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Tres invitaciones a la conversión

Meditación sobre Lc 12,54-13,5


Vamos a meditar tres invitaciones que Jesús nos dirige a la conversión. La primera se mueve en el horizonte de la creación: 


Decía a las multitudes: “Cuando veis que sale una nube por el poniente, enseguida decís: «Va a llover», y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: «Viene bochorno», y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo?”


Este tiempo del que Jesús habla es tiempo de cambio profundísimo. Está a punto de abrirse el cielo nuevo y la tierra nueva que contempla el vidente del Apocalipsis:


Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. Y oí una fuerte voz procedente del trono que decía: 

   «Ésta es la morada de Dios con los hombres: Habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó». 

   El que estaba sentado en el trono dijo: «Mira, hago nuevas todas las cosas». Y añadió: «Escribe: Estas palabras son fidedignas y veraces».


Estos israelitas saben interpretar el aspecto del cielo y la tierra que les rodea, y apreciar pequeñas modificaciones; pero están ciegos para el cielo nuevo y la tierra nueva. Jesús trata de abrirles los ojos para que sepan interpretar este tiempo porque, si no lo hacen ¿qué han aprendido en las Escrituras de Israel?


La segunda es una invitación a la conversión que nos llega desde el Libro de Isaías. El Libro de Isaías se abre con una violenta diatriba de Dios contra su pueblo, al que llega a decirle: 

¡Escuchad la palabra del Señor,

príncipes de Sodoma!

¡Prestad oído a la Ley de nuestro Dios, 

pueblo de Gomorra!


Hasta que, pocos versículos después, nos encontramos con la preciosa invitación que Dios dirige a su pueblo para que se convierta:


Lavaos, purificaos, 

quitad de delante de mis ojos la maldad de vuestras obras, 

Dejad de hacer el mal, 

aprended a hacer el bien, 

buscad la justicia, 

proteged al oprimido, 

haced justicia al huérfano, 

defended la causa de la viuda.


El corazón de Dios, Rico en Misericordia, se desborda en estas pocas líneas. Se puede decir que el libro del Profeta se contiene en esta invitación: buscad la justicia; solo así aprenderemos a hacer el bien y dejaremos de hacer el mal. 


Con este horizonte escuchamos a Jesús:


“¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo”.


Tenemos que buscar la justicia y aprender a hacer el bien por nosotros mismos. Porque esta vida es camino, es tiempo para ponerse de acuerdo con tu adversario para que no te obligue a ir al juez. Porque de la cárcel no saldremos hasta que saldemos la cuenta. Por eso lo propio del hombre sabio es buscar la justicia, descubrir por nosotros mismos lo que es justo, y aprender a hacer el bien. 


La tercera llamada a la penitencia debió producir una sorpresa grande entre los que escucharon a Jesús:


En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo”.


Meditando el Evangelio se aprende a mirar los acontecimientos con los ojos de Cristo. Jesús está confirmando la realidad profunda –que se manifiesta por primera vez en el pecado del origen– de la comunión en el mal: todos somos pecadores y, por eso, víctimas de los pecados de otros; como otros lo son de los nuestros. La enseñanza es clara: los oyentes de Jesús han merecido por sus propios pecados una suerte semejante, que sin duda alguna sufrirán si no hacen penitencia. 

   La comunión en el mal nos introduce en la comunión en el pecado y el castigo. Jesús nos dice: estas desgracias son una advertencia y una invitación dirigida a todos. Todos estáis bajo el poder de la muerte y necesitados de conversión. En Jesucristo Dios se revela siempre como Salvador. Jesús nos enseña a ver la realidad en toda su verdad y dramatismo. 

   Los consejos de Jesús se ordenan a la Redención. Son escatológicos. De ese carácter participan todos los acontecimientos cuando son contemplados por Jesús. No hay cosas indiferentes de cara a la vida eterna. El pecado del origen ha grabado profundamente su sello en todos los ámbitos de la Creación. Por eso la continua necesidad de la conversión y la penitencia porque, si no, todos pereceremos del mismo modo.





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