Meditación sobre Jn 10,1-10
Jesús, en esta preciosa página del Evangelio de San Juan, nos revela quién es Él y para qué ha venido al mundo. Lo hace con las imágenes del pastor, el rebaño y el redil, que tan larga tradición tienen en las Escrituras de Israel para expresar el cuidado de Dios por su pueblo. Escuchemos.
“En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
Entonces Jesús les dijo de nuevo: “En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la Puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
Jesús ha venido al mundo para que tengamos vida, vida eterna y, por eso, para ser la Puerta por la que entran y salen los pastores y las ovejas en su Iglesia. Todos, empezando por los padres con sus hijos.
Me parece que, como tantas otras veces, Jesús está hablando de un modo especial de su Madre, que es la única persona humana que siempre ha pasado por la puerta que es su Hijo. Es lo que revela el saludo del ángel: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Cuando Jesús nos la dio por Madre lo hizo para que nos llevara a pasar siempre por la puerta que es Él. María tiene una relación con los cristianos que responde admirablemente a lo que Jesús dice de la relación de las ovejas con su pastor: nos sabemos conocidos y queridos cada uno; vivimos bajo su protección; escuchamos su voz, que nos llama por nuestro nombre; y la seguimos con confianza porque sabemos que nos lleva a pastos de vida eterna. Solo Ella tiene esa relación con sus hijos, con todos sus hijos de todos los tiempos. Realmente, la Madre de Jesús es la Divina Pastora.
¿Cómo nos lleva nuestra Madre a pasar por la puerta que es su Hijo? Por muchos caminos. Todos los caminos que la Virgen recorre en esta tierra son caminos que pasan por la puerta que es Jesús. Vamos a detenernos en tres que tienen una importancia especial en la vida de María.
El primero es la obediencia. En el relato de la Anunciación, la respuesta de María a la voluntad de Dios, fue:
He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra.
La Encarnación del Hijo de Dios queda íntima y permanentemente unida a la obediencia de María de Nazaret a la palabra de Dios. Si seguimos a María nos llevará por este camino. Nos enseñará a escuchar, guardar en el corazón y vivir la palabra de Dios.
Luego, la fe. Nos dice San Lucas que cuando María –con Jesús en su seno–, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel, ésta quedó llena de Espíritu Santo y exclamó con fuerte voz:
¡Bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!
María nos lleva por el camino de la fe, que es el camino de la bienaventuranza. Y la fe hace de los caminos humanos caminos divinos, caminos que nos llevan a la vida eterna.
Y la humildad. María abre el Magnificat exclamando:
Engrandece mi alma al Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador,
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava.
María ve en la mirada complacida de Dios a la humildad de su esclava la clave del misterio de la Encarnación. Y María nos llevará siempre por caminos de humildad. Y la humildad, la fe, y la obediencia, son caminos que pasan por la puerta que es Jesucristo, son caminos de salvación y de vida eterna. Por eso son el criterio de juicio y la fuente de valor de la vida del cristiano.
Yo soy la Puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto... Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Si dejamos que estas palabras de Jesús se nos graben en el corazón, le pediremos a nuestra Madre que nos coja de la mano y nos lleve a pasar siempre por la Puerta que es su Hijo.
Excursus: Moisés y los Profetas
Cuando Jesús dice que los que han venido antes de Él son ladrones y salteadores no se está refiriendo a Moisés y a los Profetas de Israel. Todas las promesas que Dios nos ha hecho por medio de estos hombres grandes han tenido su sí en Cristo. Por eso el Señor encuentra su misión en sus palabras, y los cristianos los seguimos escuchando con atención; son portadores de la palabra de Dios y nos llevan a pasar por la puerta que es Jesucristo. Han sido, y siguen siendo, pastores del pueblo de Dios. Jesús ha dado a Moisés y a los Profetas de Israel, hasta Juan Bautista, su verdadera grandeza, porque ha abierto la puerta por la que, siguiéndoles, podemos acceder a la vida plena.
La relación entre Jesucristo y los Profetas de Israel está admirablemente expresada en el comienzo de la Carta a los Hebreos:
Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.
Es el mismo Dios el que habló a Israel por medio de los Profetas y, en estos últimos tiempos, nos habla por medio de su Hijo. Y en las palabras de los Profetas resonaba ya esa palabra poderosa del Hijo que lo sostiene todo.
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