Meditación sobre Lc 11,27–28
Nos dice San Lucas que Jesús ha estado enseñando acerca de la llegada del Reino de Dios. Nos dice también que esta enseñanza entusiasmó a una mujer del pueblo:
Aconteció, que estando Él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: “Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que mamaste”. Él dijo: “Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan”.
Jesús nos revela que el camino del Reino de Dios es escuchar la Palabra de Dios y guardarla. No hay otro. Guardar la Palabra de Dios; qué expresión tan preciosa. Al escuchar la Palabra de Dios se recibe en el corazón que, como el seno de la madre, es el espacio donde se protege, se cuida, se medita, y se la deja crecer para que dé frutos de vida eterna. Así la Palabra de Dios pone su sello en todas las dimensiones de la vida del cristiano.
Jesús debió emocionarse al escuchar a esta mujer. Le vendrían a la memoria tantos momentos entrañables de los largos años de convivencia con su Madre en la casa de Nazaret; tantos momentos en los que fue testigo de cómo escuchaba la Palabra de Dios, la guardaba en su corazón, y la vivía.
Quizá la alabanza de esa mujer le llevó a la primera vez que su Madre fue llamada bienaventurada en su presencia. Ocurrió en la región montañosa de Judá, cuando María, con su Hijo de pocas semanas en su seno, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel que, inspirada por el Espíritu Santo, exclamó con gran voz:
“¡Bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor!”
El Espíritu Santo nos revela que María es bienaventurada porque ha creído, porque ha escuchado y guardado la Palabra de Dios. Por eso se cumplirán las cosas que el Señor le ha dicho. La fe de María es esencial en el designio salvador de Dios. Por eso la fe de María es la matriz de nuestra fe, y nos abre el camino de la bienaventuranza.
Cuando, a raíz del pecado del origen, Dios le preguntó a la mujer: “¿Por qué lo has hecho?” Eva respondió: “La serpiente me sedujo y comí”. No es verdad. Lo que la mujer no se atrevió a decir a Dios fue: porque no he escuchado y guardado tu Palabra; porque no me he fiado de ti. Ese día el pecado se apoderó de la creación, y la maldad y la muerte grabaron su sello en todo hombre; y de qué manera. Hasta que María respondió al ángel:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.
A raíz de esas palabras, la gran voz de Isabel llamando bienaventurada a la Madre de Jesús envuelve el cielo y la tierra, y ya no se apagará nunca porque resonará, para toda la eternidad, en el corazón de toda persona buena.
Con las palabras que dirige a la mujer del pueblo, Jesús nos está revelando el misterio de su Madre, la razón por la que es su Madre. Con extraordinaria elegancia, Jesús explica a esa mujer que María no se habría convertido nunca en su Madre bienaventurada si no hubiera sido antes la «madre» de la palabra que Dios le dirigió por medio del ángel. Que su Madre lo acogió en su seno porque lo había acogido antes en su corazón.
María es la única persona humana que ha escuchado, guardado en el corazón, y vivido la palabra de Dios. Plenamente. Siempre. Es lo que expresa el misterio de su Concepción y de su Asunción. Y Jesús nos está revelando la esperanza que tiene puesta en cada uno de nosotros de que nos parezcamos cada vez más a su Madre. Por eso nos la dará por Madre, y por eso el Espíritu Santo ha ido haciendo que nos sea muy fácil encontrarnos con la Madre de Jesús en la vida de la Iglesia. Así María puede ir grabando en nuestro corazón el deseo de escuchar la Palabra de Dios y guardarla. Eso es, en último extremo, lo único importante en nuestra vida.
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