Meditación sobre Is 55,6-9
Cuando nos disponemos a escuchar a un profeta de Israel ya sabemos lo que nos va a decir. Quizá no sepamos cómo nos lo va a decir –eso dependerá de cada profeta–, pero sí sabemos que nos va a invitar a abandonar los caminos que nos alejan de Dios y a convertirnos al Señor, a que seamos conscientes de nuestra condición de pecadores y a que nos volvamos a Dios confiando en su misericordia. Nos va a invitar a vivir la extraordinaria experiencia de encontrarnos con el perdón de Dios, que es lo único que de verdad llena de gozo y esperanza el corazón del hombre. Ésa es la misión de los profetas en Israel; para eso han sido elegidos y enviados por Dios.
En el oráculo que vamos a escuchar, primero habla el profeta:
Buscad a Yahveh mientras se deja encontrar,
llamadle mientras está cercano.
Abandone el impío su camino,
el hombre inicuo sus pensamientos,
y vuélvase a Yahvéh,
que tendrá compasión de él;
a nuestro Dios,
que será grande en perdonar.
Qué palabra tan consoladora. Nos dice que la vida del hombre en esta tierra está contenida en ese «mientras». Que la vida es tiempo para buscar al Señor, porque se deja encontrar; tiempo para llamar a Dios, porque está cercano y atento a nuestra llamada; tiempo para abandonar el mal camino y volverse a Dios, que tendrá compasión de nosotros; tiempo para experimentar el perdón de Dios.
Qué grandeza y seriedad la de nuestra vida, envuelta en el amor misericordioso de Dios y, a la vez, bajo la sombra del Juicio, sombra que el profeta expresa con fuerza: llegará un día en el que Dios no se deje encontrar, en el que no estará cercano ni atento a nuestra llamada. Qué relieve insospechado adquieren estas palabras del profeta cuando se escuchan contemplando al Hijo de Dios en el Sagrario.
Grande en perdonar. ¡Qué asombroso nombre de Dios! Verdadero nombre propio, porque perdonar es lo propio suyo; sólo Dios es grande en perdonar, y perdonando manifiesta su poder.
Luego el profeta cede la palabra a Dios:
Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos,
ni vuestros caminos son mis caminos
–oráculo de Yahvéh–.
Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra,
así aventajan mis caminos a los vuestros
y mis pensamientos a vuestros pensamientos.
No es extraño que el Dios que es grande en perdonar nos diga que sus pensamientos y sus caminos no son los nuestros; y que la distancia es insalvable. Basta conocerse a uno mismo y conocer la sociedad y la historia para reconocer la verdad de estas palabras. La distancia es insalvable para el hombre, pero no para Dios. Lo que sucedió el día que el Hijo de Dios se encarnó en las entrañas de María es que esa distancia quedó salvada en Jesús de Nazaret. Desde ese día los pensamientos y caminos de Dios se han hecho pensamientos y caminos humanos. El mundo ha sido transformado en camino por el que Dios viene a nuestro encuentro; donde nos está cercano; donde podemos experimentar su compasión. Ahora podemos recorrer los caminos del Dios grande en perdonar y pasar por la vida perdonando. Siempre. A todos. Sin exigir nada a cambio, que es como Dios nos perdona a nosotros. ¡Qué misterio tan divino y tan consolador!
Excursus: El Dios de Israel
Las Escrituras de Israel nos dicen, de muy diversas maneras, que el camino para conocer a Dios arranca de la conciencia del propio pecado. El pecado ha sido la ocasión para que Dios nos revelase que su Amor es Misericordia, amor que se goza en perdonar. Jesús lo expresa admirablemente en esas parábolas del capítulo quince del Evangelio Lucas que concluyen con la invitación que el padre dirige a su hijo mayor:
“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.”
Sólo si me conozco pecador puedo conocer a ese Dios que es grande en perdonar. Y sólo si anhelo el perdón de Dios, el que Dios me reconcilie con Él como hijo, el ser liberado del yugo del pecado, el poder reparar por todo el mal que he hecho con mis pecados, sólo entonces, experimentaré el consuelo de la misericordia de Dios. Y descubriré que Dios estaba esperándome, porque se alegra de podernos perdonar y reconciliarnos con Él.
Entonces descubriré lo que significa que Dios nos haya creado a su imagen: nos ha hecho capaces de pasar por el mundo perdonando; siempre; a todos; como Él nos perdona. Y descubriremos del todo el consuelo del perdón. Y nuestro gozo será pleno: el gozo de haber sido perdonados y hechos capaces de perdonar.
Hasta el misterio Pascual de Cristo no se puede comprender a fondo lo que significa que Dios es grande en perdonar. Para que lo comprendamos –en la medida en que podemos comprender a Dios– tendrá que enviarnos a su Hijo para que lleve nuestros pecados a la Cruz; y enviarnos su Espíritu para transformarnos el corazón: quitarnos el corazón de piedra y darnos un corazón compasivo y misericordioso, capaz de perdonar.
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