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Vivificados en Cristo

Meditación sobre 1 Cor 15

En el Areópago de Atenas, cuando Pablo se dirige al mundo de la cultura griega, todo va bien hasta que llega este pasaje:


“Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos”.


Eso fue demasiado para los atenienses:


En cuanto oyeron resurrección de muertos, unos se burlaron, otros dijeron: “Te oiremos hablar de esto en otra ocasión”. Así salió Pablo de en medio de ellos.


Pablo deja Atenas, donde ha aprendido que la resurrección es el gran obstáculo que el cristianismo va a encontrar en el mundo del pensamiento griego. Por eso, en cuanto tiene noticia de problemas con la resurrección de los muertos en la iglesia de Corinto, el Apóstol dedica un largo capítulo de la Carta a tratar el tema. Este capítulo es de una importancia extrema. Contiene el fundamento, no solo de la predicación de San Pablo, sino de la predicación de la Iglesia de todos los tiempos.


El Apóstol comienza dejando claro que él no hace otra cosa que transmitir lo que ha recibido, y predicar lo que predican los apóstoles. Y que el Evangelio de Jesucristo no sirve para nada si no se recibe completo:


Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que recibisteis, en el cual permanecéis firmes, y por el cual también sois salvados, si es que conserváis la palabra que os anuncié; de otro modo habríais creído en vano. Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que al tercer día fue resucitado según las Escrituras. 


En la apretada síntesis que el Apóstol hace del Evangelio que él ha recibido y les transmite –la traditio–, que es la garantía de la salvación, el corazón es la muerte y resurrección de Cristo; el testimonio de las Escrituras es garantía de que todo ha sido voluntad de Dios; que Jesús lo ha hecho todo por obediencia. El fue resucitado es la prueba de que el Padre ha aceptado la ofrenda que, por nosotros, Jesús le ha hecho de su vida.

   Fue sepultado. Lo referente al sepulcro tiene una importancia grande en los relatos de los Evangelios. Es un modo de subrayar que Cristo murió realmente, y que realmente fue resucitado de entre los muertos.


La tradición continúa con una serie de apariciones del Resucitado. El Apóstol nos da así la clave de la Iglesia: el testimonio de que Cristo, muerto por nuestros pecados, ha resucitado. La religión cristiana depende decisivamente de la creencia en la fiabilidad de testigos que informan de hechos históricos.


Que se apareció a Cefas y luego a los Doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Después se apareció a Santiago; más tarde a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; antes bien, he trabajado más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En conclusión, tanto ellos como yo esto es lo que proclamamos y esto es lo que habéis creído.


Pablo se centra en los testigos oficiales de la Resurrección de Cristo. Por eso no figuran las apariciones a las mujeres. Cuando habla de que también él vio a Cristo, hace una breve síntesis biográfica. No puede olvidar que persiguió a la Iglesia de Dios. Ese recuerdo le estimula a colaborar sin descanso con la gracia de Dios. Y con sus muchos sufrimientos –que culminaron en el martirio–, y que vive unido a la Pasión de Cristo, expía y repara el mal hecho. La conclusión expresa admirablemente la unidad en la predicación y la fe de la Iglesia, el contenido de la predicación apostólica primitiva (Kerygma).


Pablo se va a centrar ahora en el error que se está difundiendo en Corinto. No conocemos bien la situación a la que alude la carta. Vamos a seguir las líneas de fuerza del razonamiento del Apóstol que, como siempre, es riguroso:


Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios, porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres.


Jesús no hace nada para sí mismo; todo lo hace para la gloria de Dios y para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Por eso, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no ha resucitado, vacía es la predicación de la Iglesia. Todo queda sin fundamento y sin objeto. Es más, los predicadores del Evangelio testifican contra Dios. 

   Pablo insiste: Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Si la muerte ha vencido a Cristo, el pecado conserva su dominio. Y los cristianos somos los más dignos de lástima de todos los hombres. Todo ha sido un engaño cruel.


El libro de los Hechos de los Apóstoles, nos dice que, interrogados por el Sumo Sacerdote, Pedro y los apóstoles contestaron: 


“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándolo de un madero. A Éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen”


Dios ha resucitado y exaltado a Jesús. Ésa es la garantía de que Jesús ha vencido a la muerte, ha expiado nuestros pecados, y nos ha reconciliado con Dios. No hay otra garantía. Por eso la Resurrección de Cristo es el acontecimiento que fundamenta y llena de contenido la fe cristiana.


Ahora el Apóstol va a afirmar con fuerza su fe en la Resurrección de Jesucristo, pero deja claro que no es el final:


¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Pues, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también en Cristo serán todos vivificados. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. 

   Porque debe Él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Y al decir que todo está sometido es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a Él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo.


El Apóstol comienza con una contundente confesión de fe; y luego nos revela cómo ha querido Dios llevar a cumplimiento su designio de Salvación. La referencia a Adán es pura ilustración, no hay nexo causal. Cristo resucita como primicia; le seguirá –en su Venida– la cosecha de los de Cristo, que serán vivificados en Él; luego, el fin. El Apóstol identifica tres momentos: la Resurrección de Cristo, su Venida y, por último, cuando, después de que el Padre haya sometido a Él todas las cosas, el Hijo se someta al Padre. Entonces Dios será todo en todos. Todo permanecerá para siempre en el amor y la justicia de Dios. El libro del Apocalipsis es el desarrollo admirable de este notable texto de San Pablo.


El último enemigo en ser destruido será la Muerte. El designio redentor de Dios es un designio de vida. Vencedor de la Muerte y de todos sus poderes, Cristo Resucitado es entronizado como Rey del cosmos y de la historia. Es la respuesta de Dios a la sangre de Abel que oye clamar a Él desde el suelo.


La obra de vida que, por querer del Padre y con la fuerza del Espíritu Santo, el Hijo ha llevado a cabo, la ha realizado ya plenamente en su Madre. Con la Asunción de María ya hay una persona humana en la que Dios es todo en todo. Se podría decir que, desde el punto de vista cualitativo, la obra de la Creación y la Redención ha quedado terminada. La Asunción de María es el sello que Dios pone a su Designio de vida. Para saber lo que significa que Dios sea todo en mí, y cómo puedo cooperar con esa esperanza suya, no tengo más que mirar a la Madre de Jesús y aprender de Ella.


Ahora el Apóstol se va a manifestar como un verdadero pastor:


De no ser así ¿a qué viene el bautizarse por los muertos? Si los muertos no resucitan en manera alguna ¿por qué bautizarse por ellos? Y nosotros mismos ¿por qué nos ponemos en peligro a todas horas? Cada día estoy a la muerte ¡sí hermanos! gloria mía en Cristo Jesús Señor nuestro, que cada día estoy en peligro de muerte. Si por motivos humanos luché en Efeso contra las bestias ¿qué provecho saqué? Si los muertos no resucitan, ¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!. No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres». Despertaos, como conviene, y no pequéis; que hay entre vosotros quienes desconocen a Dios. Para vergüenza vuestra lo digo.


Pablo busca la salvación de los cristianos de Corinto; no puede ser más claro. La cita de Isaías en la línea del Carpe diem deja clara la elección. Y la exhortación a vivir en vigilia deja claro que la causa del desconocimiento de Dios y de su designio es el pecado.


Entramos en la segunda parte de esta poderosa enseñanza. En esta página de la Carta resuena la revelación que Jesús os dejó cuando estaba ya muy cerca de la Cruz. Ante la solicitud de unos griegos que querían verlo, el Señor respondió: 


“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. (...) Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre”. Vino entonces una voz del cielo: “Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré”.


Hay un camino directo desde la muerte de Cristo hasta su dar gloria al Nombre de su Padre. Con este horizonte escuchamos a San Pablo:


Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar. No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. 


El cuerpo, que ha trabajado, sufrido y gozado en esta vida con el alma, resucitará. Eso sí, transformado. Es la gran enseñanza de la naturaleza, que es la primera parábola que Dios predica sobre la resurrección de los cuerpos (por eso Jesús puede hacer entrar esta primera parábola que es la creación en sus parábolas sobre el Reino de los Cielos). San Pablo se detiene con gusto en la riqueza de Sabiduría de Dios que la naturaleza contiene. Esta Sabiduría se revela a los sabios según Dios (para los sabios del mundo, la naturaleza no es más que materia prima para ser explotada).

   Primera clave de esta página: Dios obra según su voluntad. Punto. Segunda clave: la necesidad de la muerte: ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. La corrupción del cuerpo es un argumento a favor de su resurrección. Tercera clave: el juego entre se siembra y resucita: corrupción–incorrupción, vileza–gloria, debilidad–fortaleza, cuerpo natural–cuerpo espiritual. Nada del mundo del pecado pasa al ámbito de la resurrección. En la Pasión, Jesús acoge nuestro corazón pecador y lo transforma en un corazón santo. Quizá esté aquí la clave de Getsemaní.


En el Cenáculo, Jesús reveló a sus discípulos:


“El mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído que Yo he salido de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre”.


Lo que ahora nos va a enseñar San Pablo tiene su fundamento en esta revelación:


Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida. Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual. El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celestial, así serán los celestiales. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celestial. Os digo esto, hermanos: la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los Cielos, ni la corrupción heredará la incorrupción.


Jesucristo es el nuevo y definitivo principio. Dios le ha dado un cuerpo espiritual y lo ha hecho espíritu que da la vida. Si creemos en Él, llegaremos a llevar su imagen –la imagen del cuerpo glorioso de Jesucristo Resucitado–, seremos como Él. Eso será la gloria.


El Apóstol saca mucho partido a este misterio en otras Cartas, utilizando la terminología hombre viejo-hombre nuevo, y haciéndonos comprender que la moral cristiana consiste en irse despojando del hombre viejo y revistiéndose del hombre nuevo. El proceso tiene que ser completo. Lo que falte cuando el Señor nos llame a su presencia será terminado en el Purgatorio, porque lo que Pablo, como un hermano mayor nos asegura, es contundente: la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los Cielos, ni la corrupción heredar la incorrupción. A la luz de estas palabras se entiende el sentido de la lucha ascética y el valor del trabajo, las fatigas, y los sufrimientos de esta vida cuando se unen a la Cruz de Cristo.


El Apóstol sigue profundizando en la necesidad de ser transformados, hasta que el pecado y la muerte pierdan su poder sobre nosotros:


¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: 

La muerte ha sido absorbida en la victoria. 

¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? 

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? 

El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. 

   Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano el Señor.


Todos seremos transformados. Entonces la muerte será absorbida en la victoria que Dios nos da por nuestro Señor Jesucristo. Realmente no tenemos más que motivos para vivir dando gracias a Dios. Y escuchar la última exhortación que nos hace el Apóstol.



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