Meditación sobre Mt 28,16-20
San Mateo nos dice que las primeras personas a las que Jesús se apareció en la mañana de la Resurrección fueron María Magdalena y la otra María. Sucedió así:
Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios os guarde!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.
Las mujeres cumplen el encargo. El encuentro en Galilea es la última página del Evangelio de San Mateo. ¿Qué sentimientos llenarían el corazón de Jesús Resucitado al volver a su patria?
Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
Jesús se acercó a ellos y les habló así: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Una vez llevada a cabo la obra que el Padre le había encomendado realizar, Jesús recibe de sus manos todo poder en el cielo y en la tierra. En las palabras de Jesús hay una cierta resonancia de la tercera tentación en el desierto (cf. 4,8s). La omnipotencia, atributo exclusivo de Dios, también lo es ahora de Cristo Resucitado. Revela así el Padre que Jesucristo es su Hijo Unigénito, al que ha dado el poder de reconciliarnos con Él.
Jesús envía a sus discípulos a bautizar a todas las gentes en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El Señor nos da a conocer el nombre propio de cada una de las tres Personas Divinas. Lo demás pertenece a la única naturaleza del Dios Uno y Trino. Revelarnos el nombre es condición necesaria para que podamos tener una relación personal con el Padre, con el Hijo, y con el Espíritu Santo. Es condición necesaria pero no suficiente, porque la relación personal exige tener la misma naturaleza. Por eso en el bautizo seremos hechos partícipes de la naturaleza divina. Así lo expresa San Pablo refiriéndose a Cristo: Sepultados con Él en el Bautismo, también fuisteis resucitados con Él mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos.
Jesús nos revela que Dios es comunión de Personas. El Dios de los cristianos no es un ser solitario; mudo, porque no tiene con quien hablar, y ajeno al amor porque no tiene a quien querer. Porque es comunión de Personas, Dios es Amor. Con el bautismo somos sumergidos en ese Amor y, desde ese día grande, en él vivimos, nos movemos, y somos. Lo esencial en nuestra vida es crecer en la conciencia del amor que Dios nos tiene; y permanecer en su amor. Lo que arraiguemos y fundamentemos en ese amor permanecerá para siempre. Lo demás está marcado con el sello de la muerte.
Jesús nos revela que Dios es Familia; que, en su misterio más íntimo, no es soledad, sino Familia: el Padre, la paternidad, el Hijo, la filiación, y la esencia de la familia que es el amor, el Espíritu Santo. Y somos bautizados en ese misterio: por querer del Padre, y con la acción del Espíritu Santo, somos introducidos en la Familia de Dios como hijos en el Hijo.
San Mateo nos dice que las últimas palabras que Jesús pronunció en esta tierra antes de volver al Padre fueron: Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Dos mil años de vida de la Iglesia manifiestan el poder de verdad de la palabra de Jesucristo. El Señor no nos deja solos. Está con nosotros de muy diversos modos. Y estará con nosotros para siempre. Qué verdad tan consoladora.
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