Meditación sobre Mc 1,1
San Marcos abre su evangelio diciendo :
Principio del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios.
Me parece que para entender a qué se refiere Marcos con el término Evangelio –Buena Nueva– hay que considerar que el pecado del origen marcó el mundo con el sello de la maldad y de la muerte. La terrible palabra de Dios certifica el sometimiento del hombre a la muerte:
Al hombre le dijo: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que Yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida; espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo; con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás”.
Y la mirada de Dios contempla el dominio de la maldad:
El Señor, al ver cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra, y que todos los pensamientos de su corazón tendían siempre al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y se entristeció en el corazón.
Con este horizonte no se puede hablar seriamente de realidades valiosas, buenas, nuevas. Solo puede hablarse de Evangelio si hay una nueva intervención de Dios. Eso es la Encarnación del Hijo de Dios. Porque Dios, el Dios vivo y dador de vida, no va a dejar a su criatura bajo el poder del pecado y de la muerte en esa gran obra de bondad y de vida que es su Creación. Y la compasión de Dios pondrá en marcha la historia de la Salvación, que culmina en Jesucristo, el Hijo de María, que es el Hijo de Dios. La venida del Hijo de Dios es la Buena Nueva, el acontecimiento que llena de esperanza nuestro corazón. Comienza una nueva creación, una nueva humanidad, que se abrirá a la eternidad. El Evangelio al se refiere San Marcos no puede ser un texto –por muy noble que sea–; es una Persona: Jesucristo. Por eso tiene su principio en el Corazón del Padre, que nos envía a su Hijo para reconciliarnos con Él.
Haciéndose hombre el Hijo de Dios, asumiendo la naturaleza humana, la Buena Nueva resuena en todo el ámbito de la vida de las personas: en el trabajo y en el descanso, en la vida de familia y en la vida social, en las alegrías y en las penas; hasta en la muerte. Lo ordinario adquiere un poder de revelación insospechado, porque en todo lo humano resplandece el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. Todos los caminos humanos son ahora caminos por los que Jesucristo viene a nuestro encuentro para llevarnos con Él a la Casa del Padre.
Excursus: El encuentro
La esencia del cristianismo no es un libro, ni una filosofía, ni una moral, ni una liturgia, ni una sociología. Puede tener rasgos de esas realidades, pero no es nada de eso. Por eso el cristianismo no puede deducirse a partir de lo creado como una manifestación más de la religiosidad natural del hombre; ni puede vivirse desde la lectura de un texto que sirva de norma ética.
El cristianismo es un encuentro: un encuentro personal con Jesucristo, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para venir a encontrarse con cada uno. Jesús lo expresa admirablemente en el libro del Apocalipsis:
Mira que estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y me abre,
entraré en su casa,
y cenaré con él y él conmigo.
Ser cristiano es vivir desde ese encuentro; y anunciarlo. El anuncio no es una técnica de comunicación, sino un testimonio personal. Es hacer partícipes de la gran alegría de que los caminos del hombre ya no van, fatigosamente, del polvo al polvo; que se han convertido en caminos en los que Dios viene a nuestro encuentro, en caminos divinos en la tierra. Ha terminado la maldición del olvido. En Jesús, Dios se ha acordado del hombre, de cada uno de nosotros, y ya no nos olvidará jamás; nada bueno quedará atrás; todo es nuevo, con la novedad de la vida que viene de Dios. ¡Qué Buena Noticia!
Excursus: El rostro humano
La Buena Nueva es que el Unigénito de Dios tiene rostro humano; y en el rostro del Hombre Jesús resplandece la gloria del Padre. San Juan lo expresa admirablemente:
Y la Palabra se hizo carne,
y puso su Morada entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Desde ese día glorioso, cuando el Padre nos mira descubre en nuestro rostro los rasgos de su Hijo. Qué misterio tan grande es esa mirada de Dios. Llega a una plenitud insondable el mirar de Dios del que habla el inicio de la Escritura cuando, a medida que la Palabra va creando el mundo, el Génesis va repitiendo: y vio Dios que era bueno; y al culminar su obra con la creación de la persona humana –varón y hembra los creó–, comenta: y vio Dios que era muy bueno. ¿Qué expresión habría que usar para el mirar de Dios a su Hijo Jesús?
Con la Encarnación ha llegado a plenitud lo que ya era verdad revelada desde la creación: lo único verdaderamente valioso para Dios es el rostro humano; cada rostro, aunque todavía no esté completamente formado o se presente desfigurado por la enfermedad o por el pecado. El resto –las galaxias, los sistemas políticos, los logros de la técnica– no vale a los ojos de Dios lo que un solo rostro humano. Ser cristiano es aprender a mirar con los ojos del Padre. Descubrir el Evangelio de Jesucristo en cada rostro humano. Ésa es toda la moral social cristiana. Hasta que no miremos así cualquier excusa será suficiente para eliminar a las personas. Eso es el aborto. Ser cristiano es aspirar a que el Padre pueda reconocer con claridad en nosotros el rostro de su Hijo encarnado. Ésa es toda la moral personal cristiana.
Meditación sobre Mc 1,1
San Marcos abre su evangelio diciendo :
Principio del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios.
Me parece que para entender a qué se refiere Marcos con el término Evangelio –Buena Nueva– hay que considerar que el pecado del origen marcó el mundo con el sello de la maldad y de la muerte. La terrible palabra de Dios certifica el sometimiento del hombre a la muerte:
Al hombre le dijo: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que Yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida; espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo; con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás”.
Y la mirada de Dios contempla el dominio de la maldad:
El Señor, al ver cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra, y que todos los pensamientos de su corazón tendían siempre al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y se entristeció en el corazón.
Con este horizonte no se puede hablar seriamente de realidades valiosas, buenas, nuevas. Solo puede hablarse de Evangelio si hay una nueva intervención de Dios. Eso es la Encarnación del Hijo de Dios. Porque Dios, el Dios vivo y dador de vida, no va a dejar a su criatura bajo el poder del pecado y de la muerte en esa gran obra de bondad y de vida que es su Creación. Y la compasión de Dios pondrá en marcha la historia de la Salvación, que culmina en Jesucristo, el Hijo de María, que es el Hijo de Dios. La venida del Hijo de Dios es la Buena Nueva, el acontecimiento que llena de esperanza nuestro corazón. Comienza una nueva creación, una nueva humanidad, que se abrirá a la eternidad. El Evangelio al se refiere San Marcos no puede ser un texto –por muy noble que sea–; es una Persona: Jesucristo. Por eso tiene su principio en el Corazón del Padre, que nos envía a su Hijo para reconciliarnos con Él.
Haciéndose hombre el Hijo de Dios, asumiendo la naturaleza humana, la Buena Nueva resuena en todo el ámbito de la vida de las personas: en el trabajo y en el descanso, en la vida de familia y en la vida social, en las alegrías y en las penas; hasta en la muerte. Lo ordinario adquiere un poder de revelación insospechado, porque en todo lo humano resplandece el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. Todos los caminos humanos son ahora caminos por los que Jesucristo viene a nuestro encuentro para llevarnos con Él a la Casa del Padre.
Excursus: El encuentro
La esencia del cristianismo no es un libro, ni una filosofía, ni una moral, ni una liturgia, ni una sociología. Puede tener rasgos de esas realidades, pero no es nada de eso. Por eso el cristianismo no puede deducirse a partir de lo creado como una manifestación más de la religiosidad natural del hombre; ni puede vivirse desde la lectura de un texto que sirva de norma ética.
El cristianismo es un encuentro: un encuentro personal con Jesucristo, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para venir a encontrarse con cada uno. Jesús lo expresa admirablemente en el libro del Apocalipsis:
Mira que estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y me abre,
entraré en su casa,
y cenaré con él y él conmigo.
Ser cristiano es vivir desde ese encuentro; y anunciarlo. El anuncio no es una técnica de comunicación, sino un testimonio personal. Es hacer partícipes de la gran alegría de que los caminos del hombre ya no van, fatigosamente, del polvo al polvo; que se han convertido en caminos en los que Dios viene a nuestro encuentro, en caminos divinos en la tierra. Ha terminado la maldición del olvido. En Jesús, Dios se ha acordado del hombre, de cada uno de nosotros, y ya no nos olvidará jamás; nada bueno quedará atrás; todo es nuevo, con la novedad de la vida que viene de Dios. ¡Qué Buena Noticia!
Excursus: El rostro humano
La Buena Nueva es que el Unigénito de Dios tiene rostro humano; y en el rostro del Hombre Jesús resplandece la gloria del Padre. San Juan lo expresa admirablemente:
Y la Palabra se hizo carne,
y puso su Morada entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Desde ese día glorioso, cuando el Padre nos mira descubre en nuestro rostro los rasgos de su Hijo. Qué misterio tan grande es esa mirada de Dios. Llega a una plenitud insondable el mirar de Dios del que habla el inicio de la Escritura cuando, a medida que la Palabra va creando el mundo, el Génesis va repitiendo: y vio Dios que era bueno; y al culminar su obra con la creación de la persona humana –varón y hembra los creó–, comenta: y vio Dios que era muy bueno. ¿Qué expresión habría que usar para el mirar de Dios a su Hijo Jesús?
Con la Encarnación ha llegado a plenitud lo que ya era verdad revelada desde la creación: lo único verdaderamente valioso para Dios es el rostro humano; cada rostro, aunque todavía no esté completamente formado o se presente desfigurado por la enfermedad o por el pecado. El resto –las galaxias, los sistemas políticos, los logros de la técnica– no vale a los ojos de Dios lo que un solo rostro humano. Ser cristiano es aprender a mirar con los ojos del Padre. Descubrir el Evangelio de Jesucristo en cada rostro humano. Ésa es toda la moral social cristiana. Hasta que no miremos así cualquier excusa será suficiente para eliminar a las personas. Eso es el aborto. Ser cristiano es aspirar a que el Padre pueda reconocer con claridad en nosotros el rostro de su Hijo encarnado. Ésa es toda la moral personal cristiana.
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