Meditación sobre Lc 24,1–10
San Lucas termina el relato de la Pasión del Señor diciéndonos que las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea vieron el sepulcro y cómo era colocado el cuerpo de Jesús; cuando todo terminó regresaron, prepararon aromas y mirra, y el sábado descansaron según el precepto.
El relato continúa:
El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: «Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite»”. Y ellas recordaron sus palabras.
La Resurrección de Jesús transforma los caminos de los hombres. Ya no son caminos que conducen al sepulcro de forma inexorable y para siempre. La muerte ya no tiene la última palabra; el sepulcro está vacío, es más, está iluminado por el resplandor de la gloria de Dios. Como estaba dispuesto por Dios desde la Creación, los caminos que Jesús ha recorrido en este mundo culminan en la Resurrección; son caminos que conducen a la vida eterna, a la vida que el Señor nos dará cuando nos resucite el último día. Solo los caminos que Jesús ha recorrido, porque hay muchos caminos en este mundo que conducen a la muerte definitiva. Ahora cada uno tiene que elegir.
Las mujeres de Galilea son las primeras en llevar este anuncio a la Iglesia.
Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.
Es la Buena Nueva que la Iglesia llevará al mundo. La única Buena Nueva; no puede haber otra. Sin la Resurrección de Cristo nada puede ser verdaderamente bueno ni verdaderamente nuevo porque, desde el pecado del origen, todo estaba marcado con el sello de la muerte.
El corazón del cristianismo es acoger, en la fe, el anuncio de estas mujeres. Ese anuncio transforma la vida del cristiano. Ahora se trata de recorrer los caminos que Jesús ha recorrido; solo esos, porque solo los caminos de Jesús son caminos divinos en la tierra, caminos que conducen a la resurrección y a la vida eterna.
Recorrer los caminos de Jesús y hacerlo con sus mismos sentimientos. Lo podremos hacer porque el Señor nos enseña:
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
La única vía para conocer a Jesús y aprender de Él es el Evangelio. No hay otra. Para conocer a Jesús hay que meditar los Evangelios; contemplar su vida en la oración; conocer sus obras; escuchar sus palabras, guardarlas en el corazón y vivirlas. En la oración, solo en la relación personal con Jesús que es la oración, comprenderemos –en cierta medida, claro– lo que significa que es manso y humilde de corazón. Podremos aprender de Él y recorrer los caminos que Él ha recorrido con sus mismos sentimientos. Y los caminos de Jesús nos llevarán a la Casa de su Padre. Para siempre.
Una característica propia de los caminos del Hijo de Dios en la tierra es que los ha recorrido con su Madre; desde la Visitación a su pariente Isabel hasta la Cruz. María es la única persona humana que ha recorrido, siempre y solo, los caminos de Jesús; y lo ha hecho con una plenitud única. Eso es lo que manifiestan los Dogmas Marianos. Y en la Cruz, terminando de recorrer los caminos de este mundo, Jesús hizo con nosotros lo que su Padre había hecho con Él: nos dio a María por Madre para que, con Ella, tengamos la completa seguridad de estar recorriendo los caminos de Jesús.
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