Meditación sobre Mc 12,28-34
Desde que Jesús hizo su entrada mesiánica en Jerusalén, el evangelista ha ido recogiendo las asechanzas de los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, los fariseos y los herodianos, y de los saduceos. Ahora nos encontramos con la actitud leal y bienintencionada de un escriba. Quizá ha quedado impresionado por la respuesta de Jesús a los saduceos. En cualquier caso, este encuentro es como una brisa de aire fresco en la atmósfera putrefacta de Jerusalén. Por eso Jesús se entretiene en instruirle, y terminará manifestando la alegría de haberse encontrado con él.
Acercóse uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”
Jesús le contestó: El primero es: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos”.
Jesús responde al escriba con una página del libro del Deuteronomio, una página que tiene una importancia especial en la vida de Israel. Así nos garantiza que éste es realmente el primer mandamiento de Dios. Solo el Hijo conoce el amor con el que Dios nos ama, y que lo que nos pide por encima de todo es que correspondamos a su amor. Jesús nos asegura que el primer mandamiento dice referencia a la fe y al amor, y que pide una doble exclusividad: creer solo en Dios y amarlo con todo el corazón. Cada uno tiene que decidir si escucha y vive este primer mandamiento de la Ley de Dios. Pero hay que tener claro que sobre este primer mandamiento, solo sobre este mandamiento, podemos edificar nuestra vida para la eternidad.
Éste mandamiento contiene la biografía de Jesús. Cuando pocos días después, el Señor esté a punto de encaminarse al encuentro con la Cruz, dirá a sus discípulos:
Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder. Pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.
Del primer mandamiento brota, de modo natural, el segundo: tenemos que amarnos con el amor con el que Dios nos ama; así este amor se convierte en criterio de juicio para amar al prójimo, al que tenemos que amar con el amor con el que Dios le ama. La primera Carta de San Juan nos dice:
Queridísimos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor (...).
Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, que ame también a su hermano.
Si acogemos el amor con el que Dios nos ama, nos transformará; seremos hechos capaces de llegar a ser hijos de Dios, de conocer a Dios como Padre nuestro, de guardar su mandamiento, y amar con el amor con el que Él nos ama. Así se manifiesta que amamos a Dios.
La respuesta del escriba a la enseñanza de Jesús:
Le dijo el escriba: “Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”.
Qué alegría debió de sentir Jesús al oír al escriba. He aquí un israelita que ha escuchado, comprendido, y vivido lo que Dios, como verdadero Sembrador, ha ido sembrando en Israel muchas veces y de muchos modos por medio de los Profetas. Por eso el Señor le dice: No estás lejos del Reino de Dios. Es casi una fórmula de beatificación. Qué alegría debió de sentir Jesús al poder decir estas palabras a este israelita fiel. Porque abrir a este hombre la puerta del Reino de Dios es la razón por la que el Hijo de Dios ha venido al mundo, y la razón por la que, pocos días después, dará su vida en la Cruz. Para abrirle la puerta a ese escriba y todos los que queramos hacer de la enseñanza de Jesús el criterio y la razón de nuestro vivir.
El evangelista termina diciendo:
Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
Realmente ya no hay más que preguntar. Una vez que Jesús dice al escriba: No estás lejos del Reino de Dios, ha terminado el tiempo de preguntar y ha comenzado el tiempo de vivir de fe y, con la ayuda de la gracia, amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos.
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