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Haced lo que Él os diga

Meditación sobre Jn 2,1-12


San Juan nos dice que fue en una boda –que en la Escritura es una poderosa imagen de la Salvación– donde Jesús supo que había llegado su Hora:


Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le responde: “Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”.


“No tienen vino”. Jesús entiende perfectamente lo que su Madre espera de Él. Pero Jesús vive desde el Padre. Es el Padre el que determina cuándo ha llegado su hora, esa hora que culminará en la Cruz. Por eso su respuesta. Eso María lo sabe bien. Lo aprendió de labios de su hijo en el Templo de Jerusalén: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?” Pero María sabe también que para determinar esa hora Dios Padre contará con ella, como lo ha hecho para la Encarnación de su Hijo. Por eso el dirigirse a los sirvientes. Parece que no ha escuchado a Jesús. Ya lo creo que le ha escuchado. Y sabe a qué hora se refiere. Y que cuando llegue la plenitud de esa hora ella estará con su Hijo en el Calvario, porque la hora del Hijo es también la hora de la Madre.


En el ámbito de la Sagrada Familia todo se mueve en un mundo de sentimientos extraordinariamente delicados. Este modo de entenderse la Madre y el Hijo en tema tan decisivo supone una sintonía muy excepcional entre los dos. Esta escena descorre un poco el velo del misterio de la vida oculta de Nazaret, de las conversaciones entre la Madre y el Hijo durante tantos años. María fue la única persona en esta tierra con la que Jesús pudo hablar de las cosas que llevaba en su corazón. Jesús dedicó tres años a formar a los apóstoles y treinta a formar a su Madre. Dando su sí a la hora de Jesús, María está empezando a vivir la plenitud de la misión que Dios le ha encargado realizar. 


María dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Sabe que Jesús va a hacer suya su preocupación por aquellos novios. Los sirvientes le van a obedecer a conciencia; estos hombres forman parte de ese numeroso grupo de gentes en el Evangelio de los que lo único que sabemos es que hicieron lo que tenían que hacer; y así pudo obrar Jesús:


Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era –los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían–, llama el maestresala al novio y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”. 

   Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos. 


Juan se refiere a los milagros de Jesús con el término «señales»; son signos de que Dios obra en Jesucristo; por eso manifiestan su gloria y son ocasión para que sus discípulos crezcan en la fe. Formar a sus discípulos y fortalecer la fe de los Doce –los que llevarán su Evangelio al mundo– es siempre razón principal de lo que Jesús hace y dice. 

   Transformar el agua destinada a las purificaciones de los judíos en vino bueno es la primera señal que manifiesta quién es Jesús. Es una señal luminosa. Jesús manifiesta su poder sobre la Creación y su magnanimidad –más de 500 litros de excelente vino–. La referencia a las purificaciones de los judíos pone el vino bueno en relación con el pecado y, así, con la Eucaristía: la Sangre de Cristo es la que purifica el corazón del hombre.


Jesús y su Madre han estado en unas bodas, santificándolas con su presencia, haciendo de esa fiesta el comienzo de la hora de Jesús, y rubricándolas con la primera de las señales, una señal que Jesús realizó movido por su Madre para que la alegría de la fiesta no se apagase. Es un testimonio de la importancia que el matrimonio tiene en el designio Redentor de Dios.


El relato termina:


Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.


Juan nos ha dejado en su Evangelio otro encuentro de Jesús con su Madre. En el Calvario. Allí el “Haced lo que Él os diga” adquirirá un sentido especial, porque escucharemos las últimas palabras que Jesús nos dejará antes de inclinar la cabeza y entregar el espíritu:


Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.



Excursus: La Madre de Jesús en la Iglesia


A lo largo de los siglos, fruto de la acción del Espíritu Santo que nos va llevando hacia la verdad completa, la presencia y la acción de la Madre de Jesús en la Iglesia ha ido creciendo de un modo admirable. Para cuidar de sus hijos nuestra Madre se ha ido acomodando a todas las culturas y, se podría decir, a cada persona. Y la presencia de María en la Liturgia y en la oración; en imágenes, ermitas, iglesias y santuarios; y el amor a la Virgen es un sello inconfundible de la Iglesia Católica.

   Muchas veces la relación con nuestra Madre es para acudir a su intercesión. Entonces la estructura es la de las bodas de Caná: ponemos en su conocimiento nuestra necesidad y Ella pone el caso en manos de su Hijo, que nunca le niega nada; y a nosotros nos dice: “Haz lo que mi Hijo te diga”. Podemos tener la seguridad de que lo que de ahí se seguirá es lo mejor, aunque quizá no lo veamos en esta tierra.


Me parece que el “Haz lo que mi Hijo te diga” es clave para comprender la fecundidad de nuestra relación con María. Siempre que acudimos a Ella el encuentro con nuestra Madre nos llena el corazón de sentimientos nobles: de deseos de santidad, de alegría, de capacidad de perdonar, de paz, de amor a la pureza, de generosidad, de caridad y deseo de cuidar de las personas, etc. Me parece que la razón es que siempre salimos de nuestro encuentro con María dispuestos a hacer lo que su Hijo nos diga. Por eso el amor y el trato con la Madre de Dios ha hecho tantos santos; gentes de toda condición, lengua, raza, pueblo, y nación se han decidido, a raíz del encuentro con la Madre de Jesús, a hacer lo que el Señor esperaba de ellos.



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