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Unción de Jesús en Betania

Meditación sobre Mc 14,1-11


Desde el inicio del ministerio público del Señor, pesa sobre Él la amenaza de muerte. Esta amenaza es el marco del encuentro de Jesús con una mujer. 


Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y darle muerte. Pero se decían: “Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo”. 


Jesús lleva tres años proclamando, con obras y palabras, el Evangelio de Dios. Ahora, tan cerca ya de la Pasión, una mujer viene, en nombre de todos los que acogerán el Evangelio a lo largo de los siglos, a agradecerle al Señor su obra.


Estando Él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza. 

   Había algunos que se decían entre sí indignados: “¿Para qué este despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres” Y la reprendían. 

   Mas Jesús dijo: “Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho cuanto estaba en su mano, ungiendo anticipadamente mi cuerpo para la sepultura. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame el Evangelio, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya”. 


Solo la mujer manifiesta su amor a Jesús; solo Jesús defiende a la mujer. Qué significativo. El parloteo de los pobres es pura hipocresía para esconder las verdaderas intenciones; que los tendremos siempre con nosotros no puede ser más verdadero. 


Jesús conoce el corazón de esa mujer y sabe –lo que quizá ni ella conozca– la relación de lo que hace con su muerte. Esto da un poderoso sentido a la unción con el perfume de nardo puro.

   Dando su vida Jesús manifiesta que nadie tiene amor más grande por nosotros. La unción con el perfume de mucho precio manifiesta el amor de esta mujer por Jesús, la calidad de la correspondencia al amor del Señor. 

   Jesús va a dar su vida por nosotros para liberarnos del poder de la muerte y reconciliarnos con su Padre Dios. El perfume de nardo manifiesta el agradecimiento de esta mujer por recibir el poder de llegar a ser hija de Dios. 

   Cuando sube a la Cruz, Jesús lleva nuestros pecados en su cuerpo; y sus heridas nos han curado. La unción de esta mujer manifiesta el dolor de corazón porque sus pecados han sido la causa de la muerte de Cristo. 

   Esta mujer es maestra de oración. No pronuncia una sola palabra, pero tampoco hace falta. Con la generosa unción de Jesús nos ha dejado tres líneas de fuerza de la oración cristiana: el amor a Jesús, el agradecimiento, y el dolor de corazón. Realmente ese perfume puro de nardo es de mucho precio. Haríamos bien si, al ir a hacer la oración, cogemos el frasco de alabastro de esta admirable mujer y ungimos al Señor con nuestro amor, con nuestro agradecimiento, y con el dolor de corazón por nuestros pecados. 


Y esta mujer es maestra, una gran maestra, en el trato con Jesús. Nos deja una lección de importancia capital. Con su modo de obrar nos dice: Tú, derrocha; con Jesús, derrocha. Derrama en servicio del Señor lo más valioso que tengas; derrocha ese perfume de nardo purísimo que es tu vida. Derrocha, porque si no derrochas, si dejas que en tu relación con Jesús se introduzca el cálculo y la mezquindad, terminarás como esos «indignados» y, quizá, Dios no lo quiera, como Judas, vendiendo al Señor por dinero. 

   ¿Cómo podemos ser tan innobles? Jesús es el Hijo de Dios; ha venido al mundo a dar su vida por nosotros y, dentro de un par de días, derramará hasta la última gota de su Sangre. Y ahí están esos hombres –y nosotros no somos mejores–, indignados por lo que consideran un despilfarro de perfume. ¿Un despilfarro con Cristo Jesús? Desde luego, qué miserables somos. Menos mal que siempre habrá en la Iglesia mujeres como la de este encuentro.


Qué palabras tan admirables las que Jesús introduce con el: Yo os aseguro; y como el «Yo» es el Yo de Dios Hijo, qué palabras tan verdaderas. Han pasado dos mil años; en todos los lugares donde se ha proclamado el Evangelio, en el mundo entero, se ha hablado –y se hablará– de lo que esta mujer ha hecho para memoria suya. Una mujer de la que no sabemos ni el nombre. No hay que preocuparse, Dios lo sabe y, cuando Dios quiera, también lo sabremos nosotros. Ahora nos conformamos por agradecerle de corazón lo que hizo con Jesús, y las lecciones que nos ha dejado. El recuerdo agradecido de los cristianos no se apagará nunca. Realmente, el Señor es buen pagador.


El nobilísimo gesto de la mujer queda enmarcado en la mayor bajeza y mezquindad. El relato se abre diciendo que los sumos sacerdotes y los escribas buscaban dar muerte a Jesús. Y se cierra:


Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno.


Judas Iscariote. El único nombre de los que estaban con Jesús ese día que el evangelista nos ha dejado. A mí me parece un aviso.



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