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Nacimiento de Jesús

Meditación sobre Lc 2,1-20


El lugar del nacimiento de Jesús lo determina algo tan fortuito como un viaje motivado por un tema tan prosaico como los impuestos. Mientras el gran Imperio Romano alardea de poder con el censo, nace el que pondrá fin a todos los imperios de este mundo, ante el que se doblará toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos. Realmente, qué misterioso es el modo de obrar de Dios, y qué valor tienen a sus ojos las circunstancias ordinarias de la vida.


Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el alojamiento.


Qué modo tan sencillo de narrar el nacimiento del Hijo de Dios. Qué importancia tiene José en este relato. Y cómo pasa el protagonismo del relato de José al Niño a través de la Madre. 

   Ha llegado la plenitud de los tiempos, se han cumplido los días que empezaron a correr con la creación del mundo. Hoy la creación ha alcanzado su pleno sentido. El Evangelio de San Juan lo explica así:


En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por Ella y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe. (...) La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por Ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre.


Todo nos lo jugamos en el recibir, o no, al hijo primogénito de María. En cada página del Evangelio el Espíritu Santo, que los inspira, subraya la importancia de la libertad personal. Es como si los Evangelios fuesen un diálogo entre el Espíritu Santo y cada uno de nosotros.


En Belén no había lugar para ellos. Si José hubiera sido rico y poderoso claro que habría habido lugar para ellos. Pero la familia de Belén no tiene relación con el dinero ni con el poder, los dos ídolos de este mundo.


El relato continúa:


Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. 


Qué contraste tan asombroso entre lo que el Ángel del Señor, envuelto en la luz de la gloria del Señor, dice del Niño y la señal que da para que los pastores acepten su mensaje. Años después, Jesús abrirá su carazón en una oración de alabanza que nos da la clave de este modo de proceder de Dios:


Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.


Los poderosos de este mundo no hubieran entendido nada del anuncio del Ángel; y la señal les hubiera parecido un despropósito –y realmente lo es para el que pone condiciones al obrar a Dios–. 


Muchos siglos antes del nacimiento de Jesús, el profeta Isaías anunció que Dios liberaría a su pueblo Israel, y que lo haría de un modo sorprendente: Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. El Ángel del Señor nos dice que con el nacimiento del hijo de María se ha cumplido la profecía. Dios nos envía como Salvador a su Hijo porque quiere encontrar el camino al corazón del hombre. A Dios sólo le interesa nuestro amor; ¿qué otra cosa nuestra podría interesarle? Si el Niño no encuentra el camino de nuestro corazón, nada lo hará. Es de nosotros mismos, de la dureza de nuestro corazón, de quien el Niño viene a salvarnos. 


Los pañales y el pesebre como señal de que el Niño es el Salvador. Dios nos ha enviado a su Hijo para que cuidemos de Él. Hoy. Porque el Salvador nos nace hoy. ¿Qué podemos hacer? Cuidar de las personas que Dios ha puesto a nuestro lado y ver al Niño en cada persona. Así la Navidad nos descubre el secreto de la vida cristiana, que adquiere su verdadero sentido y riqueza. El Hijo de Dios ha venido al mundo para enseñarnos que toda persona es niño y está necesitada de cuidado, de atención, y de afecto. Entonces caeremos en la cuenta que sólo María y José, las personas elegidas por Dios para cuidar del Niño, nos enseñarán a cuidar de las personas. No hay otra escuela. 


Cuando el Ángel del Señor se les apareció los pastores se llenaron de temor religioso . El Ángel les tranquiliza y les anuncia que no es la hora de temer, sino de alegrarse: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. Es la alegría que nos llega desde el Corazón de Dios y que es para todo hombre; la alegría que la humanidad esperaba desde que la muerte se enseñoreó de la creación; es la alegría que da sentido y valor a toda otra alegría. Mientras la alegría porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado no grabe profundamente su sello en nuestro corazón, cualquier excusa será buena para seguir matando niños.


Para la revelación a los pastores ha bastado un ángel. Para la alabanza del Hijo de Dios nacido se necesita el ejército celestial, que entona un canto que resonará para toda la eternidad: 


Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: 

Gloria a Dios en las alturas y en la tierra; 

paz a los hombres en los que Él se complace.


Esto podría ser el estribillo del himno entonado por los ángeles – himno que no se nos da a conocer–. Ojalá veamos nuestra vida en este estribillo: vivir dando gloria a Dios y aspirando a que se complazca en nuestra conducta. Entonces nuestro corazón se llenará de paz.


El relato termina:


Y sucedió que cuando los ángeles, dejándolos, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado”. Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.


Los pastores nos enseñan lo que tenemos que buscar. El tiempo queda transformado; en esa búsqueda afanosa que es la vida humana lo único importante es encontrarme con la Familia de Belén. Dios nos guiará, como guió a los pastores. 

   Contrasta la serenidad de María con el ambiente de agitación que la rodea. Su modo de maravillarse es interior. Así nos asomamos a lo que han sido los años de vida de la Hija de Sión hasta su Maternidad; y lo que van a ser sus años de vida a partir de hoy: guardar y meditar en su corazón todo lo que le viene de Dios. Qué gran maestra de vida interior.

   Ante el anuncio de los pastores todos quedan maravillados, y ellos se vuelven glorificando y alabando a Dios. Bien por los pastores. 



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