Meditación sobre Mt 18,21-35
En cierta ocasión se acercó Pedro a Jesús y le preguntó:
“Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?” Dícele Jesús: “No digo Yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
En la Escritura el número siete hace referencia a algo acabado y perfecto. Setenta veces siete significa: siempre; perdona sin límite. La fórmula elegida por Jesús nos lleva al origen, al canto de Lámec:
Dijo, pues, Lámec a sus mujeres:
“Adá y Selá, oíd mi voz;
mujeres de Lámec,
dad oído a mis palabras.
Por una herida maté a un hombre,
y a un muchacho por un rasguño;
pues Caín será vengado siete veces,
Lámec lo será setenta veces siete”.
Este terrible canto es expresión de la venganza –el rechazo radical del perdón– que se va adueñando del mundo a raíz del pecado; esa venganza enloquecida transforma la historia en un gigantesco río de sangre. La Redención es un largo camino desde el canto de Lámec hasta las palabras de Jesús; desde el vengarse sin límite hasta el perdonar sin límite.
Etapa decisiva en ese largo camino es la alianza que Dios estableció con Abraham. Gracias a los profetas, Israel va conociendo que su Dios es grande en perdonar; que la misericordia es lo propio del Dios de Israel. Escuchemos al Libro de Isaías:
Buscad a Yahvéh mientras se deja encontrar,
llamadle mientras está cercano.
Abandone el impío su camino,
el hombre inicuo sus pensamientos,
y vuélvase a Yahvéh,
que tendrá compasión de él,
a nuestro Dios,
que será grande en perdonar.
Grande en perdonar es nombre propio de Dios: solo Él puede perdonar; perdona siempre; y en el perdón manifiesta su poder.
En este horizonte escuchamos la parábola con la que Jesús nos va a revelar el Reino de los Cielos como el ámbito de la misericordia de Dios:
“Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, se le presentó uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, mandó el señor que fuese vendido él, su mujer, sus hijos, y todo cuanto tenía y saldar la deuda. Entonces el siervo, cayendo de hinojos, dijo: Señor, ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Compadecido el señor del siervo aquel, le despidió condonándole la deuda”.
La clave es la compasión. Es la compasión de Dios lo que mueve la Redención. Dios no puede padecer, pero puede compadecer; y Dios se compadece de su criatura sometida al poder del pecado, a la violencia y la injusticia, al sufrimiento impotente y sin esperanza; y destinada a la muerte eterna.
¿Ha acogido ese siervo la compasión de su señor? Enseguida vamos a ver que no:
“Así que salió, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo lo ahogaba diciendo: Paga lo que debes. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré. Pero él se negó y le hizo encerrar en la prisión hasta que pagara la deuda.
Viendo esto sus compañeros les desagradó mucho y fueron a contar a su señor todo lo que pasaba. Entonces hízole llamar el señor y le dijo: Mal siervo; te condoné yo toda la deuda porque me lo suplicaste. ¿No era, pues, justo que tuvieses tú compasión de tu compañero, como la tuve yo de ti? E irritado, le entregó a los torturadores hasta que pagase toda la deuda.
Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón”.
Acoger el perdón de Dios transforma el corazón. La misericordia de Dios nos perdona los pecados y nos transforma el corazón, lo hace capaz de perdonar con el perdón de Dios –solo Dios puede perdonar–; y encontramos en poder perdonar una profunda alegría. La vida del hombre queda marcada con el sello del perdón. Dios, grande en perdonar, nos ha hecho a su imagen, capaces de perdonar siempre.
Éste es el misterio de la Cruz. Al mirar a Cristo en la Cruz descubrimos la deuda que hemos contraído con Dios por nuestros pecados. Y descubrimos lo que a Jesús le ha costado hacernos capaces de perdonar con su Corazón compasivo. Descubrimos lo que hay detrás de su invitación a perdonar hasta setenta veces siete. Jesús no es un maestro de moral que va soltando máximas a diestro y siniestro. Él es el Redentor. Detrás de cada una de sus palabras está el misterio de la Cruz.
La parábola es como un marco para las últimas palabras de Jesús:
“Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón”.
Jesús nos está hablando de la seriedad de nuestra vida. Desde que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, los hombres vivimos en la hora del Juicio. Nos vamos juzgando a nosotros mismos día a día. ¿El tema? El perdón. El largo camino que hay desde el canto de Lámec hasta las palabras de Jesús lo tenemos que recorrer cada uno en el corazón.
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