Meditación sobre Mt 9,35-38
Esta breve página del Evangelio de Mateo contiene una poderosa revelación. Jesús nos va a decir primero que ha venido al mundo para predicar el Evangelio y traernos la vida que Él recibe del Padre:
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
Qué tierra tan privilegiada es Galilea. En Galilea se encarnó el Hijo de Dios, allí vivió la Sagrada Familia. En Galilea comenzó Jesús a proclamar el Evangelio de Dios, y esa región la recorrió Jesús durante tiempo invitando a la conversión y a la fe y haciendo poderosas obras de vida. Ninguna otra tierra en el mundo ha tenido una relación tan estrecha con Jesucristo. Los que conocen bien esta tierra consideran que ha dejado una huella profunda en Jesús, y sus parábolas se adaptan admirablemente a Galilea, a lo amable de su paisaje, a lo abierto de sus gentes, a lo suave de su clima, a lo fértil de su tierra; y a la presencia del lago. Desde esta tierra arrancan los caminos por los que el Evangelio del Reino llegará al mundo.
El evangelista nos dirá que, en la mañana de la Resurrección, Jesús les salió al encuentro a María Magdalena y a la otra María y les dijo:
“¡Dios os guarde!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.
Ellas lo hicieron así, y Mateo terminará su Evangelio diciéndonos:
“Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado. Y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Y, desde hace dos mil años, el Evangelio de Jesucristo va recorriendo los caminos de la tierra, trasplantando a las gentes desde el ámbito del pecado, a la comunión de vida de la Santísima. Y Jesús no nos ha dejado huérfanos.
Luego Jesús nos revela qué es lo que le ha movido a venir al mundo:
Y al ver a la muchedumbre sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor.
La compasión. Siempre la compasión. Las palabras de Mateo nos llevan al Corazón de Dios: la compasión es la razón de que nos haya enviado a su Hijo. Dios no puede padecer, pero Dios puede compadecer; y se compadece del hombre sometido al poder del pecado y de la muerte. En Jesús de Nazaret habita la plenitud de la compasión de Dios. Por eso siente compasión de esta gente, de cada uno de nosotros. Es la compasión de Jesús la que le lleva a invitarnos, si nos sentimos vejados y abatidos a ir a Él, que ha venido al mundo para ser el Buen Pastor.
Y la compasión mueve a Jesús a solicitar nuestra ayuda:
Entonces dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”.
Estas palabras de Jesús tienen el poder de transformar nuestra vida en una oración de petición al Padre. Y nos dan la seguridad de que su Padre nos escuchará porque pedimos en su Nombre. Así las palabras de Jesús dan una fecundidad, un relieve y un valor inusitado a todos los acontecimientos de la vida ordinaria. Todo lo podemos convertir en oración de intercesión para colaborar con el Señor en la más divina de todas las obras divinas, que es la salvación de las almas. Este poder de transformarlo todo en oración es uno de los grandes misterios del cristianismo.
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