
Volvió a salir Pilato y les dijo: “Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él”. Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: “Aquí tenéis al hombre”.
Ante el Rey que es Cristo Jesús –aunque la “entronización” de Jesús ha estado movida por el desprecio y la burla– los sumos sacerdotes tienen que tomar la decisión definitiva: o aceptan a Jesús como Mesías Rey o aceptarán por rey al César. No hay otra salida de la situación en la que ellos mismos se han metido acudiendo al procurador romano. Lo que sucedió es, por desgracia, bien conocido.
Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Les dice Pilato: “Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él”. Los judíos le replicaron: “Nosotros tenemos una ley y según esa ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios”. Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más.
Los sumos sacerdotes tienen una ley –que no es la Ley de Dios– que se han hecho a su medida. Incluso lo que toman de la Ley de Moisés –como el guardar el sábado– lo desvirtúan completamente, como Jesús dejó claro en el encuentro en la sinagoga con el hombre que tenía la mano seca. Esa ley que dicen que tienen, y según la cual deben matar a Jesús, no expresa la voluntad de Dios.
Es curioso que Israel, que tuvo un don particular para acoger tradiciones de su entorno, desmitificarlas, e introducirlas en sus relatos de la historia de la Salvación –por ejemplo todo lo relacionado con la simbología sobre el mar–, haya cedido a la perversión de desfigurar completamente la Ley de Dios, hasta el punto de pensar que justifica la crucifixión del Hijo de Dios.
Jesús se tiene por Hijo de Dios porque es Hijo de Dios. Ha dado pruebas suficientes para creer en Él con sus palabras y sus obras. Y no hay nada que pueda quitar a Dios la libertad de enviarnos a su Hijo para adoptarnos como hijos. Pero las autoridades de Israel niegan a Dios la libertad de actuar si no pasa por el estrecho aro de lo que ellos han decidido que es su ley.
Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?” Respondió Jesús: “No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado”.
Jesús intentó convertir a Pilato, pero una vez que éste zanjó la conversación con el chulesco «¿Qué es la verdad?», comprendió que no había nada que hacer. Por eso ya no le da respuesta. Como bien dice el Qohelet, todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Ha terminado el tiempo de hablar. Lo que sí le hace entender al procurador romano es que no es más que una marioneta, que no piense que tiene poder sobre Él, y que lo que está cometiendo es un pecado, aunque más grande es el pecado de los judíos. Sobre el poder que se le ha dado se pueden escuchar aquí las palabras que Jesús dijo a los suyos sobre el poder de Satanás:
“Llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”.
Lo que ahora vamos a escuchar en boca de los judíos es profundamente doloroso. San Pablo, en la Carta a los Romanos, nos revela la gran tristeza y el dolor incesante en el corazón que experimenta por el comportamiento de sus hermanos, los de mi raza según la carne.
Desde entonces Pilato trataba de librarlo. Pero los judíos gritaron: “Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César”. Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro Rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!” Les dice Pilato: “¿A vuestro Rey voy a crucificar?” Replicaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado
Es el encuentro del Rey Jesús con el César. Entregando para que sea crucificado al que sabe inocente –tres veces ha confesado solemnemente la inocencia de Jesús ante las autoridades judías–, el representante del César dice: ‘para Roma la verdad y la justicia no cuentan; sólo cuenta el poder’. Éste es el drama de todos los reinos de la tierra. Si rechazas al Rey Jesús sólo queda el César. La Cruz no deja otras posibilidades. El encuentro del Rey Jesús con el César fuerza a Israel a elegir. La elección es muy triste.
Pilato había dejado flotando en el aire una pregunta «¿Qué es la verdad?» Me parece que no es cinismo, es amargura; y miedo. Quiere liberar a Jesús, pero sabe que los judíos son implacables. Sólo el que es de la verdad escucha la voz del Rey que es Jesús y es libre; el que no, escucha la voz del miedo y es esclavo. La Carta a los Hebreos nos dice que el Señor ha muerto para libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud.
Pilato no puede con el peso de su pasado. Los judíos, que conocen bien al procurador romano, saben qué y quién es la verdad para él: el César. Y manipulan a Pilato a su antojo con una simple frase. Mucho ir y venir, mucha declaración altisonante, mucho recurrir a coartadas como la de Barrabás, mucho lavarse las manos, etc. pero, en cuanto los judíos le dicen: “Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César”, se terminó todo: entonces se lo entregó para que fuera crucificado.
Pilato, en una especie de terrible venganza, forzó a los sumos sacerdotes de los judíos –¡el pueblo de la Alianza!– a confesar: “No tenemos más rey que el César”. Ahí es cuando de verdad se terminó todo.
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