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Entrada mesiánica en Jerusalén

 Meditación sobre Jn 12,12-19


Después del prólogo con el que abre su evangelio, San Juan nos dice: 

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Quién eres tú? Él confesó, y no negó; confesó: Yo no soy el Cristo.


El Bautista tiene claro que a las autoridades judías sólo les interesa saber si él se tiene por el Mesías. No, no es el Mesías, pero sí es el que dará testimonio del Ungido:

Juan dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.


Jesús el Mesías, el Hijo de David al que se refiere el ángel Gabriel el día de la Anunciación:

No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.


Al día siguiente de la unción en Betania –es decir, cinco días antes de la Pascua– Jesucristo llega a Jerusalén, la ciudad de David, para ser entronizado como Mesías Rey:


Al día siguiente, al enterarse la numerosa muchedumbre que había llegado para la fiesta de que Jesús se dirigía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a su encuentro gritando: 

¡Hosanna! 

¡Bendito el que viene en nombre del Señor,

el Rey de Israel!

Jesús, habiendo encontrado un borriquillo, montó en él, según está escrito:

No temas, hija de Sión; 

mira que viene tu Rey 

montado en un pollino de asna.

Esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado, cayeron en la cuenta de que esto estaba escrito sobre Él, y que fueron precisamente éstas cosas las que le hicieron. 

   La gente que estaba con Él cuando llamó a Lázaro de la tumba y le resucitó de entre los muertos, daba testimonio. Por eso también salió la gente a su encuentro, porque habían oído que Él había realizado aquella señal. Entonces los fariseos se dijeron entre sí: “¿Veis cómo no adelantáis nada?, todo el mundo se ha ido tras Él”.


Es clave el testimonio que dan los que oyeron a Jesús en Betania gritar con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y vieron cómo salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario, y escucharon a Jesús: Desatadlo y dejadle andar. Entonces creyeron en Él; viendo su poder sobre la muerte, creyeron que era el Rey enviado por Dios.

   En la numerosa muchedumbre que sale al encuentro de Jesús confesándolo como Rey Mesías está representado todo el Israel fiel, el Resto que a lo largo de los siglos ha confiado en Dios y vivido esperando este día. Las palmas y el canto expresan la victoria de su fe.

   Estas gentes que han llegado para la fiesta van a ser protagonistas, sin ser muy conscientes, de la fiesta decisiva, en la que alcanza su verdadero sentido la esperanza de Israel. A partir de hoy la Pascua, la verdadera Pascua, la que nos reconcilia con Dios como hijos adoptivos es la Pascua de Jesucristo.


Jesús cumple la profecía de Zacarías y se manifiesta como rey de paz. Por eso el borriquillo. No va a imponer su realeza, viene a Jerusalén a invitar a que se le acoja como Rey y Salvador. Aunque sabía bien lo que iba a pasar, como lo deja claro el comentario de los fariseos: no quieren ver el gran signo de esta entrada mesiánica. El dolor de Jesús por lo que esta ceguera significará para su pueblo lo expresa San Lucas en el relato que nos ha dejado de este día decisivo en la obra de la Redención. Nos dice que Jesús,

al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.


No temas, hija de Sión. El profeta había advertido a Israel que no tuviese miedo de su Rey, un Rey cuya venida llena el corazón de gozo y de esperanza. Sólo una cosa tenía que temer la Hija de Sión de este Rey: el rechazarlo; el no acogerlo el día de su visita; el no ver en Él al Ungido que Dios envía para bautizar con Espíritu Santo, al que viene en nombre del Señor para traernos la vida eterna.


Una vez más nos dice el evangelista que los discípulos de Jesús no comprendieron lo que estaban viviendo. Claro, no podían. Sólo lo comprenderán cuando Cristo culmine la obra que su Padre le ha encargado llevar a cabo –cuando sea glorificado–; y lo comprenderán con la asistencia del Espíritu Santo. Entonces sabrán –con la alegría de ser israelitas– que, en sus líneas de fuerza, todo estaba anunciado en las Escrituras de Israel.



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