Meditación sobre Mc 1,35-39
Después de la intensa jornada del sábado en Cafarnaúm, el evangelista nos dice:
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.
Jesús busca la hora y el lugar para, envuelto en la oscuridad y en el silencio, estar a solas con su Padre Dios. Con Jesús viene al mundo una nueva oración: la oración del Hijo único. No un nuevo modo ni una nueva técnica, sino una nueva oración. Una oración que es manifestación de la comunión de vida del Padre y el Hijo. En el Cenáculo, a punto ya de volver al Padre, San Juan nos dice que Felipe le pide: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le responde:
¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.
En estas palabras de Jesús está el corazón de la fe cristiana –de ahí la insistencia en que le creamos–; y está el misterio de su oración del Hijo. Por eso, aunque a primera vista podemos pensar que San Marcos no nos ha dejado el contenido de la oración de Jesús en esa madrugada a oscuras, la realidad es que el evangelista no habla de otra cosa. El testimonio que nos deja en su Evangelio de lo que Jesús hace y dice es el desplegarse de su oración. Jesús vive en la oración y vive desde la oración. Por eso cada palabra y cada acto del hombre Jesús domina todos los tiempos, abarca la totalidad de la Redención, nos pone en relación con la hora del Juicio.
Jesús ha venido al mundo a invitarnos a entrar en su oración. Para introducirnos en su oración nos dará el poder de llegar a ser hijos de Dios, el poder de dirigirnos a Dios llamándole: ¡Abba! Padre. Para introducirnos en su oración llegará hasta la Cruz y nos ha dejado en los Evangelios sus palabras y sus obras, que son la puerta por la que entramos en su oración. Meditándolas viviremos en la oración de Jesús; viviremos en lo permanente.
Mientras Jesús está haciendo oración se presenta Simón:
Y fue en su busca Simón y los que con él estaban; al encontrarle, le dicen: “Todos te buscan”. Él les dice: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido”. Y recorrió toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
La respuesta de Jesús a la interrupción es muy reveladora. Jesús sólo obedece a Dios. En la oración conoce lo que su Padre espera de Él, y lo que el Padre espera de Él es que predique el Evangelio en el mundo entero. Para eso ha venido al mundo. Va a comenzar su misión recorriendo Galilea, predicando en sus sinagogas y manifestando, con la expulsión de los demonios, que con Él llega el Reino de Dios. Nadie le quitará ya a esa tierra y a sus sinagogas ese extraordinario honor.
A partir de Galilea, Jesús, con la colaboración de su Iglesia, recorrerá los caminos del mundo predicando el Evangelio. Y nosotros, cada uno de nosotros, vamos con Él –Vayamos– y somos sus colaboradores facilitando, en lo que esté en nuestra mano, que los hombres vayan al encuentro de Jesucristo. Para escucharle y que el Señor pueda invitarlos a entrar en su oración.
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