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Él dará testimonio de mí

Meditación sobre Jn 15,26-16,49


Después de la terrible palabra en la que Jesús nos ha revelado el odio del mundo a su Padre y a  Él mismo, el Señor continúa: 


“Cuando venga el Paráclito, que Yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio”. 


Jesús nos revela un aspecto importante del misterio de la Santísima Trinidad y de su relación con nosotros. Hay que meditar cada una de esas pocas palabras. El Padre nos ha enviado a su Hijo, y el Hijo nos enviará al Espíritu de la verdad de junto al Padre. Ambos, el Hijo y el Paráclito, proceden del Padre. Qué importancia tiene este «venir» del que habla Jesús.

   El Espíritu de la verdad dará testimonio de Jesús. Jesús es la Verdad; por eso, el Paráclito, que da testimonio de Jesucristo –y no habla de otra cosa–, es el Espíritu de la verdad. Sólo con su asistencia se puede salvar la distancia insalvable entre Jesús de Nazaret y el Hijo Unigénito de Dios. El Espíritu de la verdad enseñará a los apóstoles quién es Jesús, y les enseñará el sentido de sus palabras y de sus obras; nada de Jesús puede comprenderse plenamente desde la carne y la sangre, desde la mera ciencia humana. 

   Con la asistencia del Paráclito, también los apóstoles darán testimonio de Jesús. De ese doble testimonio brota la vida de la Iglesia. Desde que el Señor eligió a sus discípulos se ha dedicado a formarlos para que puedan llegar a ser sus testigos en el mundo. Los apóstoles han sido destinatarios principales de lo que Jesús ha dicho y hecho a lo largo de sus años de vida pública. Se puede decir que muchos de los sujetos que aparecen en los evangelios no son más que comparsas.

   Con la fuerza del Espíritu de la verdad, las palabras de Jesús que los apóstoles han escuchado y las obras que han contemplado, se hacen presentes y eficaces en el hoy de la Iglesia. Esto me parece que se entiende bien en la Consagración Eucarística. Las palabras de Jesús nos llegan de los apóstoles, que estaban con Él en el Cenáculo; pero nos llegan, por querer del Padre, en el Espíritu Santo; por eso son eficaces y convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. De ese doble testimonio brota el misterio de la vida Eucarística en la Iglesia. Y somos introducidos en la contemporaneidad con Jesucristo, en la relación personal con Él. Con el testimonio del Paráclito y de los Apóstoles, puedo escuchar las palabras de Jesús en la oración como dirigidas a mí en persona, y puedo dialogar con Él. Jesús no es una figura del pasado del que guardamos un bonito recuerdo.


“Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas, e incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. No os dije esto desde el principio porque estaba Yo con vosotros”. 


Jesús está a punto de dejar el Cenáculo para sumergirse en la Pasión. El odio del mundo va a descargar sobre Él y, aparentemente, va a alzarse con la victoria. Jesús quiere que sus discípulos entiendan que la Cruz responde al designio de Dios; que Él no es un ingenuo –una víctima más de las luchas de poder en el mundo–; que Él no ha sido derrotado, sino que ha llevado el amor y la obediencia a su Padre Dios hasta el final. Por eso no deben desconcertarse con la Pasión y, mucho menos, dejar que flaquee su fe en Él. Todo lo contrario. Deben salir de la Pasión fortalecidos, al ser testigos de la verdad de las palabras que dirigió tiempo atrás a Nicodemo: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. 

   Quizá uno de los motivos por los que Jesús nos ha dejado la Eucaristía es para que no nos confiemos. Para que tengamos siempre delante de los ojos la realidad de que se puede matar al hijo de Dios encarnado pensando que se está dando culto a Dios; se puede llegar a creer que matar a un cristiano es aceptado por Dios como un sacrificio que acoge con agrado. Esto, que por desgracia es tan frecuente, es haber llegado al más profundo desconocimiento del Padre y del Hijo. Y es el gran triunfo del padre de la mentira, del homicida desde el principio.

   Qué día tan triste aquel en el que los cristianos que procedían del judaísmo fueron expulsados de la sinagoga. Día triste para los discípulos del Mesías de Israel, pero triste sobre todo para el pueblo de la Alianza. Si lo que ha dicho Jesús referente a la expulsión de la sinagoga es triste, lo que dice después es pavoroso: e incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Cuantísimas veces la historia ha puesto de relieve el carácter profético de estas palabras de Jesús. Qué poder tiene en el mundo el padre de la mentira.

   Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Jesús nos explica la razón de esta terrible perversión. Son idólatras; no conocen al verdadero Dios, al Dios vivo y dador de vida; al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo; al Padre de las misericordias; al Dios de todo consuelo. Al margen de los nombres que den a sus dioses, adoran ídolos; y los ídolos no conocen la piedad, exigen siempre sacrificios de sangre humana; así sucedió en los comienzos de la Iglesia y así sigue sucediendo hoy; y en qué medida. 

   Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había anunciado. Para ser cristiano es necesario mantener vivo el recuerdo de las palabras de Jesús. Ese recordar forma parte del testimonio que el Espíritu de la verdad da de Jesús. Por eso había dicho poco antes: El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que Yo os he dicho. Por eso hay que tratar al Espíritu Santo; hacernos verdaderamente sus amigos; escucharle y meditar sus palabras; acudir a su ayuda y a su intercesión; y tantas otras cosas. El trato con el Espíritu Santo es un distintivo de la vida del cristiano que no puede faltar. Así las palabras de Jesús son vivas y eficaces, hacen realidad lo que significan y nos hacen capaces de vivir esa realidad.


Excursus: La sinagoga 


La sinagoga fue una institución admirable, una de las piezas principales en el designio de salvación de Dios. A raíz del destierro de Babilonia, y luego con la diáspora de las comunidades judías por todas las ciudades del mundo grecorromano, la sinagoga es la casa de la Palabra. Allí se reúnen los judíos cada sábado para escuchar la palabra de Dios. En las sinagogas, las Escrituras de Israel dieron testimonio durante siglos de la Luz que iba a venir al mundo; y fueron preparando a los judíos para acoger esa Luz. La fe en Jesús que encontramos en los evangelios, comenzando con María y José, pero también en los apóstoles y en tantos otros, tiene detrás la labor de la sinagoga.

   Pero, además –y éste es el mayor título de honor de la sinagoga de Israel–, desde que tuvo la edad conveniente Jesús asistió –llevado primero por José, su padre en la tierra–, cada sábado a la sinagoga de Nazaret. Qué misterio tan admirable. Durante años, la Palabra consustancial del Padre se sienta en la sinagoga de Nazaret para escuchar la palabra de Dios que se proclama en las Escrituras de Israel. Así va conociendo Jesús el plan de su Padre para Él. Y cuando comience su misión mesiánica, Jesús predicará en las sinagogas de Galilea, y en algunas de ellas –principalmente en las de Nazaret y Cafarnaún– tendrán lugar acontecimientos decisivos en los que Jesús se manifestará como el que tenía que venir al mundo.

   Es entonces cuando la sinagoga alcanza la plenitud querida por Dios en su designio. Pero no termina ahí el servicio de la sinagoga judía a la Redención. La sinagoga había sido el vehículo que había llevado la esperanza de Israel a tantas ciudades del mundo antiguo. La santidad del Dios de Israel y la nobleza de sus mandamientos había iluminado esas ciudades cuya religión y moral estaban profundamente degeneradas. Y las personas de corazón noble se habían acercado a la fe de Israel. Muchos de ellos se convertirán al cristianismo cuando la Iglesia apostólica comience su expansión, anunciando en las sinagogas de la diáspora que las promesas de Dios a Israel se han cumplido en Jesucristo. ¿Cómo hubiera evolucionado el cristianismo si la primera Iglesia no hubiese sido expulsada de la sinagoga?



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