Meditación sobre Mc 15,15-20
En la Anunciación, el ángel Gabriel dijo a la Virgen:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.
El Señor Dios entronizará a Jesús como el Mesías Rey de Israel. Su Reino no tendrá fin. Eso es inamovible. Pero forma parte del designio de Dios el ofrecer a Israel el que reconozca a Jesús como Rey. Eso fue la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, en el Templo. Las autoridades de Israel no lo acogieron y, días después, lo entregaron a los romanos.
A Pilato le obsesiona el tema de la realeza de Jesús y, tal como nos cuenta San Juan, cuando se encuentra con Él la primera pregunta que le dirige es: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Ahí comienza un diálogo en el que Jesús, cuando Pilato le pregunta: ¿Luego tú eres Rey?, responde: Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. A Pilato esta verdad no le interesa; él tiene una verdad que es el Cesar, y su modo de vengarse de los judíos que lo están manipulando con extraordinario cinismo, es llevar a las autoridades judías a reconocer su verdad. Y estos representantes del pueblo de Dios llegan a la indignidad suprema: Replicaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César”. No se puede entregar al Mesías a los romanos sin reconocer a César como único rey. Qué día tan triste en la historia de Israel.
Pilato había propuesto al pueblo de Jerusalén liberar a Jesús; la gente se negó al grito de: ¡Crucifícalo! Pilato insistió: Pero ¿qué mal ha hecho? La respuesta de la muchedumbre fue gritar con más fuerza: ¡Crucifícalo! Entonces Pilato, obrando del modo más innoble por miedo a los judíos, hace que, antes de la crucifixión, Jesús sea sometido a una ceremonia de coronación. En esta ceremonia no falta ningún elemento, pero todo es pura burla. San Marcos lo cuenta así:
Pilato, queriendo contentar a la muchedumbre, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo condujeron dentro del patio, es decir, el pretorio, y convocaron a toda la cohorte. Lo vistieron de púrpura y le pusieron una corona de espinas que habían trenzado. Y comenzaron a saludarle: «Salve, Rey de los Judíos». Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían, e hincando las rodillas se postraban ante Él. Cuando se hubieron burlado de Él, le despojaron de la púrpura y le colocaron sus vestiduras. Entonces lo sacaron para crucificarlo.
La maldad que descarga sobre el Señor en su Pasión tiene un alto contenido de burla; así se manifiesta la particular vileza del corazón pecador ¿Por qué Jesús, que es Dios, se somete a las burlas? La respuesta es clara: para llevar hasta el final la obra que el Padre le ha encomendado realizar. Jesús asume en su Pasión el pecado del mundo y, por eso, todas las burlas de la historia; desde ese día, nadie las ha sufrido ni las sufrirá solo.
El evangelista expresa con particular fuerza: Cuando se hubieron burlado de Él. Si dejas que estas palabras se te graben en el corazón sentirás el deseo de reparar esas burlas. Y descubrirás que Jesús ha querido quedarse en la Eucaristía para que podamos dar satisfacción al deseo de nuestro corazón; y crece con particular fuerza el amor al culto Eucarístico, esa gran escuela en la que aprendemos a desagraviar al Señor por todas las burlas que los hombres hemos descargado sobre Él. Ahora podemos doblar la rodilla ante Él en adoración. En toda genuflexión ante el Sagrario hay una referencia a las burlas de la Pasión, a ese: y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían, e hincando las rodillas se postraban ante Él.
Pero esa coronación de burlas no tendrá la última palabra. Esto ya había quedado claro en el encuentro de Jesús con el sumo sacerdote la noche anterior, delante de todo el Sanedrín:
Entonces el sumo sacerdote se puso de pie en el centro y le preguntó a Jesús: “¿No respondes nada a lo que éstos testifican contra ti?” Pero Él permanecía en silencio y nada respondió. De nuevo el sumo sacerdote le pregunta. Y le dice: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?” Jesús respondió: “Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”.
El Señor revela que se cumplirán las palabras que el ángel Gabriel dijo a María; y veremos a Jesucristo sentado a la diestra de su Padre. El cielo y la tierra tiene un solo Rey: Cristo Jesús. Y nosotros doblaremos la rodilla ante el Señor glorioso, adorándolo con el corazón rebosante de alegría. Para gloria de Dios Padre. Se terminaron las burlas.
Comentarios
Publicar un comentario