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La venida del Hijo del Hombre

 Meditación sobre Mc 13,1-37


Dos días antes de la Pascua y los Ácimos Jesús dirige al grupo de sus íntimos un largo y difícil discurso que tiene, como revelación culminante, el anuncio de su Venida con gran poder y gloria para reunir a sus elegidos. El motivo del discurso es un comentario sobre el Templo: 


Al salir del Templo, le dice uno de sus discípulos: “Maestro, mira qué piedras y qué construcciones”. Jesús le dijo: “¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida”. 


Durante siglos el Templo de Jerusalén ha sido el único lugar en el mundo donde se ha dado culto al verdadero Dios y, gracias a ese culto, todo lo bueno que ha habido en todos los santuarios de la tierra ha llegado ante Dios. Ahora Jesús dice: No quedará piedra sobre piedra. Entonces, ¿hay algo permanente en este mundo? Sí. Las palabras del Señor que, en este mismo discurso nos dirá: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Por eso nos vamos a centrar en las palabras de Jesucristo.


Estando luego sentado en el monte de los Olivos, frente al Templo, le preguntaron en privado Pedro, Santiago, Juan y Andrés: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse”. 

   Jesús empezó a decirles: “Mirad que no os engañe nadie. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy», y engañarán a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os alarméis; porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino; habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre. Esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento”. 


Escuchas a Jesús después de dos mil años de vida de la Iglesia; consideras la cantidad de personas, ideologías, religiones, etc. que se han presentado pretendiendo traer la salvación al mundo, y comprendes que la primera palabra de Jesús, que no pasará, sea: Mirad que no os engañe nadie. Al que no desarrolle un profundo sentido crítico cristiano se lo llevará la corriente. 

   La segunda palabra de Jesús es: No os alarméis. Guerras, terremotos, hambre. Todo ese sufrimiento, fruto del pecado, es muy doloroso pero, tranquilos; no es todavía el fin; es solo el comienzo de los dolores de alumbramiento. En ese mundo de violencia el cristiano vive esperando la Venida del Señor. Es el ¡Ven, Señor Jesús! de la Santa Misa. No hay otro Redentor.


Jesús está a punto de vivir su Pasión, que es el horizonte en el que revela a sus discípulos lo que les espera:


“Vosotros estad alerta. Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para que deis testimonio ante ellos. Pero es preciso que antes sea proclamado el Evangelio a todas las naciones. Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar, sino hablad lo que se os comunique en aquel momento; porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo. Y entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi Nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará”.


Vosotros estad alerta. Una vez más Jesús invita a la vigilancia, a estar alerta para no dejarse sorprender, para no perder de vista el sentido que su sufrimiento tiene en el designio de Dios. San Pablo, en el comienzo de la segunda carta a los Corintios, lo expresa admirablemente:


 ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.


Qué misterio tan admirable el del sufrimiento de los discípulos de Jesús. Y porque abundan en ellos los sufrimientos de Cristo, abunda también su consolación, y así contribuyen a que el Evangelio sea proclamado en todas las naciones. Y el Señor no les dejará solos, y el Espíritu del Hijo hablará por ellos. 

   Los gobernadores, reyes, tribunales, y todos los que se consideran con autoridad de juzgar a los cristianos por causa de Cristo –como los que juzgaron a Jesús en su Pasión– se encontrarán, el día del verdadero juicio, con el testimonio irrefutable que ante ellos han dado los discípulos de Cristo. Si todos los poderosos de la tierra, que se arrogan el poder de juzgar y condenar a personas inocentes, escuchasen a Jesucristo, cambiarían radicalmente de vida. 

   El día de la Presentación, Simeón reveló a María, la madre de Jesús: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción; a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Por eso la violencia hasta en el ámbito de la familia.

   Las últimas palabras de Jesús son terribles: Y seréis odiados de todos por causa de mi Nombre. El libro del Apocalipsis, en los capítulos 12 y 13, hace un reflexión muy de su estilo sobre estas palabras de Jesús. Pero el Señor nos asegura que la perseverancia hasta el fin en la fidelidad a Él es posible. Contando con su gracia, claro.


La respuesta a la pregunta por la señal.


“Cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe –quien lea, entienda, entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; quien esté en el terrado, que no baje ni entre a tomar nada de su casa; y quien esté en el campo, que no vuelva atrás para tomar su manto. ¡Ay de las que estén encinta y de las que estén criando esos días! Rogad para que no ocurra en invierno; porque aquellos días habrá una tribulación como no la hubo igual desde el principio de la creación que hizo Dios hasta ahora, ni la habrá. Y de no acortar el Señor esos días, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos que Él escogió, ha abreviado los días. 

   Entonces, si alguien os dijese: «Mira, aquí está el Cristo», o «mira, allí está», no os lo creáis. Surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán señales y prodigios para engañar, si fuera posible, a los elegidos. Vosotros estad alerta; todo os lo he predicho”. 


La respuesta ha comenzado ciñéndose a Judea y el horizonte se ha extendido a toda la historia del mundo. En medio de la gran tribulación, Dios no se olvida de sus elegidos. Las circunstancias y el ámbito de la tribulación han cambiado, pero el mensaje de Jesús a sus elegidos sigue siendo el mismo: estad alerta y mirad que nadie os engañe, porque será un tiempo en el que la soledad en la fe será terrible.


Pero la última palabra la tendrá Jesucristo Resucitado. Llega ahora anuncio de la Venida del Señor glorioso, el gran acontecimiento que llena de contenido la fe y de seguridad la esperanza de los cristianos que luchan por mantenerse fieles a Cristo en medio de las persecuciones: 


“Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo y las potestades de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; y enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”.


En el difícil discurso que ha precedido al anuncio de su Venida, Jesús ha dejado claro que hemos de contar en la historia con el poder del mal –y de qué modo–, y nos ha animado a perseverar hasta el fin. Porque el fin llegará: las tribulaciones de la Iglesia tendrán término y Jesucristo Resucitado vendrá, con todo su poder y gloria, para reunir a sus elegidos. 

   Será un día terrible. El nuevo y definitivo comienzo hará irrupción en medio de una catástrofe de ámbito universal –descrita con el lenguaje de las Escrituras–. Será un día glorioso, que culminará en la visión del Hijo del hombre que viene entre nubes rodeado de ángeles. Ahora solo nos queda luchar –con la gracia de Dios– para que lleguemos a pertenecer a ese grupo de elegidos a los que se refiere el Señor. Eso es lo único verdaderamente importante en nuestra vida; todo otro éxito es prematuro. 


Me parece que hemos llegado a la cumbre de la revelación de Jesús. Todavía nos va a dejar dos palabras a modo de epílogo, pero lo esencial de su mensaje ya nos lo ha dicho. Quizá nos estamos acercando cada vez más a este horizonte escatológico. De lo que Jesús nos ha dicho parece claro que la cultura, especialmente la cristiana, pero toda cultura humana, va perdiendo vigencia; que se acerca la hora en la que ya no pueda proteger, ni inspirar, ni dar sentido a la vida del hombre y de la sociedad. Solo quedará fundamentar la vida en Jesucristo. Amor, alegría, paz, libertad, familia, vida, será todo independiente del mundo, arraigado en lo definitivo que es Jesucristo. 


Jesús insiste en que nos fiemos de Él y estemos preparados: 


“De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”.


Qué interesante que tengamos que aprender de la creación a estar atentos a los signos de los tiempos. Es como si la higuera, año tras año, estuviese anunciando la Parusía. La razón última es que Jesús es el Verbo de Dios, que todo se hizo por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto existe. 

   Por ser el Verbo de Dios, las palabras de Jesús tienen validez eterna. Son lo único permanente. Solo en las palabras de Cristo Jesús podemos edificar nuestra vida. Todo lo demás pasará. ¿Cuándo? No sabemos. Ni siquiera el Hijo lo sabe, y Él ha venido a darnos a conocer lo que ha oído a su Padre. Y deja claro que el día y la hora de su Venida no se lo ha oído. Importante la revelación que Jesús hace de sí mismo en el «crescendo» con que cierra sus palabras.


Consecuencia del desconocimiento del día y la hora es la exhortación a la vigilancia, a estar preparados para la llegada del Señor glorioso:


“Estad atentos, velad, porque no sabéis cuándo será el momento. Es como un hombre que al marcharse de su tierra, y al dejar su casa y dar atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, ordenó también al portero que velase. Por eso, velad, porque no sabéis a qué hora volverá el señor de la casa, si por la tarde, o a la medianoche, o al canto del gallo, o de madrugada; no sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos. Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: ¡Velad!”


Tres veces, cada vez con más apremio, nos invita el Señor: «¡Velad!». Como de la creación, también tenemos que aprender de los acontecimientos ordinarios de la vida social. Para el que sabe escuchar, todo es una palabra que le habla de la venida del Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria; una palabra que le invita a estar preparado. Estas palabras de Jesús invitándonos a vivir en vela preparando su Venida dan a nuestra vida, a la más ordinaria de las jornadas de nuestra vida, un relieve y un alcance inimaginable; abren nuestra vida al encuentro definitivo con el Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria. Qué poder tienen las palabras de Jesús. Es el poder del amor que nos tiene, porque el Señor quiere que formemos parte del grupo de sus elegidos.



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