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Los nombres de Jesucristo

Meditación sobre Ap 1,1-8


El libro del Apocalipsis se abre diciendo:


Revelación de Jesucristo. Se la concedió Dios para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto, y envió a su Ángel para dársela a conocer a su siervo Juan, el cual ha atestiguado la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo; todo lo que vio. 

   Bienaventurado el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella, porque el tiempo está cerca.


Juan nos dice que este libro es testimonio de la revelación que tiene su principio en Dios y procede de Jesucristo. Y como Jesucristo al revelar se revela, el libro es una profunda revelación del Misterio de Jesucristo. Por eso la bienaventuranza: leer, escuchar, y vivir esta revelación de Jesucristo es el camino de la vida eterna. Y la advertencia: con Cristo ha llegado la plenitud de los tiempos; estamos ya en la hora escatológica; Dios decidirá cuándo nos llegará a cada uno la hora de dar cuenta de nuestra vida.


El Apocalipsis tiene la forma de una carta:


Juan, a las siete Iglesias que están en Asia: gracia a vosotros y paz de parte del que es, y que era, y que va a venir, de parte de los siete Espíritus que están delante su trono, y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos rescató de nuestros pecados con su Sangre, y nos ha hecho estirpe real y sacerdotes para su Dios y Padre, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. 


La primera revelación del libro es que la gracia y la paz –los dos dones que contienen todas las bendiciones de Dios– nos llegan de la Santísima Trinidad: del Padre –el que es, y que era, y que va a venir–, del Espíritu Santo –simbolizado en los siete dones–, y de Jesucristo. La segunda revelación del Apocalipsis se centra en el Misterio de Jesucristo:


Jesucristo es el Testigo fiel. La Cruz ha grabado el sello de la fidelidad en cada una de las palabras y de las obras de Jesucristo. Jesucristo es el testigo del amor que el Padre nos tiene. El único testigo. Ha venido al mundo a traernos ese amor, a amarnos con el Amor con el que el Padre le ama a Él. Jesucristo es el testigo del designio de Dios de reconciliarnos con Él como hijos. El único testigo, porque en Jesucristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo. Ser cristiano es escuchar el testimonio de Jesucristo y vivirlo; y ningún otro.


Jesucristo es el Primogénito de entre los muertos. Esa es la revelación que hizo a Marta en Betania al poco de la muerte de Lázaro:


Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Le dice Jesús: “Tu hermano resucitará”. Le respondió Marta: “Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día”. Jesús le respondió: “Yo soy la Resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” Le dice ella: “Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo”.


Jesucristo «es» la Resurrección. Sólo de su vida de Resucitado recibimos la vida que se abre a la eternidad. A todo el que crea en Él le dará a participar de su vida. Todo lo que no sea permanecer en la vida de Cristo está marcado con el sello de la muerte. Ese es el sentido del término «primogénito» cuando se refiere a Jesucristo.


Jesucristo es el Príncipe de los reyes de la tierra. En la Carta a los Corintios el Apóstol dice: 


Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe Él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte.


Jesucristo es El que nos ama. Qué precioso nombre. Llena el corazón de gozo y de paz; y de santo orgullo. Es un nombre que contiene el misterio de Jesús y la dignidad inviolable de cada persona. En el Cenáculo el Hijo profundizó en este misterio: 


“Como el Padre me amó, Yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”. 


Porque nos ama ha venido al mundo a traernos el amor de su Padre y la alegría que brota de ese amor. Ser cristiano es permanecer en el amor de el que nos ama.


Y porque nos ama, nos rescató de nuestros pecados con su Sangre. Ése es el precio que ha pagado por nuestra libertad. No hay redención ni reconciliación con Dios fuera del misterio de la Sangre derramada de Cristo, manifestación definitiva del amor que Jesucristo nos tiene.


Y porque nos ama nos ha hecho estirpe real y sacerdotes para su Dios y Padre. Ese doble don lo expresa el Apóstol de un modo admirable, empezando por el sacerdocio: 


Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. 

   Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.


Jesucristo nos da el poder de ofrecer nuestra vida a Dios, transformando el mundo en un altar y nuestro vivir en una Eucaristía. Y Jesucristo nos da el poder de conocer y realizar siempre la voluntad de Dios, que es la verdadera realeza del hombre.


Esta revelación del Misterio de Jesucristo termina con la primera de una larga serie de poderosas doxologías que vamos a encontrar en el libro del Apocalipsis: A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. El cristiano sólo dobla la rodilla ante Jesucristo y sólo a Jesucristo da gloria. Amén.


El prólogo termina:


Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, incluso los que le traspasaron, y por Él se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí, Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso.


Del simulacro de juicio de Jesús ante el Sanedrín según San Marcos:


Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?” Pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” Y dijo Jesús: “Sí, Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo”.


El día en que veamos a Jesucristo sentado a la diestra de Dios y venir en las nubes del cielo será un día glorioso. 



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