Meditación sobre Mc 11,1-11
Al comienzo de su misión mesiánica, Jesús entró un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm y se puso a enseñar. La reacción fue: Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. El evangelista continúa:
Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios”. Jesús, entonces, le conminó diciendo: “Cállate y sal de él”. Y agitándolo violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
Jesús no quiere equívocos; ni quiere alimentar en el pueblo las expectativas de un mesianismo en la línea del poder. Por eso la orden tajante que el espíritu inmundo se ve obligado a obedecer. Ésta va a ser su forma habitual de actuar de Jesús. Hasta que llegue la hora de manifestarse en Israel. Entonces se presentará en Jerusalén como el Mesías Rey. El relato de Marcos de esta hora no puede ser más sencillo ni más precioso:
Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Id a la aldea que está frente a vosotros, y no bien entréis en ella encontraréis un pollino atado, sobre el cual ningún hombre jamás se sentó; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso?, decid: El Señor tiene necesidad de él, y que lo devolverá en seguida”. Y fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en el camino, y lo desataron. Y algunos de los que estaban allí les dijeron: “¿Qué hacéis desatando el pollino?” Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron hacer.
Y traen el pollino a Jesús, y le echan encima sus mantos, y Él se sentó encima. Y muchos extendieron sus mantos por el camino, y otros follaje cortado de los campos. Y tanto los que precedían como los que seguían clamaban:
“¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor!
¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!”
Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.
Dios ha sido fiel a su Promesa y, en Jesús que llega montado en un pollino envuelto en aclaraciones de alegría, se ha cumplido la espera mesiánica. El Mesías viene como Rey de paz a su ciudad y su Templo. En la muchedumbre que sale que acompaña a Jesús está representado todo el Israel fiel, los hijos de los Profetas que han confiado en Dios y vivido esperando este día durante siglos. Las palmas y el canto expresan la victoria de su fe. Esa muchedumbre es también la primicia de la Iglesia. En el Benedictus de la Misa recogemos la invitación de las gentes que vivieron aquella hora gloriosa en la que resonó por primera vez en la creación el ¡Hossana! dirigido al Mesías Rey; un canto de alabanza y alegría que ya no se apagará nunca. Nos unimos a la aclamación de los que acompañaron a Jesús aquel día, y nos vamos preparando para la venida gloriosa del que viene en nombre del Señor. Realmente, a la entrada de Jesús en Jerusalén se le puede llamar, en un sentido profundo, «triunfal».
Jesús es el Mesías anunciado, pero Jerusalén no recibe a su Mesías. La rápida visita al Templo lo demuestra. En el relato del día siguiente nos dirá San Marcos lo que Jesús ha visto allí. Pero a partir de la revelación que Jesús hace de su realeza, la acusación del Sanedrín a Pilato durante la Pasión es falsedad y mentira.
Estamos en la hora escatológica. La entrada de Jesús en Jerusalén es un episodio fundamental en la historia de la Redención. El mismo Jesús, que se presenta en Jerusalén de un modo tan humilde, vendrá, con todo su poder y gloria, como Juez. El Señor lo expresará en su discurso escatológico pocos días después:
“Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”.
El tiempo de la Iglesia se mueve entre estas dos venidas del Mesías: la humilde en Jerusalén y la gloriosa el último día. Si sabemos reconocer a Jesús y acogerlo como el Bendito que viene en Nombre del Señor en las circunstancias de la vida ordinaria, cuando se presente en toda su gloria nos contará en el grupo de sus elegidos. ¿Cómo sabemos si le acogemos? El primer índice es la alegría y la alabanza de Dios. El segundo es la paz; siendo sembradores de la paz que Jesús nos trae.
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