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Boga mar adentro

Meditación sobre Lc 5,1-118


Nos dice el evangelista:


Estaba Jesús junto al lago de Genesaret y la multitud se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. 


Qué preciosa escena. El lago de Genesaret y el cielo de Galilea es el escenario desde el que Jesús, con la barca de Simón como cátedra, nos va a dirigir su enseñanza. Allí, en la orilla, entre la muchedumbre, estamos nosotros escuchando atentamente la palabra de Dios.


Qué asombroso que el Hijo de Dios, la Palabra consustancial del Padre, para dirigirnos su enseñanza tenga que rogar a un pescador que le preste su barca. Cuánto nos revela del modo de obrar de Dios. Un poco más adelante San Lucas nos dirá que Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: 

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”.


En esta preciosa alabanza Jesús, el único que conoce al Padre, nos revela que solo los pequeños pueden comprender el obrar de Dios. 


El relato continúa:


Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Simón le respondió: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada pero, en tu palabra, echaré las redes”. 


Qué magnífico diálogo. En él está contenido lo que va a ser la vida de la Iglesia. La respuesta de Pedro a la invitación de Jesús es admirable: ante la palabra de Jesús, ¿qué cuenta la experiencia profesional y el conocimiento del lago? Nada. Pedro todavía no sabe que en ese diálogo está contenida su vida futura. Cómo se acordaría años después de esta breve conversación; breve pero preñada de contenido.


La eficacia de la palabra de Jesús: 


Y haciéndolo así pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Lo mismo sucedía a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. 


Con qué maestría nos relata Lucas la abundancia de la pesca. ¿La clave? Esos hombres confiaron en la palabra de Jesús. Y Jesús manifiesta su poder sobre la creación, poder que solo Dios tiene; por eso la reacción, admirable, de Simón Pedro. Pedro es un verdadero israelita; tiene ese sello, tan propio del Israel fiel, del temor de Dios; la reacción del hombre que se sabe pecador ante la presencia del Dios tres veces Santo. El temor de Dios lleva a Simón Pedro a arrojarse a los pies de Jesús y a hacer esa confesión tan conmovedora. Una confesión que haríamos bien en apropiarnos, con la clara conciencia de que Jesús no se va a apartar de nosotros. 


Ahora la segunda palabra que el Señor dirige a Pedro: 


Jesús dijo a Simón: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Y ellos, sacando a tierra las barcas y dejándolo todo, le siguieron.


Tampoco ahora Cristo da detalles; se centra en lo esencial. No da detalles porque no trata de convencernos con argumentos. Lo que Jesús hace es invitarnos a acoger su palabra, a entrar en ella, a dejar que su palabra transforme nuestra vida. El Señor pide confianza en su palabra; del resto se encargará Él, 

   Estas dos palabras de Jesús expresan la misión de los apóstoles, de todos los apóstoles de todos los tiempos: recorrer el mundo sacando a los hombres del mar tenebroso del pecado y de la muerte para llevarlos a Jesucristo, en quien tenemos la Resurrección y la vida eterna. Todo lo que hay que hacer es decirle al Señor: fiado en tu palabra, lo dejaré todo y te seguiré. De la abundancia de la pesca se encargará Él.

   En los Apóstoles, Israel cumple la misión para la que fue elegido por Dios: ponerse a disposición del Mesías para llevar el Evangelio de Jesucristo al mundo; ser el puente entre la predicación de Jesús a las ovejas perdidas de la casa de Israel y el anuncio al mundo de los gentiles. Gracias al Israel fiel nosotros somos cristianos. Tendremos toda la eternidad para agradecérselo. 


En el lago de Genesaret las redes de Cristo comienzan a barrer el mundo. Desde aquel día grande en la historia de la humanidad del que las gentes importantes de este mundo no tuvieron noticia –otro rasgo del modo de obrar de Dios–, tantísimas personas han escuchado la llamada de Jesús a seguirle para ser pescadores de hombres. Todo empezó del modo más sencillo, como son siempre las cosas de Dios: Jesús hace una indicación y Pedro y sus compañeros le obedecen. Esta obediencia ha puesto su sello en la vida del cristianismo. 

   Escuchas hoy este relato; contemplas el caudaloso río de gloria de Dios, de santidad y de vida que ha sido la historia de la Iglesia en estos siglos, y el corazón se llena de asombro y de agradecimiento ante la obra de Dios. Cuantísima gente de toda raza, lengua, pueblo y nación ha creído en Jesucristo desde que aquellos primeros, fiados en la palabra del Señor, lo dejaron todo y le siguieron, dispuestos a bogar mar adentro y echar sus redes para pescar.



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