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El encuentro con el ciego de nacimiento

Meditación sobre Jn 9


Predicando el Evangelio de Dios en el Templo de Jerusalén, Jesús dice: Yo soy la Luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida. Con este horizonte escuchamos el encuentro del que es la luz del mundo con un hombre nacido ciego:


Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy Luz del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: Vete, lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo.


Jesús realiza una obra de Dios. Y las obras de Dios no se limitan a la dimensión biológica, sino que llevan al hombre hasta la fe en Jesucristo. Los discípulos son asociados por Jesús a sus obras; luego, a lo largo de los siglos, nos asociará a todos los cristianos, y su Iglesia seguirá obrando las obras del que le ha enviado. Así, el trabajar en las obras de Dios mientras es de día –el tiempo de vida que Dios nos conceda–, nos une con Jesús, y ese trabajo es un fuerte vínculo de unidad en la Iglesia. 

   Cuando Jesús dice: Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado, nos está dejando su biografía. Cuando sepa que llega la noche para Él, le dirá a su Padre Dios: 


Padre, ha llegado la Hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti... Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.


Todo lo que Jesús ha hecho en la tierra ha sido trabajar la obra que el Padre le ha encomendado realizar. 

   Jesús nos asocia a ese trabajo suyo –tenemos que trabajar–; así transforma nuestra vida: todo es trabajo de Dios, trabajo santo y santificador. Trabajar en las obras de Dios es la naturaleza del trabajo cristiano. Lo demás es actividad, actividad que tantas veces está al servicio de la cultura de la muerte. 

   Jesús sabe que mientras está en el mundo es Luz del mundo, y lo ilumina con sus palabras y sus obras. Pero sabe que llega su hora, por eso la urgencia que manifiesta en los Evangelios de dejar obra hecha mientras es de día. Esa urgencia le lleva a veces a no tener tiempo ni para comer.

   El libro del Génesis nos dice que Dios formó al hombre con barro de la tierra. Con el barro formado con su saliva Jesús, el que es la Luz del mundo, da la luz a este hombre que vivía envuelto en tinieblas. Estamos en el horizonte de una nueva creación desde Cristo. La confianza del nacido ciego en Jesús –él fue, se lavó y volvió ya viendo– deja claro que ha comenzado a recorrer el camino de la verdadera visión, que es la fe en Jesucristo.


Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: ¿No es éste el que se sentaba para mendigar? Unos decían: Es él. No, decían otros, sino que es uno que se le parece. Pero él decía: Soy yo. Le dijeron entonces: ¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos? Él respondió: Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi. Ellos le dijeron: ¿Dónde está ése? Él respondió: No lo sé.


Qué diálogo tan humano. El mendigo es un maestro de la polémica; no se pueden decir las cosas de forma más clara y sobria; ni con más fuerza. Los fariseos van a tener un hueso duro de roer.


Llevan a los fariseos al que antes era ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo. Algunos fariseos decían: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros decían: Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales? Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: ¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos? Él respondió: Que es un profeta.


Los fariseos se habían arrogado la autoridad sobre el pueblo judío en cuestiones religiosas. No la habían recibido de Dios, sino que se la habían apropiado. Por eso, contra toda justicia, llevan a los fariseos al que antes era ciego, como si estos falsos pastores tuvieran algo que ver en un misterio sucedido entre ese hombre y Jesucristo, entre ese hombre y Dios.

   Ahora nos enteramos que era sábado, que es un día especialmente escogido por Jesús para hacer el bien y cuidar la vida. Así el Señor, el único que puede hacerlo, revela el verdadero sentido del sábado en el designio de Dios. Pero el sábado es también un día en el que aflora el fanatismo de los fariseos. Aunque no es un fanatismo unánime, porque algunos tienen claro que un pecador no puede realizar semejantes señales. Una vez más se cumple la profecía de Simeón de que Cristo está puesto como signo de contradicción.

   El hombre en el que Jesús había realizado esa señal tan luminosa no se altera y repite lo esencial de su relato. Cuando le preguntan sobre Jesús, responde: es un profeta, es decir, es un hombre de Dios. Él tiene la clara conciencia de que es Dios quien le ha abierto los ojos, con la mediación de Jesús. El nacido ciego está avanzando con seguridad en el camino que le lleva a la fe en Cristo.


No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora? Sus padres respondieron: Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo. Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: Edad tiene; preguntádselo a él.


Como ha pasado siempre –y siempre pasará– la gente sencilla tiene miedo de los poderosos. Lo que en aquella sociedad significaba ser excluido de la sinagoga era una cosa grave. El que reconocía a Cristo como Mesías quedaba marginado de la vida religiosa, lo que significaba el serlo también de la vida social en gran medida. Los padres del nacido ciego deben estar acostumbrados a tratar con los judíos –los fariseos– y se mantienen en el dato puramente empírico.


Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. Les respondió: Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo. Le dijeron entonces: ¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? Él replicó: Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos? Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es. El hombre les respondió: Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada. Ellos le respondieron: Has nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros? Y le echaron fuera.


Cuando el nacido ciego dice que Jesús le ha abierto los ojos dice una gran verdad, una verdad del ámbito de la Salvación. Realmente Jesús le ha abierto los ojos, los ojos del cuerpo y los del alma. También los de la inteligencia, porque se manifiesta como un fino polemista con el que los que se consideraban maestros en las cosas religiosas se ven reducidos a recurrir al insulto más grosero.

   Jesucristo realiza las obras de Dios; por eso su obrar no se limita al ámbito biológico, sino que es portador de la vida y la luz que viene de Dios. Por eso sus obras son signos de la Salvación que trae al que quiera creer en Él; el que acepta las señales que Jesús obra en toda su realidad se deja introducir en el ámbito de la de la vida eterna.

   Los judíos no se alegran de que el nacido ciego ahora pueda ver la luz del sol y conocer el rostro de sus padres. No sólo no lo felicitan, sino que lo llenan de injurias. Ponen así de relieve, como claramente les dice el hombre que ahora ve –y ya lo creo que ve–, que su religión no es de Dios. Jesucristo, en su Pasión, nos revelará el misterio más profundo del Corazón de Dios: Dios tiene un Corazón compasivo. Estos judíos tienen un corazón duro como la piedra. La dureza de esos corazones también nos la revelará la Pasión.

   Dios había hablado a Moisés con un propósito: que Israel preparase la venida del Redentor. Para eso eligió Dios a su pueblo y le dirigió la palabra a lo largo de los siglos por medio de los profetas. Pero los escribas y fariseos habían alterado de tal manera la Ley de Moisés, que cuando Dios envía al que debía salvarnos de nuestros pecados, la actitud de estos hombres es: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. De eso es capaz el corazón del hombre; el de los fariseos y el nuestro. Por eso Jesús nos invita a vivir vigilantes.


Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: ¿Tú crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Le has visto; el que está hablando contigo, ése es. Él entonces dijo: Creo, Señor. Y se postró ante Él. 


Ahora es cuando se manifiestan en él las obras de Dios. Enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús afirmó: La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado. Este hombre ha dejado obrar a Dios en él, y la obra de Dios ha recorrido un largo camino desde el barro que Jesús hizo con su saliva y con el que untó los ojos del ciego, hasta el: Creo, Señor. Ahora se revela el verdadero sentido de su ser ciego de nacimiento: era una ceguera que estaba esperando la luz de la fe. A esta luz se va a referir ahora el Señor:


Y dijo Jesús: Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos. Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: ¿Es que también nosotros somos ciegos? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece.


Jesús es la Luz del mundo. En esta historia del encuentro de Jesús con el hombre nacido ciego está la historia de cada uno de nosotros; la historia de nuestra salvación: también nosotros hemos nacido ciegos, envueltos en la profunda tiniebla del pecado; y Dios ha obrado su obra en nosotros hasta llevarnos a la luz que nos iluminará para toda la eternidad: el encuentro con Jesucristo y la fe el Él. 

   Para este juicio ha venido Jesús al mundo. De cada uno depende el saberse necesitado de la Luz que es Jesucristo. El que piense que no tiene necesidad de esa luz, permanece en su pecado. Jesús les dice esto a los fariseos para invitarlos a la conversión.



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