Meditación sobre 1 Jn 3,11–22
El mensaje que Dios nos dirige desde el principio es que nos amemos unos a otros. Así se lo pidió a Caín cuando vio lo que se estaba fraguando en su corazón:
Yahveh dijo a Caín: “¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado, acechando como fiera que te codicia y a quien tienes que dominar”.
Caín no escucha a Dios:
Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos al campo”. Y cuando estaban en el campo, Caín se alzó contra su hermano Abel, y lo mató.
El Señor le manifiesta su tristeza:
Yahveh dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” Contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” Replicó Yahveh: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo”.
Qué terribles las dos preguntas que Dios dirige al que acaba de matar a su hermano. Preguntas a las que responde la sangre derramada de Abel. El Hijo de Dios escuchará el clamor de esa sangre y, al precio de la suya, vendrá a traernos la capacidad de amarnos con su amor. Es lo que nos dice cuando se encamina al encuentro con la Cruz:
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como Yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros”.
Ser capaces de amar como Él nos ama es la prueba de la fe en Jesucristo. Con este horizonte escuchamos a San Juan:
Porque el mensaje que habéis oído desde el principio es éste: que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. No os extrañéis, hermanos, si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
El principio es Jesús, que nos libera del poder del maligno y nos da el poder de pasar de la muerte a la vida, haciéndonos capaces de amarnos unos a otros. Quien no ama permanece en la muerte y es homicida; vive en la muerte y al servicio de la muerte. Qué verdad tan terrible y tan reveladora. El juicio es una elección que hacemos día a día y que tiene por tema el amor y la vida eterna; una elección que manifiesta si hemos escuchado el mensaje que hemos oído desde el principio.
En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si alguno que posee bienes de la tierra ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él.
Estas palabras me parecen de una importancia extrema. Aquí está contenido el misterio del cristianismo. El amor se conoce cuando se recibe de Jesucristo y se actúa en el amor a los hermanos. Todo lo demás son milongas sensibleras.
Para conocer el amor hay que mirar al Crucificado. No hay otra escuela para conocer el amor que Dios nos tiene y lo que nos pide cuando nos dice que nos amemos unos a otros. El que mira al Crucificado no puede cerrar su corazón al hermano que padece necesidad. Hay que amar con obras que manifiesten el amor que Jesús nos tiene. Así seremos de la verdad, viviremos en la verdad, y el corazón no nos acusará delante de Dios.
Si nos acusa el corazón, Dios es más grande que nuestro corazón, y Él lo sabe todo. Carísimos, si el corazón no nos acusa, tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto pidamos lo recibimos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Si nos acusa el corazón. Qué expresión tan misteriosa. ¿Desde dónde llega esa acusación y de qué nos puede acusar nuestro corazón? La acusación nos llega desde el Corazón de Jesús, desde el misterio del Amor de Dios que habita plenamente en el Corazón de Jesús. Y nuestro corazón nos puede acusar de que no le hemos dejado abrirse de par en par al amor de Jesús; de que no le hemos dejado abrir espacio a ese amor en un mundo dominado por el odio homicida; de no haber amado siempre con un amor dispuesto a dar la vida por los hermanos. Terribles acusaciones. De esto no puede acusarnos la razón, ni la voluntad, ni siquiera la conciencia. Solo el corazón.
La acusación del corazón nos llega desde la profundidad del misterio del Dios que es Amor. Por eso no tiene sentido ignorarla ni buscar excusas y justificaciones. Solo hay que aceptar la acusación convencidos de que Dios es más grande que nuestro corazón y que Él lo sabe todo. Por eso puede acoger en su amor la acusación del corazón y darnos el poder de empezar de nuevo; el poder de decirle a Cristo Jesús: ahora comienzo a amar con el amor con el que me amas a mí.
Si el corazón no nos acusa. Qué expresión tan gozosa. El corazón, cuyo testimonio nos llega desde el Corazón de Jesús, nos asegura que estamos amando con el amor con el que Jesús nos ama a nosotros, con obras y según la verdad; que estamos guardando los mandamientos de Dios y haciendo lo que le agrada; que podemos tener plena confianza ante Dios; y que cuanto le pidamos nos lo concederá, porque el amor es la única puerta al Amor de Dios.
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