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La Hija de Sión

Meditación sobre el Sal 63


Para preparar a su Hijo una morada entre los hombres, Dios escogió un pueblo y estableció una Alianza con él. El tiempo de preparación de Israel duró siglos; culminó en María de Nazaret, la Hija de Sión, la Madre del Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre. La vida del Israel fiel es un gran mosaico con el que el Espíritu Santo va componiendo el retrato de la Mujer elegida por Dios para ser Madre de su Hijo. Con esta perspectiva vamos a meditar algunas estrofas del Salmo:


Oh Dios, Tú eres mi Dios, al alba te busco, 

mi alma tiene sed de Ti, 

por Ti mi carne desfallece, 

en tierra desierta y seca, sin agua


A lo largo de los siglos el Espíritu Santo ha ido grabando en el corazón del Israel fiel la sed de Dios; esa sed se expresa en algunas páginas admirables de la Escritura; ésta es una de ellas. ¿Hay algún israelita que haya rezado con plenitud este Salmo? Sí, hay uno. Solo uno. Nunca habrá otro. Es una mujer: María de Nazaret, la mujer en la que culmina la sed de Dios de Israel.

   Esto nos lo revela el mismo Dios –solo Él puede hacerlo– cuando, al llegar la plenitud de los tiempos, envío a su ángel, que saludó a María con estas palabras: “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo”. Dios nos revela que la vida de María –desde su Concepción hasta la Asunción– ha estado movida por la sed de Dios; por esa sed que el Salmo expresa con tanta fuerza. No hay en Ella nada que no sea de Dios. Por eso es la llena de gracia y el Señor es con Ella. No hay en ella sombra de pecado. Se puede decir que la Encarnación del Hijo es la respuesta del Padre a la sed de Dios de María –sed que contiene el anhelo de Dios del Israel fiel–.

   El amor a la Madre de Jesús grabará en nuestro corazón el sello de la sed de Dios; fruto de esta sed será el buscar a Dios en todas las circunstancias de nuestra vida, el experimentar que, sin Dios, nuestra alma desfallece en tierra desierta y seca, sin agua.


El salmo continúa:


¡Cómo te contemplaba en el Santuario 

viendo tu fuerza y tu gloria!

Tu misericordia vale más que la vida, 

mis labios te alabarán. 


Durante siglos el Israel fiel contempló el poder y la gloria de su Dios en la liturgia del Templo de Jerusalén donde, por amor a su pueblo, Dios había establecido su morada. Pero el Templo de Jerusalén era un tipo de la realidad definitiva. El verdadero y definitivo Santuario de Dios es la Humanidad de Jesucristo donde, como nos dice San Pablo, reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente

   La Madre de Jesús ha contemplado de un modo único a Dios en su Santuario. Ha contemplado el poder de Dios en su Niño envuelto en pañales; ha contemplado la gloria de Dios en su Hijo carpintero en el taller de Nazaret; y ha descubierto el amor misericordioso de Dios contemplando a Cristo en la Cruz. Ahora, junto a Jesús Resucitado, la Madre contempla plenamente el Santuario en el que Dios ha puesto su morada y desde donde llega la misericordia de Dios a todo el que se la pida. Y de sus labios brota una continua alabanza de Dios. El amor a nuestra Madre nos hará capaces de ver con sus ojos el misterio de su Hijo Jesús. Y el mundo se iluminará, y se nos llenará el corazón de paz y alegría. 


El Salmo continúa: 


Así quiero en mi vida bendecirte,
levantar mis manos en tu Nombre;
como de grasa y médula se saciará mi alma,
y con labios jubilosos alabará mi boca.


La más grande alabanza de Dios que han cantado los labios de una persona humana ha sido el Magníficat. Un canto que manifiesta que la vida toda de la llena de gracia es pura bendición de Dios. Y el Magníficat ha sido la puerta por la que ha entrado en la vida de la Iglesia el admirable e ininterrumpido canto de bendición y alabanza de Dios que es el culto Mariano. Es asombroso el poderoso dinamismo de alabanza de Dios que brota del misterio de una sencilla mujer de Galilea y resuena, siglo tras siglo, en todos los rincones de la tierra, especialmente en las fiestas de la Virgen y en los Santuarios Marianos. Me parece que este misterio mueve al Espíritu Santo a sellar con el amor a la Virgen el corazón de los cristianos; y lo seguirá sellando, para que bendigamos a Dios con los labios jubilosos de nuestra Madre. Qué orgulloso tiene que sentirse el Israel fiel, siempre deseoso de que toda la creación alabe a su Dios, de la Hija de Sión.



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