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El encuentro con la mujer sirofenicia

Meditación sobre Mc 7,24-31 


Cuando el ángel Gabriel informó a María iba a concebir en el seno y a dar a luz un hijo al que pondría por nombre Jesús, le reveló:


Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.


Jesús conoce –solo Él lo conoce– la importancia que Israel tiene en el designio salvador de Dios. Por eso, desde el Jordán hasta la Ascensión, Jesús se dedica exclusivamente a alimentar a Israel con el pan de vida de su palabra y de sus obras de poder. Éste es el horizonte para entender el encuentro que vamos a meditar. El relato arranca en Galilea, donde la gente atosiga a Jesús de tal manera que no les quedaba tiempo ni para comer.


Y partiendo de allí se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido. En cuanto oyó hablar de Él, una mujer cuya hija tenía un espíritu impuro entró y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: “Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Pero ella le respondió: “Es verdad, Señor, pero también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños”. Él le dijo: “Por esto que has dicho, vete, el demonio ha salido de tu hija”. Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido. 


El encuentro de Jesús con la mujer sirofenicia es una delicia. El Señor deja claro con una metáfora que Él no hace lo que se le ocurre, sino que obedece el designio de Dios, designio que tiene sus tiempos. Pero la metáfora no está tan cerrada como parece y la madre, una vez que acepta lo esencial –“Es verdad, Señor”–, encuentra el portillo al corazón de Jesús que la metáfora deja abierto –“pero también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños”–. A Jesús, la fe, la sabiduría, y el amor de esta madre a su hija, le desarman –“Por esto que has dicho, vete, el demonio ha salido de tu hija”–. La madre vuelve a su casa y allí encuentra, como estaba segura, a su niña curada.


Qué encuentro tan conmovedor. Qué diferencia la angustia con la que la madre fue al encuentro con Jesús y la alegría que tendría al volver a su casa y ver que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido. Todo es fruto de la fe de esta madre en Jesús. Y la pregunta es: ¿de dónde le ha venido esa fe? En último extremo de Dios. La fe en Jesucristo es la obra de Dios, como reveló en la sinagoga de Cafarnaúm: 

“La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado”. 

Y continúa: 

“Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y Yo le resucitaré el último día”

Y  ante los que no creen en Él: 

“Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”

El modo como Dios hace su obra solo Él lo sabe; los colaboradores de los que se ha servido solo Él los conoce. Lo que está claro es que llevarnos a conocer y creer que Jesús de Nazaret es su Hijo Unigénito, el Hijo que nos ha enviado por el amor que nos tiene para darnos la vida eterna, eso solo lo puede hacer el Padre.


Todo empezó con el amor de una madre a su hija. Y el amor a su hija fue la puerta por la que el Padre entró en el corazón de esa mujer y la llevó a su Hijo. Lo que mueve al Padre a enviarnos a su Hijo y a llevarnos a Él es su amor por nosotros, por eso el amor será siempre la puerta del camino que lleva a la fe en Jesucristo. Sin el amor a su hija quizá esta mujer no se hubiera encontrado nunca con Jesús. Por eso, si queremos que el Dios que es Amor realice su obra en nosotros y nos lleve a la fe en Jesús para que nos resucite el último día, tenemos que ser gente que sepa querer.


El relato termina:


Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.


Qué sencillo es todo con Jesús cuando te acercas a Él llevado por Dios Padre. Qué gran lección nos deja esta mujer. Ella nos dice: Confía en Jesús; ante cualquier necesidad que brote del amor ve a Jesús, manifiesta tu fe y exponle tu deseo; y, por favor, sé realista, obra con humildad, con inteligencia, y con discreción. Esta mujer es una maestra en el arte de tratar con Jesús, arte cuya primera regla es aceptar de corazón que Él ha venido al mundo a llevar a cabo la obra que su Padre le ha encomendado realizar. Por no respetar esa primera regla las autoridades judías crucificaron al Hijo de Dios.



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