Meditación sobre Flp 1,1-11
Filipos, en Macedonia, fue la primera ciudad que el Apóstol evangelizó en Europa; ocurrió entre finales del año 50 y principios del 51. Las circunstancias de esa evangelización están narradas con bastante detalle en Act 16,11-40. La relación de San Pablo con esta iglesia fue siempre especial, marcada por el amor, la confianza y la fidelidad. La Carta a los Filipenses, escrita desde la cárcel, es la más preciosa de las Cartas del Apóstol. Cuando la escribe, Pablo lleva años de fatigas y castigos injustos y durísimos; y puede ser enviado al verdugo en cualquier momento. Le importa un bledo. Lo que le importa, lo que llena su corazón de alegría, lo que le lleva a vivir dando continuamente gracias a Dios es que los cristianos de Filipos viven su fe con plenitud y colaboran en la difusión del Evangelio.
El saludo:
Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los epíscopos y diáconos. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
La clave del nombre que da a los cristianos la expresa con fuerza particular en la bendición de Dios con la que comienza del himno cristológico de la Carta a los Efesios:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor.
Después del saludo, la acción de gracias y la oración de petición:
Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio desde el primer día hasta hoy, firmemente convencido de que quien inició en vosotros la buena obra la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.
La «buena obra», y realmente no hay otra, es colaborar con la Buena Nueva, con el Evangelio. Dios, que inició el los cristianos de Filipos esa buena obra, la llevará hasta su consumación el Día de Cristo Jesús. Pablo está firmemente convencido de que será así; por eso la acción de gracias y la oración.
Pablo dirige su carta a los elegidos de Dios, al pueblo santo que Dios reúne con vistas a los últimos tiempos, y que participa ahora de los sufrimientos de Cristo y de los trabajos para anunciar el Evangelio; al pueblo que llegará a participar de la gloria de Cristo Resucitado «el Día de Cristo Jesús». El Día del encuentro definitivo con Jesucristo Resucitado es la consumación de la buena obra que Dios realiza en nosotros. Si aprendemos a ver así las cosas nada de lo que nos suceda en esta vida nos desconcertará; todo será un motivo de alegría y de acción de gracias a Dios.
Ahora el Apóstol deja que se desborde el amor por los filipenses que llena su corazón:
Y es justo que yo sienta así de todos vosotros, pues os llevo en mi corazón, partícipes como sois todos de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio. Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús.
San Pablo, fundador y cabeza de la iglesia de Filipos, que lleva a todos en el corazón y considera de justicia que sea así, tiene clara conciencia de la participación de todos en los dones que recibe de Dios; y gracia de Dios es tanto el sufrimiento como los trabajos para consolidar el Evangelio. Las cadenas manifiestan que trabajan en el Evangelio del Crucificado.
Con qué palabras tan conmovedoras expresa el Apóstol el amor por la Iglesia de Filipos. Nada de sentimentalismo. El amor de Pablo a los filipenses participa de la eternidad del amor de Dios. Sólo en el Corazón de Jesús nos encontramos con el amor del Padre. Allí podemos querer con el amor con el que Cristo nos quiere a nosotros. Y nuestro amor permanecerá para siempre, se abrirá a la eternidad. Lo demás –afectos puramente humanos, sentimientos, etc.– pasará. Estas palabras de Pablo ponen su sello en los verdaderos pastores de la Iglesia de Jesucristo.
El Apóstol vuelve a su oración:
Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, con que podáis aquilatar los mejor para ser puros y sin tacha para el Día de Cristo, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
En las Cartas de San Pablo es fundamental detenerse en su oración. En lo mucho que reza, y en las muy diversas cosas que pide a Dios para los hombres y mujeres que, con la gracia de Dios, ha llevado a la fe en Jesucristo. Aquí la oración del Apóstol se mueve en el horizonte escatológico. Sólo le importa el encuentro definitivo con Jesús; que en el Día de Cristo sus queridos filipenses se presenten con las manos llenas de buenas obras. Por eso pide a Dios que crezcan en el amor, que es luz para discernir lo que es agradable a Dios y fuerza para realizarlo. Y todo para gloria y alabanza de Dios.
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