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Jesús en el Templo

 Meditación sobre Mc 11,12–25


San Marcos nos cuenta de un modo enigmático cómo concluye la entrada mesiánica de Jesús: entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania. Lo que Jesús vio en el Templo tiene una importancia central en lo que sigue.


Al día siguiente, saliendo ellos de Betania sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: “¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!” Y sus discípulos oían esto.


La higuera simboliza a Israel. La maldición de Jesús responde a lo que pasó el día anterior y a lo que vio en el Templo. El Israel de los sumos sacerdotes, de los escribas, y de los fariseos ha terminado; quedará estéril. Marcos nos dará la razón. Pero hagamos una digresión.


Hacia el año 740, el profeta Isaías tuvo una visión en el Templo de Jerusalén:


El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de Él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban.

Y se gritaban el uno al otro: 

«Santo, Santo, Santo, Yahveh Sebaot: 

llena está toda la tierra de su gloria».

Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo.


Cuando, casi ocho siglos después Jesús entre en el Templo de Jerusalén –un edificio mucho más imponente que el del tiempo de Isaías–, sus ojos no verán al Señor sentado en un trono excelso y elevado, ni sus oídos escucharán el canto de los serafines alabando al Dios tres veces Santo. Sus ojos verán al dios Mammón –el dios fenicio de las riquezas– entronizado en la Casa de su Padre y sus oídos escucharán el griterío de los mercaderes.


Llegan a Jerusalén. Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: “¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!” 

   Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarlo; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer salía fuera de la ciudad.


En el templo de Jerusalén ya no se da gloria a Dios. Ahora los intereses son económicos, de poder, de prestigio, de seguridad. Situando aquí este acontecimiento, Marcos nos da su opinión sobre por qué no acogieron los sumos sacerdotes y los escribas al Mesías Rey el día anterior y que ahora busquen matarlo. Todo es muy triste pero, a la vez, ésta es una hora gloriosa. Jesús deja claro que no hay alianza posible entre la religión que Él ha venido a traernos y los poderes de este mundo.


El relato termina:


Al pasar muy de mañana vieron la higuera que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: “¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca”. Jesús les respondió: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas”.


Ahora se entiende la maldición de la higuera y el que esté seca hasta la raíz. ¿Qué fruto va a dar una religión que ha convertido la Casa de Dios, Casa de oración para todas las gentes, en una cueva de bandidos? En la reflexión que Jesús hace de lo sucedido nos deja las líneas de fuerza para que la Iglesia sea siempre el hogar donde se da culto al verdadero Dios.

   Lo primero que Jesús nos dice es que tengamos fe en Dios; pase lo que pase en la historia, tener siempre una fe firme, fuerte, profunda; una fe que nos lleve a pedir a Dios con confianza cosas que, humanamente hablando, son imposibles. Luego nos anima a pedirlo todo en la oración; una oración segura y confiada, animada por la fortaleza de la fe; una oración que no nos defraudará nunca. Y luego, con unas palabras en las que resuena el Padrenuestro, Jesús nos invita a perdonar; un perdón que brota de la oración y es la garantía de que hemos abierto nuestro corazón al perdón de Dios, que hemos dejado que la misericordia de Dios nos transforme el corazón y nos lo haga misericordioso. 


Qué contraste entre lo que Jesús nos dice que tiene que ser su Iglesia y lo que Él encontró en el Templo de Jerusalén.



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