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Tú eres mi Hijo amado

Meditación sobre Mc 1,9-13


Juan está bautizando en el Jordán. El evangelista nos dice:


Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto subió del agua vio que los cielos se abrían y que el Espíritu, en forma de paloma, descendía sobre Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.


Jesús va a las aguas del Jordán a encontrarse con la conversión del Israel fiel. Sumergiéndose en lo profundo de las aguas El Señor cierra la etapa preparatoria de la historia de la Salvación. Sumergiéndose en lo profundo de las aguas el Señor carga, de modo simbólico, con los pecados de Israel. Su Pasión y Resurrección harán real este simbolismo y lo ampliarán al mundo entero. Al subir del agua, con la apertura de los cielos, se inicia una nueva creación; es una imagen poderosa de lo que sucederá el día de la Ascensión. 

   Jesús es Cristo, el Ungido por Dios con el Espíritu Santo. Jesús es el Hijo amado del Padre; su vida será hacer la voluntad de su Padre Dios. Siempre. Así permanecerá en el amor que el Padre le tiene. Ésa es su biografía. Su obediencia amorosa al Padre es lo que da valor Redentor a la Pasión y la Cruz. 

   Jesús es el que va a bautizar con el Espíritu Santo. Así nos introducirá en la voz que viene del cielo, nos arrancará del poder del pecado y nos trasladará al Reino del Amor del Padre; y nos dará el poder de vivir complaciendo a Dios. En Cristo Jesús el Padre nos dice a cada uno que somos su hijo amado; que se complace en que existamos; y que tiene la esperanza de poderse complacer en nuestra vida. A nosotros nos queda hacer honor a la esperanza de Dios.


Hoy es un día glorioso. La voz del cielo lo transforma todo; es el fundamento de la dignidad de la persona; de todas y de cada una; al margen de toda otra consideración. Me parece que, en último extremo, al hombre sólo se le puede considerar como hijo amado de Dios o, por usar la expresión de un científico del siglo XIX, como un albuminoide coloide fruto del azar. Otros planteamientos no son más que el intento de engañarnos con palabras altisonantes. Pero a estas alturas de la historia esas milongas ya no engañan a nadie.


El relato del evangelista prosigue:


A continuación, el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían.


Qué expresión tan misteriosa y tan expresiva de la relación de Jesús con el Espíritu. El Espíritu le lleva al desierto porque el desierto –como lo fue para Israel– es el lugar propio para estar a solas con Dios; es el lugar propio para preparar en la oración la misión que el Padre le ha encomendado realizar.

   Estuvo en el desierto cuarenta días –en el lenguaje de la Escritura significa el tiempo necesario–. Allí fue Satanás a encontrarlo. Desde la tentación del origen, la historia de la Salvación camina hacia este encuentro entre Jesús y el Tentador. En este encuentro está en juego el designio salvador de Dios –por eso el sentido escatológico del desierto en este relato–. Dios, en Jesucristo, se somete a la tentación para hacer constar lo hondo de su compasión por los hombres. Desde ese día nadie está solo cuando es tentado, cuando lucha para permanecer en el amor que Dios le tiene; Cristo Jesús está con él. Ante lo sobrecogedor del acontecimiento el evangelista guarda silencio, y deja que todo lo demás se desdibuje. 

   Mateo y Lucas tratan por extenso las tentaciones de Jesús en el desierto. Marcos no. Marcos ni siquiera dice en qué consistió la tentación. Y no lo dice porque me parece que no hace ninguna falta. La tentación de Satanás hace referencia a la voz que vino del cielo sobre Jesús: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Lo que Satanás pretende es que Jesús no escuche la voz de Dios, que reniegue de su condición de hijo, que no quiera vivir complaciendo al Padre con su obediencia amorosa. Así nos tienta a nosotros. Cambiarán las circunstancias, pero la tentación es siempre la misma. Satanás nos invita, con muy diversos argumentos –todos falsos porque es el padre de la mentira– a que rechacemos nuestra condición de hijos de Dios. Por eso, aunque puede parecer que san Marcos no nos dice cuál es el contenido de la tentación, la verdad es que el evangelista no nos habla de otra cosa: el tema de su Evangelio es la obediencia amorosa de Jesús a su Padre. 

   Las últimas palabras del relato pueden ser una referencia al Paraíso, a la situación de la creación tal como salió de las manos de Dios, a la creación antes del pecado. Con Cristo comienza una nueva creación.



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