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Si alguno quiere venir en pos de mí

Meditación sobre Mt 16,21-28


Cristo Jesús es el Redentor. El Hijo de Dios ha venido al mundo a realizar la obra de la Redención que su Padre le ha encargado. Para eso cargará con nuestros pecados en la Cruz y, al que tenga fe en Él, le resucitará el último día. A esta dimensión del misterio de la Redención se refiere ahora:


Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. 


Jesucristo no consentirá que nada ni nadie se interponga entre Dios y Él; que nada ni nadie le aparte de cumplir la voluntad de Dios, de llevar a cabo la Redención:


Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: “¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!” Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”


Qué fuertes son las palabras de Jesús. Y qué reveladoras: lleva el sello de Satanás todo lo que pretende apartarnos de Dios, todo lo que pretende ponernos una piedra de tropiezo –es lo que «escándalo» significa– en el cumplimiento de la voluntad de Dios. 


Ahora el Señor nos va a invitar a colaborar con con Él en la obra de la Redención:


Entonces les dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. Porque, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?, o ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del Hombre va a venir en la gloria de su Padre acompañado de sus ángeles, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta”.


Siempre el «si» condicional. Jesús invita –no avasalla ni manipula–, y el que quiera acoger su invitación que lo haga. La invitación es a perder nuestra vida por Cristo; por eso el amor a Cristo es la razón última de que pongamos nuestra vida al servicio de la Redención. San Pablo, en la segunda Carta a los Corintios, lo explica admirablemente: 


Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.


Si hemos gastado nuestra vida día a día cooperando con Cristo en la obra de la Redención, qué alegría tan grande cuando veamos al Redentor venir envuelto en la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles a traernos la vida que nos ha ganado en la Cruz.

   Ese será un día muy feliz. Por una parte quedará claro que de Dios nadie se burla, y que la verdad y la justicia en la vida de cada uno tendrán la última palabra; se manifestarán como las que tienen el verdadero poder. Estas palabras de Jesús nos animan a vivir nuestra vida con toda seriedad, porque ese día no valdrán excusas: nuestra conducta responderá por nosotros.


Jesús termina:


“En verdad os digo que hay algunos de los aquí presentes que no sufrirán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su Reino”.


Quizá Jesús se esté refiriendo a sus apariciones ya Resucitado, porque su Resurrección es la verdadera instauración del Reino de Dios y el fundamento de la esperanza de su venida final. Con la Resurrección de Cristo ya ha empezado la hora del Juicio.



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