Meditación sobre Jn 18,12-32
Una vez que detienen a Jesús en Getsemaní comienza el teatro de los juicios. Se puede decir que desde su bautismo en el Jordán la vida del Señor ha sido un largo proceso. Un proceso que comenzó con la investigación de las autoridades de Jerusalén sobre el Bautista en cuanto comenzó a dar su testimonio de Jesucristo. San Juan lo cuenta así:
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Quién eres tú? Él confesó, y no negó; confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? Él dijo: No lo soy. ¿Eres tú el profeta? Respondió: No. Entonces le dijeron: ¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?
El proceso va a culminar ante el Sumo Sacerdote que, con otro tenor literal, le va a hacer la misma pregunta a Jesús. Pero la sentencia estaba dictada desde hacía tiempo:
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.
Ahora el evangelista se centra en Simón Pedro. En el Cenáculo, ante el anuncio que Jesús hace a sus discípulos de que tiene que irse y que no pueden acompañarlo, había tenido lugar este diálogo:
Simón Pedro le dice: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: Adonde Yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde. Pedro le dice: ¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti. Le responde Jesús: ¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: ‘no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces’.
Van a comenzar a cumplirse esta terrible palabra de Jesús:
Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? Dice él: No lo soy. Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose.
Dejamos a Pedro con el peso de ese primer «No lo soy» y volvemos a Jesús:
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho. Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así contestas al Sumo Sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas? Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás.
Hasta en el detalle de la bofetada –muy doloroso para un cristiano pero, en el conjunto de la Pasión, un detalle–, la justicia está de parte de Jesús. Eso es lo que el Señor deja claro. La respuesta de Jesús al Sumo Sacerdote es inapelable. Jesús lleva tiempo enseñando abiertamente en la sinagoga y en el Templo –que así culminan su misión en el plan de salvación de Dios–. Todo el que ha querido ha podido escucharle. Ahora ha terminado el tiempo de hablar. Jesús había anunciado que llegaría esta hora:
Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo.
Jesús se ha sumergido en la noche. Se ha apagado esa luz que fue su palabra y que iluminó con vivo resplandor las tierras de Galilea y Judea. Pero Jesús resucitará; la luz volverá a lucir con una fuerza nueva e inaudita; y la palabra de Jesús resonará en el mundo entero a lo largo de los siglos, llenando de paz y esperanza el corazón de los hombres.
Termina de cumplirse el triste anuncio de Jesús a Pedro:
Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: ¿No eres tú también de sus discípulos? Él lo negó diciendo: No lo soy. Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: ¿No te vi yo en el huerto con él? Pedró volvió a negar, y al instante cantó un gallo.
Segunda y tercera negación; y el canto del gallo. Qué misterio el de Pedro; ha podido confesar tres veces a Jesús en aquella noche tremenda y tres veces le ha negado. Me parece que la clave es que Pedro ha confiado en sus propias fuerzas y, ante el poder del mal las fuerzas de un hombre no valen nada. En Getsemaní, después de conocer por experiencia ese terrible poder –que le llevó a dudar de poder cargar con el pecado del mundo–, Jesús fue a buscar a sus tres discípulos:
Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.
Pedro no escuchó al Señor. Qué amor por la verdad tienen los Evangelios.
El teatro cambia de escenario. Ahora llevan a Jesús a la autoridad romana.
De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Ellos le respondieron: Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado. Pilato replicó: Tomadle vosotros y juzgadlo según vuestra Ley. Los judíos replicaron: Nosotros no podemos dar muerte a nadie. Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir.
Lo importante, claro, es no contaminarse y poder celebrar la fiesta religiosa; precisamente la Pascua. Que lejos están de pensar que están llevando a la plenitud de su sentido esa fiesta judía. Me parece que no hay revelación más poderosa de lo que es el corazón del hombre.
Queda claro lo que esos hombres pretendían con el teatro del juicio. Jesús ya lo sabía. El Sanedrín –tampoco el Imperio Romano ni el príncipe de este mundo– tienen ningún poder sobre Jesús. Lo que la Pasión revela es el amor obediente del Señor a su Padre Dios.
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